La cantante calva, ensayo
SoyYoO20 de Octubre de 2014
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ESCENA VIII
Los mismos y el CAPITÁN DE LOS BOMBEROS
EL BOMBERO (lleva, por supuesto, un enorme casco brillante y uniforme):
– Buenos días, señoras y señores. (Los otros siguen un poco sorprendidos. La señora SMITH, molesta, vuelve la cabeza y no responde a su saludo.) Buenos días, señora Smith. Parece usted enojada.
SRA. SMITH:
– ¡Oh!
SR. SMITH:
– Es que, vea usted... mi esposa se siente un poco humillada por no haber tenido razón.
SR. MARTIN:
– Ha habido, señor capitán de Bomberos, una controversia entre la señora y el señor Smith.
(al señor MARTIN):
– ¡Eso no es asunto suyo! (Al señor SMITH) Te ruego que no mezcles a los extraños en nuestras querellas familiares.
SRA. SMITH
SR. SMITH:
– Oh, querida, la cosa no es muy grave. El capitán es un viejo amigo de la casa. Su madre me hacía la corte y conocí a su padre. Me había pedido que le diera mi hija en matrimonio cuando tuviera una. Entre tanto murió.
SR. MARTIN:
– No es culpa de él ni de usted.
EL BOMBERO:
– En fin, ¿de qué se trata?
SRA. SMITH:
– Mi marido pretendía...
SR. SMITH:
– No, eras tú la que pretendías.
SR. MARTIN:
– Sí, es ella.
SRA. MARTIN:
– No, es él.
EL BOMBERO:
– No se enojen. Dígame qué ha sucedido, señora Smith.
SRA. SMITH:
– Pues bien, oiga. Se me hace muy molesto hablarle con franqueza, pero un bombero es también un confesor.
EL BOMBERO:
– ¿Y bien?
SRA. SMITH:
– Se discutía porque mi marido decía que cuando se oye llamar a la puerta es porque siempre hay alguien en ella.
SR. MARTIN:
– La cosa es plausible.
SRA. SMITH:
– Y yo decía que cada vez que llaman es que no hay nadie.
SRA. MARTIN:
– Eso puede parecer extraño.
SRA. SMITH:
– Pero está demostrado, no mediante demostraciones teóricas, sino por hechos.
SR. SMITH:
– Es falso, puesto que el bombero está aquí. Ha llamado, yo he abierto y él ha entrado.
SRA. MARTIN:
– ¿Cuándo?
SR. MARTIN:
– Inmediatamente.
SRA. SMITH:
– Sí, pero sólo después de haber oído llamar por cuarta vez ha aparecido alguien. Y la cuarta vez no cuenta.
SRA. MARTIN:
– Siempre. Sólo cuentan las tres primeras veces.
SR. SMITH:
– Señor capitán, permítame que le haga, a mi vez, algunas preguntas.
EL BOMBERO:
– Hágalas.
SR. SMITH:
– Cuando he abierto la puerta y lo he visto, ¿era usted quien había llamado?
EL BOMBERO:
– Sí, era yo.
SR. MARTIN:
– ¿Estaba usted en la puerta? ¿Llamó para entrar?
EL BOMBERO:
– No lo niego.
SR. SMITH (a su esposa, victoriosamente.)
– ¿Lo ves? Yo tenía razón. Cuando se oye llamar es porque hay alguien. No puedes decir que el capitán no es alguien.
SRA. SMITH:
– No puedo, ciertamente. Pero te repito que me refiero únicamente a las tres primeras veces, pues la cuarta no cuenta.
SRA. MARTIN:
– Y cuando llamaron la primera vez, ¿era usted?
EL BOMBERO:
– No, no era yo.
SRA. MARTIN:
– ¿Ven ustedes? Llamaron y no había nadie.
SR. MARTIN:
– Era quizás algún otro.
SR. SMITH:
– ¿Hacía mucho tiempo que estaba usted en la puerta?
EL BOMBERO:
– Tres cuartos de hora.
SR. SMITH:
– ¿Y no vio a nadie?
EL BOMBERO:
– A nadie. Estoy seguro de eso.
SRA. MARTIN:
– ¿Oyó usted que llamaban por segunda vez?
EL BOMBERO:
– Sí, pero tampoco era yo. Y seguía no habiendo nadie.
SRA. SMITH:
– ¡Victoria! Yo tenía razón.
SR. SMITH (a su esposa):
– No tan de prisa. (Al BOMBERO.) ¿Qué hacía usted en la puerta?
EL BOMBERO:
– Nada. Estaba allí. Pensaba en muchas cosas.
SR. MARTIN (al BOMBERO):
– Pero la tercera vez, ¿no fue usted quien llamó?
EL BOMBERO:
– Sí, fui yo.
SR. SMITH:
– Pero al abrir la puerta no lo vieron.
EL BOMBERO:
– Es que me oculté... por broma.
SRA. SMITH:
– No se ría, señor capitán. El asunto es demasiado triste.
SR. MARTIN:
– En resumidas cuentas, seguimos sin saber si cuando llaman a la puerta hay o no alguien.
SRA. SMITH:
– Nunca hay nadie.
