La realiza merovingia había estado vinculada a los descendiendientes de Clodoveo .
Fernando La RosaApuntes27 de Mayo de 2016
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La realiza merovingia había estado vinculada a los descendiendientes de Clodoveo desde principios del siglo VI. Sus sucesores estaban ligados, pues, a un linaje especifico, caracterizado por unas cualidades que iban desde el furor, es decir, su capacidad combativa y victoriosa, hasta, incluso, un poder curativo. Estos rasgos de transmitían por vía paterna y no consideraban la dignidad de la madre y, de hecho, es muy corriente que fueran siervas las escogidas como esposas de reyes. No obstante, para explicar también la escasez de vinculaciones matrimoniales de los merovingios con miembros de la aristocracia franca, hay que considerar no sólo la idea de que la dinastía no podía ser ennoblecida ni degradada por sus uniones, sino también el deseo de permanecer al margen y por encima de las grandes familias del reino, cuya influencia habría crecido en caso de relacionarse con la familia real.
El llamado Fredegario cuenta una leyenda, cuyo origen y difusión es difícil de precisar, que presenta la probabilidad de que el antepasado de la dinastía, Meroveo, hubiera sido engendrado por un monstruo marino, una especie de minotauro. La realeza merovingia está, pues, cargada de elementos mágicos en buena parte vinculados al paganismo. Esta virtud de la sangre merovingia se expresaba exteriormente en las largas melenas que portaba la dinastía. Son todos estos elementos lo que aparecen en clave de burla en el relato de Eginardo: reyes que ya han perdido su capacidad guerrera y que tienen estas largas melenas que ser hacían ya un elemento muy extraño a los francos. Eginardo nos presenta a unos personajes en decadencia, bien distintos de lo que pudiera representar Clodoveo, el fundador de la dinastía merovingia.
La pretensión de los ideólogos carolingios es destacar que eran reyes inútiles y, en tanto que tales, podían ser desposeídos de su dignidad.
Ahora bien, el deterioro de la fiscalidad y la cesión de tierras a la aristocracia hicieron que los monarcas merovingios carecieran de suficientes poder para llevar a cabo una política propia. Sin recursos, su papel tendía a reducirse a los aspectos meramente formales de inaugurar la asamblea anual de los francos y permanecer el resto del año recluidos. Los últimos monarcas merovingios apenas salieron de sus villas de Neustria. La clave de este fenómeno se encuentra en el creciente poder de la aristocracia. Su auge social y económico se debe no sólo a las concesiones en plena propiedad de diversos bienes por parte de los reyes y de privilegios de diverso tipo, sino también a que numerosos hombres se vinculan a la aristocracia por lazos de sometimiento personal, a menudo entregando sus tierras.
La aristocracia de reino se había convertido en una extraordinaria propietaria de tierras y hombres. Estos magnates se enfrentaban entre sí por el control de las tierras del fisco y el acaparamiento de poder político. A la cabeza de esta aristocracia se encontraban algunas familias que desempeñaban un papel político de primer orden en el reino. Entre estos magnates el rey elegía al mayordomo de palacio, cuya primordial función era controlar la explotación de las villas regias. En el siglo VII tuvo lugar un proceso, relacionado con el propio avance de la aristocracia, por el que este personaje reforzó su posición pasando a disponer del reino directamente, mientras que el rey, a menudo, ni siquiera residía en él. En cada uno de los tres reinos (Borgoña, Neustria y Austrasia), había mayordomo de palacio, aunque en ese momento el rey fuera uno sólo para el conjunto.
Los carolingios debieron enfrentarse a la tradición de la monarquía merovingia y, al mismo tiempo, justificar su acción de romper la fidelidad debida al rey y atentar contra la virtud inherente a la sangre merovingia. En este sentido, aunque no hubiera desde e l principio un proyecto de desbancar a los merovingios, los carolingios van a realizar toda una obra propagandística que prestigia su dinastía a través de la sacralización de sus miembros, como Arnulfo y Gertrudis, y la magnificación de las virtudes bélicas de Pipino II y Carlos Martel.
La obra del fundador de la dinastía carolingia fue extraordinaria. Se la ha presentado como salvador de Europa frente al Islam y como restaurador del poder central franco. Estas afirmaciones son, sin duda, exageradas. La batalla de Poitiers no es sino la victoria sobre una de las razzias dirigidas por los musulmanes, y no implico la detención del avance islámico. Por lo que respecta a la reconstitución de una unidad franca cabe decir que, en todo caso este concepto debe entenderse dentro de los parámetros de la época, o sea atendiendo, en primer lugar, a que existía un único reino franco sobre el que se trataban de imponer una familia austrasiana y otras asociadas a ella. Por otra parte, las dificultades que sus sucesores tuvieron en Aquitania, Baviera y otras regiones, y la siempre presente amenaza de sublevación, ponen los límites a esa consolidación de un “poder central”. De hecho, los grandes éxitos militares y la ubicación de fieles en las diversas partes del reino no hicieron sino detener, por un tiempo, la constitución de territorios independientes gobernados por los magnates.
