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Proyecto la leyenda de bragado, un potro salvaje

gfpp30 de Enero de 2015

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PROYECTO

“LA LEYENDA DE BRAGADO,

UN POTRO SALVAJE”

En busca de la leyenda, recorremos la provincia de Buenos Aires

Para 4º año de la Enseñanza Primaria

LA LEYENDA DE BRAGADO

Por aquel entonces, iba a beber de las aguas de la gran laguna, un potro salvaje, increíblemente bello y desafiante, con sus crines al viento y su vistoso pelaje. Este tenía una mancha blanca en el vientre con forma braga.

Se cuenta que fueron muchos los intentos por apresar a este potro salvaje, pero el potro era bravo y defendía valientemente su libertad.

Sin embargo, finalmente llegó el día en que un grupo de gauchos de la zona lo acorraló sobre la margen de la laguna, en lo alto de una barranca.

Cuando el potro sintió que iba a perder su libertad, volvió la mirada a los captores desde lo más alto de la barranca y sin dudarlo, levantó sus manos, relinchó y se tiró al vacío quebrándose mortalmente.

Fue su grito de libertad. Desde entonces, esta historia sirve para el instinto de libertad que todos los seres vivos poseemos.

A partir de entonces, los gauchos se refirieron a la laguna como la Laguna del Bragado.

Y así fue conocida ya en 1776 por los buscadores de sal que pasaban por allí rumbo a las salinas grandes de La Pampa.

Años después, el Coronel Eugenio del Busto, puso ese nombre a la ciudad que fundó a las orillas de aquella mítica laguna.

El potro está hoy eternizado en el escudo oficial que identifica al Municipio de Bragado, así como en la Fiesta del Caballo que le rinde honor todos los años

La leyenda del Chingolo

"Allí donde el hombre construya una casa y plante un árbol", y si pones atención y curiosidad podrás comprobarlo con tus propios ojos y oídos, "el chingolo llega para hacerle compañía".

El chingolo frecuenta parques, jardines y lugares poblados en general, llegando incluso hasta los patios de las casas en procura de alguna miguita de pan. Es un pájaro confiado. También se lo puede ver en las zonas rurales, terrenos con arbustos, montes y costas de espejos de agua. Es inquieto y veloz en el vuelo.

Si observas su comportamiento te sorprenderás ya que en tierra camina a los saltitos, se acuesta más tarde que otros pájaros y se lo puede escuchar cantar ya muy avanzado el crepúsculo, cuando los otros ya duermen.

Es un ave de vida terrestre, dicen algunos. Estas peculiaridades y nuestro afán por compartir nuestras vivencias, han dado lugar a leyendas que van rescatando de la voz de la gente y sus recuerdos enseñanzas que trascienden lo cotidiano.

En la Provincia de Buenos Aires, Argentina, se cuenta una de ellas... El chingolo lleva en su cabecita un gorro como el de los presos. Y no sólo se acuesta tarde sino que además le gusta madrugar. ¨Está de pie al amanecer y lo primero que hace es saludar al alba cantando. Después sin ninguna prisa, se peina, se abrocha los botones del chaleco y sale del nido en busca del desayuno. Come unas semillas o un insecto; se limpia el pico; vuela hasta la rama de un árbol y vuelve a cantar. Y se pasa el día cantando. Ese es su oficio. Y lo hace bien".

Cuentan que ¨ese pajarito tan alegre y confiado y tan buen cantor, fue una vez un hombre grandote y forzudo. En el pueblo nadie lo quería; todos le tenían miedo. Los domingos paseaba por la plaza sacando pecho y provocando a la gente, porque era muy pendenciero. Le gustaba armar camorra y pelear. Cuando Chingolo llegaba a un baile, hasta los músicos temblaban. Quién lo ha visto y quien lo ve!

Una vez se detuvo frente a un templo que los vecinos habían construido con mucho sacrificio y cariño. -No me gusta -dijo- tiene el campanario muy puntiagudo. Y de puro caprichoso, lo volteó a puñetazos y a puntapiés.

Inmediatamente lo prendió la policía. Lo engrillaron y lo encerraron en un calabozo. Ahí se acabaron la fuerza y la soberbia. Y, poco a poco, se fue achicando. Una mañana, al despertar, se dio cuenta que no era un hombre sino un pájaro con plumas y alas. Voló y escapó por entre las rejas del calabozo pero todavía conserva los grilletes y el gorro de presidiario.¨

Pero las leyendas no terminan aquí y queremos contarles que los indios tehuelches tenían un especial aprecio por el chingolo, al que llamaban kien. Según narran fue el primero en colaborar con su gran héroe Elal, cuando recién nacido, su padre el gigante Noshteij quería matarlo. El chingolo avisó al cisne de cuello negro para trasladar a Elal a tierra firme y así ayudó a salvarlo.

