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Mujer Calavera

wilsonguaman4 de Noviembre de 2012

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La polémica sobre los niveles de vida en la Revolución Industrial


La Revolución Industrial ha sido considerada el hecho más importante en la historia de la humanidad desde el Neolítico. Consistió en una serie de cambios que afectaron no sólo a la industria sino al conjunto de la actividad y la organización económica y social. A partir de ella aumentó la producción de todo tipo de bienes y cambió la forma de producirlos.
La familia y el taller que eran antes las unidades básicas de producción de bienes, fueron sustituidos por la fábrica, caracterizada por la concentración de obreros y el mayor volumen de producción debido a la utilización de máquinas.
Los historiadores no se ponen de acuerdo en una cuestión que es objeto de polémica desde fin es del siglo pasado: cómo influyó la Revolución Industrial a corto plazo en los niveles de vida de la clase trabajadora.
Hay una opinión pesimista, según la cual la Revolución Industrial fue una verdadera catástrofe social, que destruyó formas de vida tradicionales e impuso a grandes masas de población el traslado a las ciudades y unas condiciones de trabajo mucho peores que las que existían antes.
Los optimistas, por el contrario, opinan que la Revolución Industrial fue beneficiosa, no sólo a largo plazo, sino también para las personas que protagonizaron sus inicios. Afirman que no se deben idealizar las condiciones de vida en las comunidades rurales tradicionales y que, a pesar de la dureza de la sociedad industrial, ésta brindó trabajo y medios de promoción profesional a todo el mundo, deforma que aumentaron los salarios y los niveles de consumo de los trabajadores.
La polémica sigue hoy viva porque en ella se mezclan no sólo datos cuantitativos sobre niveles de salarios y de consumo, sino también puntos de vista y valoraciones diferentes sobre la forma de vida y trabajo en la sociedad industrial y capitalista.

La anorexia está de moda

Están de moda desde hace años las niñas esqueléticas y altísimas que sólo desde esa condición pueden exhibir debidamente las arbitrariedades de las pasarelas.


Sin esas niñas estiradas que crujen mientras se contonean el sindicato de la moda no podría lucir sus colorinches y marranadas, sus cursilerías versacescas, sus largos estuches sobreestimados por las revistas que viven del negocio y las mafias colaterales de la industria.
Y el negocio consiste, aunque parezca mentira, en que todo el mundo mire más a esos maniquíes cadavéricos a punto de desarbolarse y menos los detalles, muchas veces chirriantes, de una ropa que nadie ha visto ni verá en la calle ni en la percha de las niñas comunes de cada día. Y que tan sólo verá cruzando una alfombra roja a la hora de un Oscar o a la salida de una fiesta en algún Ritz.

Porque la ropa de esos desfiles es a la cotidianidad lo que un Maseratti a la autopista y sólo sirve para crear una atmósfera imposible de imitarse y un complejo de inferioridad que es parte crucial del negocio.

En efecto, la mayoría de las mujeres, expulsadas de la posibilidad de lucir como esas palmeras debilitadas que plagan Fashion TV, compran, para cobrarse la revancha, los perfumes, cosméticos y accesorios de la marca soñada. Ese es el verdadero rubro del negocio. Los desfiles sirven para marcar el territorio, abrir el apetito y producir el mecanismo de la emulación compulsiva.

En el comienzo del proceso están, entonces, las niñas de la lechuga y el tomate, la manzana y los tomates, el tomate y los melones, las niñas hiperactivas porque están llenas de estimulantes y sustitutos, las niñas de narices más que inauguradas (porque de alguna parte hay que sacar combustible para tanto viaje y tanta mala noche).

Muchas de ellas empiezan quitándose el alimento por miedo a perder el empleo –porque la mafia les hace saber que hay una cola de calaveras esperando

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