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Percepcion

keydyzelaya18 de Julio de 2013

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Recuentos para

Demián

(Los cuentos que contaba mi analista)

Jorge Bucay

ÍNDICE

Prólogo

El elefante encadenado – Factor común – La teta o la leche - - El ladrillo boomerang – El verdadero valor del anillo – El rey ciclotímico – Las ranitas en la crema – El hombre que se creía muerto – El portero del prostíbulo – Dos números menos – Carpintería “El siete” – Posesividad – Torneo de canto - ¿Qué terapia es esta? – El tesoro enterrado – Por una jarra de vino – Solos y acompañados – La esposa sorda – ¡No mezclar! – Las alas son para volar - ¿Quién eres? – El cruce del río – Regalos para el maharajá – Buscando a Buda – El hachero esforzado – La gallina y los patitos – Pobres ovejas – La olla embarazada – La mirada del amor – Los retoños del ombú – El laberinto – El círculo del noventa y nueve – El centauro – Dos de Diógenes – Otra vez las monedas – El reloj parado a las siete – Las lentejas – El rey que quería ser alabado – Los diez mandamientos – El gato del ashram – El detector de mentiras – Yo soy Peter – El sueño del esclavo – La esposa del ciego – La ejecución – El juez justo – La tienda de la verdad – Preguntas – El plantador de dátiles – Autorrechazo.

Epílogo

A mi hija Claudia

Jorge Bucay, médico y psicoterapeuta gestáltico nació en Buenos Aires en 1949 y es autor del best seller “Cartas para Claudia”, una verdadera introducción al campo de la filosofía gestáltica.

En “Recuentos para Demián” nos sumerge en una cuidada antología de cuentos clásicos, mordernos o populares, seleccionados y reescritos por el autor para extraerles todo su contenido terapéutico.

A este “re-contar” se agrega la didáctica guía del autor que con la excusa de la trama, nos lleva de la mano por el camino de saber más sobre nosotros mismos.

El Doctor Bucay trabaja en Buenos Aires repartiendo su tiempo entre su tarea docente, su tarea literaria y su tarea asistencial. La tarea de “ayudador profesional” como a él mismo le gusta definirse.

Un ayudador – dice el autor – es alguien que ha leído un poco más que unos pocos sobre algunos pocos temas... y ha decidido compartirlo.

A las puertas del cielo llegaron un día cinco viajeras.

- ¿Quiénes son ustedes? – les preguntó el guardián del cielo.

- Somos – contestó la primera – La religión...

- La juventud... – dijo la segunda

- La comprensión... – dijo la tercera.

- La inteligencia... – dio la siguiente.

- La sabiduría – dijo la última.

- Identifíquense!! – ordenó el cancerbero.

Y entonces...

La religión se arrodilló y oró.

La juventud se rió y cantó.

La comprensión se sentó y escuchó.

La inteligencia analizó y opinó.

Y la sabiduría... contó un cuento

(tomado de una idea de Anthony de Mello, modificada por el autor)

PRÓLOGO

Hace algunos años escribí, sin darme cuenta, una serie de cartas que dirigía a una supuesta e imaginaria amiga llamada Claudia. Esa serie terminaba con una carta que obviamente era la última.

Algunos amigos que conocían este hobby y algunos pacientes que sobrevaloraban su contenido, hicieron que me decidiera a publicar lo que después se llamaría “CARTAS PARA CLAUDIA”..Sería muy difícil para mí expresar mi gratitud para con todos ellos: amigos y pacientes, a quienes les debo todos los placeres devenidos de las sucesivas ediciones de aquel libro.

Quizás sea por aquellas satisfacciones, quizás sea por vanidad, o quizás –lo dudo— sea porque finalmente haya encontrado algo más para decir... lo cierto es que hoy, cinco años después, vuelvo a sentarme ante una máquina de escribir para tipear esto que aquí empieza: quizás mi segundo libro.

En los últimos años, mi tarea como terapeuta ha ido variando más ostensiblemente que en toda la década anterior. Este viraje sucedió, como casi todas las cosas importantes de mi vida, sin que yo me diera acabada cuenta de lo que estaba sucediendo.

Un día, hablando con una colega con quien controlaba sus pacientes, noté que venían a mi memoria infinitos relatos, fábulas y anécdotas con las cuales yo explicaría a ese paciente a quien no conocía, su actitud de vida.

Me di cuenta de que, a solas con mis pacientes, había recurrido con frecuencia a esta manera de decir lo que deseaba.

Me di cuenta de cómo mis pacientes recordaban más mis relatos que mis interpretaciones, ejercicios, o comentarios.

Recordé el impacto profundo de los relatos del modelo Ericksoniano.

Me di cuenta, en suma, de que estaba utilizando cada vez más una poderosa arma didáctica y por supuesto terapéutica.

Esto que hoy comienzo a escribir es una pequeña antología de relatos antiquísimos algunos y contemporáneos otros, historias tradicionales de todas las culturas, frases y anécdotas más o menos conocidas a las cuales decidí sumar algunos sucesos de mi vida personal y unos pocos cuentos de mi propia inventiva, sumados a –como no podían faltar— algunas humoradas que me han contado y que repito a menudo (demasiado repito y demasiado a menudo), a mis “pacientes” pacientes.

Sólo para que no sea tan fácil leerlos, agregué al principio o final de cada relato (que a partir de ahora voy a llamar indiscriminadamente “cuentos”) uno o dos párrafos, ilustrando el uso que hago de estos cuentos en mi consultorio. No necesito aclarar, creo, que este uso es sólo un ejemplo y que la sabiduría encerrada en estos cuentos excede en mucho la aplicación supuestamente dada en estos relatos..Fue así, en la búsqueda de la manera de mostrar estos cuentos, que inventé a Demián, como alguna vez inventé a Claudia.

En realidad Demián ya estaba inventado. De hecho es mi hijo, el hermano mayor de Claudia. Y digo que lo inventé, porque ese es el nombre que le puse al supuesto paciente que se ve obligado –pobre— a soportar una y otra vez a ese terapeuta que se parece demasiado a mí..

EL ELEFANTE ENCADENADO

—No puedo –le dije— ¡NO PUEDO!

—¿Seguro? –me preguntó el gordo.

—Sí, nada me gustaría más que poder sentarme frente a ella y decirle lo que siento... pero sé que no puedo.

El gordo se sentó a lo Buda en esos horribles sillones azules de consultorio, se sonrió, me miró a los ojos y bajando la voz (cosa que hacía cada vez que quería ser escuchado atentamente), me dijo:

—¿Me permites que te cuente algo?

Y mi silencio fue suficiente respuesta.

Jorge empezó a contar:

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente:

¿Qué lo mantiene entonces?

¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a alguna tía por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado—

Hice entonces la pregunta obvia:

—Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.

La estaca era ciertamente muy fuerte para él.

Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre— que NO PUEDE.

Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.

Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

—Y así es, Demián. Todos somos un poco como ese elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas

...

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