En el mundo guaraní, la leyenda muestra otros matices: un día, ¨dorado y brillante, el chingolo se paseaba sobre una torre y caminaba picoteando aquí y allá algún grano que el viento ha traído hasta las alturas del edificio. A pesar de su tamaño, relativamente pequeño, se mantenía en equilibrio enfrentando el fuerte viento de las alturas. La torre, mohosa, que había soportado el paso de los siglos sin inmutarse se alzaba hacia el cielo. Y allí andaba el pájaro dorado con su paso elegante y el brillo inaudito de su plumaje. Su voz se elevaba en el aire de la tarde en un gorjeo enamorado y hacía alarde de gracia y vivacidad ante la mirada atenta de una pajarita, sin otro objetivo que el de impresionarla¨. Henchido de orgullo el chingolo dijo: “Si lo quisiera, derribaría esta torre de una sola patada”.

Pero la afirmación era en extremo exagerada... Y como reprimenda apareció una nube negra que se entrometió en la veleta y arrastró al chingolo en sus remolinos. Nada puedo hacer su fuerza y aparente poder. Su soberbia había recibido castigo, decían. El chingolo rodó por tierra malherido y sus plumas doradas se convirtieron en una mezcla de ceniza y tierra. Su bello gorjeo no apareció en su garganta y ya no puede sostenerse con gracia sobre sus finas patas. Desde entonces el chingolo se mueve con esos ridículos saltitos y se confunde con la tierra.¨

Se dice que en el partido de Lanús, Provincia de Buenos Aires, y más específicamente en el barrio de Monte Chingolo solía haber grandes variedades de estos pájaros, lo cual Datos:

LEYENDA DEL CERRO CENTINELA (TANDIL)

La leyenda cuenta una historia plagada de romanticismo, en los primeros tiempos del Fuerte que dio origen a la ciudad. Según ésta, los soldados que se aventuraban a alejarse de la fortaleza habían traído la noticia que una extraña jovencita, de piel blanca y hermoso porte, desaparecía con habilidad cuando se apercibía de ser observada. Su nombre era Amaiké y se decía que era hija de un hombre, ciertamente curioso en su aspecto, que a su vez había nacido de la unión de un gran cacique y su cautiva extranjera.

Los aborígenes respetaban a Amaiké como algo sagrado y los pobladores de los valles -susceptibles a la superstición- encontraban algo divino en aquella criatura misteriosa que pocas veces se alejaba de su choza, oculta entre rocas y el follaje.

Desde lo alto de una colina rocosa, un joven indio, gigante y fuerte solía contemplar inmóvil, horas enteras, hasta que el sol se perdía en el horizonte, a la espera de esa maravillosa aparición de la muchacha.

Al principio la miraba como a una diosa, encandilado y cauto a la distancia. Pero más adelante saltaba a su encuentro ganando de a poco, con su destreza y arrogancia, la confianza de Amaiké. El amor los iba atando firmemente y en sus lazos se entragaban con la ilusión de sus vidas en flor.

Sin embargo, en la población del fuerte, la leyenda de la joven hizo que dos soldados fueran en su busca para confirmar a los parroquianos de un bodegón que eran capaces de capturarla. Y así lo hicieron. A pesar de defenderse con coraje y decisión Amaiké fue apresada y llevada rumbo al fuerte por sus rústicos captores.

Amante de la libertad, en un último intento, Amaiké aprovechó un descuido e intentó una desesperada fuga, aún a costa de las ligaduras que mantenían sus manos atadas.

En la impenetrable oscuridad de la noche, un chapalear del agua del profundo foso del fuerte hizo suponer que había caído a él, muriendo en su intento por huir.

Su recuerdo no tardó en apagarse y su existencia fue atribuida sólo a la leyenda. Pero, en lo alto de la colina, por los días y los días, el atlético indio que aguardaba siguió firme en su mirador, con la esperanza ya vana, de volverla a ver. Su figura se hizo habitual para quienes dirigían la mirada hacia la colina. Su obstinada quietud, lo hacía semejar a una roca, desafiante a los vientos, las lluvias y los intrusos.

No se sabe en qué momento, a raíz de qué milagro de su quietud eterna, llegó a convertirse en una verdadera piedra. Y hoy, desde lo alto de la sierra, como un misterioso vigía de la comarca, se yerge firme, arrogante y siempre con ese extraño desafío, la enorme mole denominada justamente "El Centinela".

La Piedra Movediza

El puma, el Sol y la Luna

Era el principio de los tiempos. El Sol y la Luna eran marido y mujer: dos dioses gigantes, tan buenos y generosos como enormes eran. El Sol era el dueño de todo el calor y la fuerza del mundo; tanto era su poder que de sólo extender los brazos la tierra se inundaba de luz y de sus dedos prodigiosos brotaba el calor a raudales. Era el dueño absoluto de la vida y de la muerte. Ella, la Luna, era blanca y hermosa. Dueña de la sabiduría y el silencio; de la paz y la dulzura. Ante su presencia todo se aquietaba. Andando por la tierra crearon la llanura: una inmensa

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