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Más Allá Del Bien Y El Mal


Enviado por   •  14 de Mayo de 2012  •  11.850 Palabras (48 Páginas)  •  1.049 Visitas

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Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999

Nota: Edición digital basada en la edición de Valencia, F. Sempere y Compañía, [ca. 1909].

Más allá del Bien y del Mal

Federico Nietzsche ; traducción de Pedro González-Blanco

http://www.cervantesvirtual.com/

Más allá del bien y del mal

Friedrich Nietzsche

Prólogo

Suponiendo que la verdad sea mujer, ¿no es fundada la sospecha de que todos los filósofos dogmáticos entendían poco de mujeres, y que su terrible seriedad y su curiosidad indiscreta no eran los medios más a propósito para cautivarlo? Lo cierto es que ella no se dejó pescar, y quedaron tristes y desalentados los pobres filósofos.

¡Si es que todavía están en pie! Porque hay seres burlones que pretenden que la dogmática está agonizando. Hablando en serio, hay motivos para creer que el dogmatismo, por mucho que se vista de frases solemnes y al parecer impenetrables, no ha sido más que un egregio juego de niños, y quizá está cercano el día en que se comprenda mejor cuán mezquinos son los cimientos de los edificios sublimes y almenados que los filósofos dogmáticos erigieron, alguna superstición que brotó en épocas prehistóricas (como la superstición del alma, que todavía hoy continúa, siendo fuente de lástimas, con la superstición del «sujeto» y del «yo»), quizá algún juego de palabras, quizá alguna sugestión gramatical, quizá una generalización audaz de hechos muy restringidos, muy personales, «humanos, demasiado humanos».

La filosofía de los dogmáticos fue promesa milenaria, como en tiempos más remotos la astrología, en cuyo servicio se gastó más dinero y trabajo, más perspicacia y paciencia de lo que se gasta hoy por cualquier ciencia positiva: a la astrología y a sus aspiraciones sobrenaturales debemos en el Asia y en el Egipto el estilo grandioso de la arquitectura. Parece como si todas las cosas grandes, para poderse imprimir con caracteres indelebles en el corazón humano, debieran pasar sobre la tierra primeramente bajo el aspecto de caricaturas monstruosas y espantables; una tal caricatura era la filosofía dogmática, por ejemplo, la doctrina de los Vedas en el Asia, el platonismo en Europa. No seamos ingratos; por más que necesitemos confesar que el peor, el más pertinaz y el más peligroso de los errores, fue precisamente la invención platónica del espíritu puro y del bien puro. Pero ya que hemos vencido este error, ya que la Europa respira aliviada de tal pesadilla, y que a lo menos puede dormir con sueño saludable, seamos nosotros, cuyo oficio es únicamente estar despiertos, seamos nosotros los herederos de toda la fuerza acumulada en la larga lucha contra aquel error milenario. Sería preciso volver boca abajo la verdad, repudiar el punto de vista y condición fundamental de la vida, para hablar hoy del espíritu y del bien como habla Platón. «¿De dónde tal enfermedad en la fruta más hermosa de los antiguos tiempos, en Platón? ¿Será que Sócrates la corrompió? ¿Será entonces Sócrates verdadero corruptor de la juventud? ¿Merecería en verdad la cicuta?» Pero la lucha contra Platón, o para decirlo de manera más inteligible y popular, la lucha contra la milenaria opresión clerical cristiana -ya que el cristianismo es un platonismo ad usum populi-, ha producido en Europa una tensión en los espíritus como jamás la hubo sobre la tierra (con un arco de tal manera tenso puede apuntarse a las metas más lejanas). Verdad es que para el europeo esta enorme tensión es causa de malestar; y ya dos veces se probó a aflojar el arco: la primera con el jesuitismo, la segunda con la propagauda

de las ideas democráticas. Pero gracias a la libertad de la prensa y a la lectura de periódicos, llegará el espíritu europeo a dormirse de tal modo que no sienta pesadillas. (Los alemanes inventaron la pólvora, ¡muy señores míos!... Pero inventaron la imprenta, ¡y aquí metieron la pata!) Pero nosotros, que no somos ni jesuitas, ni demócratas, ni siquiera bastante alemanes, sino que somos buenos europeos y espíritus libres, muy libres, nosotros sentimos aún toda la opresión del ánimo, poseemos toda la tensión del arco. Y quizá también la flecha, la habilidad... Y ¿quién sabe si la meta?...

Sils-María, Alta Engandina -Junio de 1885.

Capítulo I

Prejuicios de los filósofos

1. La voluntad de lo verdadero, que nos perderá todavía en muchas aventuras e ilusiones; esta famosa voluntad de la veracidad, tan venerada por todos los filósofos, ¡qué problemas no ha planteado! ¡Cuán curiosos, malignos y difíciles problemas! Es una historia ya muy larga, y sin embargo, ¿no parece de ayer? ¿Qué maravilla es que al fin nos hagamos desconfiados y perdamos la paciencia? ¿Qué maravilla que también nosotros hayamos aprendido de esta esfinge a proponer cuestiones y preguntas?

Pero ¿quién es el que pregunta? ¿Cuál es en nosotros la cosa que tiende a la verdad? Realmente, hemos vacilado mucho tiempo en preguntarnos la causa de esta voluntad, hasta tanto que nos vimos parados delante de una cuestión todavía más importante. Nos hemos preguntado cuál sería el valor de esta voluntad.

Dando por supuesto que nosotros queramos la verdad, ¿por qué no más bien la mentira, o la incertidumbre, o la ignorancia? ¿Se nos presentó a nosotros el problema del valor de la verdad, o es que nosotros fuimos en su busca? ¿Qué parte de nosotros es Edipo y qué parte de nosotros es la Esfinge? Esto es una cita de interrogaciones y de series de interrogaciones. Y sin embargo, ¡quién lo creyera! casi casi parece que hasta ahora no ha sido nunca propuesto el problema, que ahora le hayamos visto pesado y afrontado. Y en afrontarlo hay gran peligro, y se requiere una audacia quizá la mayor de todas.

2. ¿Cómo una cosa podría tener su origen en su contrario? Por ejemplo, ¿la verdad en el error? ¿La voluntad de lo verdadero en la voluntad de lo falso? ¿La acción desinteresada en el egoísmo? ¿La contemplación ascética, pura y radiante del sabio en el fango de la concupiscencia?

Tal origen es imposible; quien lo imagina es un insensato, es todavía algo peor; las cosas que tienen un valor supremo, han de tener otro origen propio; es imposible derivarlas de este mundo miserable, pasajero, seductor y engañador, de este laberinto de locuras y de bajos apetitos. En el seno del

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