El cambio dinástico, que es conocido como el golpe de Estado de Pipino III, ha de entenderse como culminación de un proceso de crecimiento del poder del linaje de los mayordomos de palacio austrasianos frente al rey y al resto de la aristocracia franca. Mas también deben comprenderse los argumentos ideológicos que movilizó el apoyo que Pipino buscó en el papado para sacralizar su dinastía contrarrestando el carisma merovingio, debe considerarse como un medio efectico que pudiera limitar la respuesta del resto de la aristocracia franca, incluido Carlomán y su familia, ante la exclusión merovingia y la asunción de la monarquía por Pipino.
Pipino culminó el “golpe” mediante su sacralización por la unción. La unción regia era un rito que tenía como modelo la que recibían los reyes de Israel. Este rito, consistente en ungir con óleo santo al monarca, suponía una sacralización de su persona; convirtiendo en ungido del Señor y en nuevo David, elegido por Dios para guiar a su pueblo, su figura era inviolable y recibía la gracia divina que, en el caso franco, superaba el prestigio atribuido a los merovingios. La ceremonia fue llevada a cabo por los obispos francos.
La conquista por parte del rey lombardo Aistolfo del exarcado de Rávena, último baluarte bizantino en el norte de Italia, multiplicó los temores del papado. Esteban II solicitó entonces el apoyo de Pipino en el 753 y se dirigió a entrevistarse con el rey franco, llegando a Ponthion en la Epifanía. Sólo después de que se produjera una reunión del rey con sus proceres en la que éstos aceptaron realizar una campaña contra los lombardos, el Papa procedió a una segunda unción tuvo lugar precisamente en Saint Denis, el viejo centro de la realeza merovingia, exponente de sus devociones y el panteón real, que había sido reconvertido en núcleo de difusión de la influencia de la nueva dinastía. El Papa ungió a Pipino como rey patricio y a sus dos hijos, Carlos y Carlomán, prohibiendo, bajo pena de excomunión, que fuera elegido otro rey que no fuera de su descendencia.
Pipino realizó contra los lombardos dos campañas, en el 754 y 756, que permitieron el afianzamiento de la posición papal en Roma. Sin embargo, ni la muerte de Aistolfo, ni la victoria de Pipino y sus donaciones territoriales hicieron que el papado, amenazado por la política expansiva del nuevo rey lombardo Desiderio, se sintiera satisfecho y las quejas y llamadas de auxilio a los francos continuaron durante los siguientes años. A la hora de explicar esa falta de respuesta a las peticiones papales hay que considerar que los esfuerzos del Pipino estaban dirigidos a la expansión territorial.
Cuando el reino franco es visitado por embajadas de los abasíes y de Bizancio, con quien, a pesar de no reconocer sus derechos a los territorios conquistados a los lombardos, Pipino tuvo siempre buenas relaciones de intercambio de legaciones, el rey muere en el 768 siendo enterrado en Saint Denis.
A la muerte de Pipino, de nuevo, siguiendo el antiguo precedente merovingio, el reino franco se dividió entre sus dos hijos, Carlos y Carlomán, en un reparte bastante confuso. El reino de Carlos rodeaba el de Carlomán por su parte septentrional, formando un extenso arco desde el extremo oriental de Turingia, pasando por Frisia al norte, hasta la Novempopulana en el oeste, comprendiendo el noreste de Austrasia con el valle del Main, la zona del Rhin medio, Lieja, Herstal y las Ardenas, el norte de Neustria hasta el Oise y el bajo Loira y la parte occidental de Aquinania. Carlomán recibió la Septimania, el este aquitano, Provenza, Borgoña, el sur de Neustria, incluido Soisson, y de Austrasia, Alsacia y Alamania. Sus capitales quedaron situadas en dos ciudades muy próximas, Noyon para Carlos y Soissons para Carlomán.
Las tensiones entre los dos hermanos parece que estuvieron presentes desde el principio. En el 769, con motivo de una sublevación de los aquitanos y vascones contra Carlomagno, Carlomán no acudió en auxilio de su hermano. Estas dificultades, apenas suavizadas por su madre Bertrada, son las que explican la aproximación de Carlomagno al duque Tasilón de Baviera y al rey lombardo Desiderio, con una de cuyas hijas se comprometió en matrimonio. El rey lombardo, aliado por enlaces matrimoniales de sus hijas con Tasilón y Carlomagno, reforzaba sus pretensiones al control sobre Roma en donde pretendía imponer su poder.
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