SR. SMITH:
– Siempre hay alguien.
EL BOMBERO:
– Voy a hacer que se pongan de acuerdo. Los dos tienen un poco de razón. Cuando llaman a la puerta, a veces hay alguien y a veces no hay nadie.
SR. MARTIN:
– Eso me parece lógico.
SRA. MARTIN:
– También yo lo creo.
EL BOMBERO:
– Las cosas son sencillas, en realidad. (A los esposos SMITH.) Abrácense.
SRA. SMITH:
– Ya nos abrazamos hace un momento.
SR. MARTIN:
– Se abrazarán mañana. Tienen tiempo de sobra.
SRA. SMITH:
– Señor capitán, puesto que nos ha ayudado a ponerlo todo en claro, póngase cómodo, quítese el casco y siéntese un instante.
EL BOMBERO:
– Discúlpeme, pero no puedo quedarme aquí mucho tiempo. Estoy dispuesto a quitarme el casco, pero no tengo tiempo para sentarme. (Se sienta sin quitarse el casco.) Les confieso que he venido a su casa para un asunto muy distinto. Cumplo una misión de servicio.
SRA. SMITH:
– ¿Y en qué consiste su misión, señor capitán?
EL BOMBERO:
– Les ruego que tengan la bondad de disculpar mi indiscreción. (Muy perplejo.) ¡Oh! (Señala con el dedo a los esposos MARTIN.) ¿Puedo... delante de ellos...?
SRA. MARTIN:
– No se preocupe.
SR. MARTIN:
– Somos amigos viejos. Nos cuentan todo.
SR. SMITH:
– Hable.
EL BOMBERO:
– Pues bien, sea. ¿Hay fuego en su casa?
SRA. SMITH:
– ¿Por qué nos pregunta eso?
EL BOMBERO:
– Porque... discúlpenme, tengo orden de extinguir todos los incendios de la ciudad.
SRA. MARTIN:
– ¿Todos?
EL BOMBERO:
– Sí, todos.
SRA. SMITH (confusa):
– No sé... no lo creo. . ¿Quiere que vaya a ver?
SR. SMITH (husmeando):
– No debe de haber fuego. No se siente olor a chamusquina.
EL BOMBERO (desolado):
– ¿No lo hay absolutamente? ¿No tendrán un fueguito de chimenea, algo que arda en el desván o en el sótano? ¿Un pequeño comienzo de incendio, por lo menos?
SRA. SMITH:
– No quiero apenarlo, pero creo que no hay fuego alguno en nuestra casa por el momento. Le prometo que le avisaremos en cuanto haya algo.
EL BOMBERO:
– No dejen de hacerlo, pues me harán un favor.
SRA. SMITH:
– Prometido.
EL BOMBERO (a los esposos MARTINA):
– Y en la casa de ustedes, ¿tampoco arde nada?
SRA. MARTIN:
– No, desgraciadamente.
SR. MARTIN (al BOMBERO):
– Las cosas marchan mal en este momento.
EL BOMBERO:
– Muy mal. Casi no sucede nada, algunas bagatelas, una chimenea, un hórreo. Nada serio. Eso no rinde. Y como no hay rendimiento, la prima por la producción es muy magra.
SR. SMITH:
– Nada marcha bien. Con todo sucede lo mismo. El comercio, la agricultura, están este año como el fuego, no marchan.
SR. MARTIN:
– Si no hay trigo, no hay fuego.
EL BOMBERO:
– Ni tampoco inundaciones.
SRA. SMITH:
– Pero hay azúcar.
SR. SMITH:
– Eso es porque lo traen del extranjero.
SRA. MARTIN:
– Conseguir incendios es más difícil. ¡Hay demasiados impuestos!
EL BOMBERO:
– Sin embargo hay, aunque son también bastante raras, una o dos asfixias por medio del gas. Una joven se asfixió la semana pasada por haber dejado abierta la llave del gas.
SRA. MARTIN:
– ¿La había olvidado?
EL BOMBERO:
– No, pero creyó que era su peine.
SR. SMITH:
– Esas confusiones son siempre peligrosas.
SRA. SMITH:
– ¿No fue a averiguar a la tienda del vendedor de fósforos?
EL BOMBERO:
– Es inútil. Está asegurado contra incendios.
SR. MARTIN:
– Entonces, vaya a ver de mi parte al vicario de Wakefield.
EL BOMBERO:
– No tengo derecho a apagar el fuego en las casas de los sacerdotes. El obispo se enojaría. Apagan sus fuegos ellos mismos o hacen que los apaguen sus vestales.
SR. SMITH:
– Trate de ver en casa de los Durand.
EL BOMBERO:
– Tampoco puedo hacer eso. Él no es inglés. Sólo se ha naturalizado. Los naturalizados tienen derecho a poseer casas, pero no el de hacer que las apaguen si arden.
SRA. SMITH:
– Sin embargo, cuando ardió el año pasado bien que la apagaron.
EL BOMBERO:
– Lo hizo él solo, clandestinamente. Oh, no seré yo quien lo denuncie.
SR. SMITH:
– Yo tampoco.
SRA. SMITH:
– Puesto que no tiene
...