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Prólogo

diana_2465Tesis16 de Mayo de 2015

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Prólogo…

La siguiente antología está basada en las distintas obras literarias que surgieron durante el renacimiento con el objetivo de informar a cada uno de los integrantes de la sociedad, sobre algunas de estas importantes y la mayoría de ellas muy famosas obras.

En esta antología se recopilaron pequeños fragmentos, los cuales se encuentran ordenados de acuerdo a los años en los que se desarrollaron, escribieron o publicaron estas obras. Durante el año 1200 surgió el primero de ellos el “Mio Cid” el cual está casi completo, ya que es considerada la primera obra narrativa extensa de la literatura española cuyo autor es anónimo, “la celestina” que fue escrita por Fernando Rojas a finales del siglo XV cerca de 1499 (aunque su mayor difusión fue durante el siglo XVI, “el Amadís de Gaula” escrita en 1492 y publicada en 1508 cuyo autor es Garci Rodríguez Montalvo, “el Abencerraje”, novela morisca anónima escrita entre los años 1558 y 1589, “Lazarillo de Tormes” novela de autor anónimo escrita en 1554, “la Galatea” novela pastoril escrita por Miguel Cervantes escrita en 1585, “la Arcadia” novela pastoril escrita en 1598 por Lope de Vega, y por último se encuentra el famoso libro “el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, de la cual la primera parte se publicó en 1605 y la segunda en 1615.

Se invita a toda la sociedad a leer esta gran antologia

Del mio cid (fragmento) (fines del siglo XII y principios del XIII)

Cantar tercero

La afrenta de Corpes

[En el segundo Cantar, el Cid continuó sus campañas y conquistó Valencia. Todos sus hombres ya eran muy ricos. Como símbolo de su honor, el Cid dejó crecer su barba. Su éxito causó que García Ordóñez sintiera envidia, y que a los Infantes de Carrión les aumentara su codicia. Éstos pensaron casarse con las hijas del Cid: Elvira y Sol. La esposa de Rodrigo, Jimena y las hijas se reunieron con éste en Valencia. Hubo más batallas y al Cid le gustó que su familia pudiera verle luchar. Puesto que el Cid había ganado tanto, el Rey Alfonso lo perdonó y propuso el matrimonio entre sus hijas y los Infantes. Al Cid no le gustó la idea pero aceptó con tal que el Rey se tomara la responsabilidad por estos casamientos. Ya en el tercer cantar, los Infantes se han casado con las hijas del Cid y viven con sus hombres. Un día, un león que tenían se escapó de su jaula.]

112

En Valencia estaba el Cid y los que con él son;

con él están sus yernos, los infantes de Carrión.

Echado en un escaño, dormía el Campeador,

cuando algo inesperado de pronto sucedió:

salió de la jaula y desatóse el león.

Por toda la corte un gran miedo corrió;

embrazan sus mantos los del Campeador

y cercan el escaño protegiendo a su señor.

Fernando González, infante de Carrión,

no halló dónde ocultarse, escondite no vio;

al fin, bajo el escaño, temblando, se metió.

Diego González por la puerta salió,

diciendo a grandes voces: «¡No veré Carrión!»

Tras la viga de un lagar se metió con gran pavor;

la túnica y el manto todo sucios los sacó.

En esto despertó el que en buen hora nació;

a sus buenos varones cercando el escaño vio:

«¿Qué es esto, caballeros? ¿ Qué es lo que queréis vos?»

«¡Ay, señor honrado, un susto nos dio el león».

Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó,

el manto trae al cuello, se fue para el león;

el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó

que, bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló.

Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió,

lo lleva por la melena, en su jaula lo metió.

Maravillados están todos lo que con él son;

lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó.

Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló;

aunque los está llamando, ninguno le respondió.

Cuando los encontraron pálidos venían los dos;

del miedo de los Infantes todo el mundo se burló.

Prohibió aquellas burlas mío Cid el Campeador.

Quedaron avergonzados los infantes de Carrión.

¡Grandemente les pesa esto que les sucedió!

Fernando De Rojas La Celestina (fragmento) (1499)

" Suelen los que de sus tierras absentes se fallan considerar de qué cosa aquel lugar donde parten mayor inopia o falta padezca para con la tal servir a los conterráneos, de quien en algún tiempo beneficio recebido tienen; y viendo que legítima obligación a investigar lo semijante me compelía para pagar las muchas mercedes de vuestra libre liberalidad recebidas, asaz vezes retraído en mi cámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores y my juyzio a bolar, me venía a la memoria no sólo la necessidad que nuestra común patria tiene de la presente obra por la muchedumbre de galanes y enamorados mancebos que posee, pero aun en particular vuestra mesma persona, cuya juventud de amor ser presa se me representa aver visto y dél cruelmente lastimada, a causa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos, las quales hallé esculpidas en estos papeles, no fabricadas en las grandes herrerías de Milán, mas en los claros ingenios de doctos varones castellanos formadas. Y como mirasse su primor, su sotil artificio, su fuerte y claro metal, su modo y manera de lavor, su estilo elegante, jamás en nuestra castellana lengua visto ni oído, leílo tres o quatro vezes, y tantas quantas más lo leía, tanta más necessidad me ponía de releerlo y tanto más me agradava, y en su processo nuevas sentencias sentía. Vi no sólo ser dulce en su principal ystoria o fición toda junta, pero aun de algunas sus particularidades salían delectables fontezicas de filosophía, de otros agradables donayres, de otros avisos y consejos contra lisongeros y malos sirvientes y falsas mugeres hechizeras. "

Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (fragmento)(1508)

" Partido el rey Perión de la Pequeña Bretaña, como ya se os contó, de mucha congoja era su ánimo atormentado, así por la gran soledad que de su amiga sentía, que mucho de corazón la amaba, como por el sueño que ya oísteis que en tal sazón le sobreviniera. Pues llegado en su reino envió por todos sus ricos hombres y mandó a los obispos que consigo trajesen los más sabedores clérigos que en sus tierras había, esto para que aquél sueño le declarasen. Como sus vasallos de su venida supieron, así los llamados como muchos de los otros, a él se vinieron con gran deseo de lo ver, que de todos era muy amado y muchas veces eran sus corazones atormentados, oyendo las grandes afrentas en armas a que él se ponía, temiendo de lo perder, y por esto deseaban todos tenerlo consigo, mas no lo podían acabar, que su fuerte corazón no era contento sino cuando el cuerpo ponía en los grandes peligros. El rey habló con ellos en el estado del reino y en las otras cosas que a su hacienda cumplían, pero siempre con triste semblante de que a ellos gran pesar redundaba, y despachados los negocios, mandó que a sus tierras se volviesen, e hizo quedar consigo tres clérigos que supo que más sabían en aquello que él deseaba, y tomándolos consigo se fue a su capilla, y allí en la hostia sagrada les hizo jurar que en lo que él les preguntase verdad le dijesen, no temiendo ninguna cosa por grave que se le mostrase. Esto hecho mandó salir fuera al capellán y él quedó solo con ellos. Entonces les contó el sueño como es ya divisado y dijo que se lo soltasen lo que de ello podía ocurrir. El uno de éstos, que Ungan el Picardo había de nombre, que era el que más sabía, dijo:

—Señor, los sueños es cosa vana y por tal deben ser tenidos, pero pues os place que en algo este vuestro tenido sea, dadnos plazo en que lo ver podamos. —Así sea —dijo el rey—, y tomad doce días para ello.

Y mandólos apartar que se no hablasen ni viesen en aquel plazo. Ellos echaron sus juicios y firmezas cada uno como mejor supo y llegado el tiempo viniéronse para el rey, el cual tomó aparte a Alberto de Campania y díjoles:

—Ya sabéis lo que me jurasteis, ahora decid.

—Pues vengan los otros —dijo el clérigo—, y delante de ellos lo diré. —Vengan, dijo el rey, e hízolos llamar. Pues siendo así todos juntos, aquél dijo:

—Señor, yo te diré lo que entiendo. A mí parece de la cámara que era bien cerrada y que viste por la menor puerta de ella entrar, significa estar éste tu rey no cerrado y guardado, que por alguna parte de él te entrara alguno para te algo tomar y así como la mano te metía por los costados y sacaba el corazón y lo echaba en un río, así te tomará villa o castillo y lo pondrá en poder de quien haber no lo podrás.

—¿Y el otro corazón —dijo el rey—, que decía que me quedaba y me lo haría perder sin su grado?

—Eso —dijo el maestro—, parece que otro entrará en tu tierra y te tomará lo semejante, más constreñido por fuerza de alguno que se lo mande que de su voluntad, y en este caso no sé, señor, que más os diga.

El rey mandó al otro, que Antales había nombre, que dijese lo que hallaba. Él otorgó en todo lo que el otro había dicho:

—Sino tanto que mis suertes me muestran que es ya hecho, y por aquél que te más ama y esto me hace maravillar, porque aún ahora no es perdido nada de tu reino, y si

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