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RESUMEN DEL LIBRO HOMBRE MEDIOCRE


Enviado por   •  18 de Marzo de 2013  •  2.209 Palabras (9 Páginas)  •  2.228 Visitas

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Capitulo 1: VII. LA VULGARIDAD: Los hombres se vulgarizan cuando reaparece en su carácter lo que fue la mediocridad en las generaciones ancestrales: los vulgares son mediocres de razas primitivas: habrían sido perfectamente adaptados en sociedades salvajes, pero carecen de la domesticación que los confundiría con sus contemporáneos. La vulgaridad es el blasón nobiliario de los hombres ensorbesidos de su mediocridad; la custodian como al tesoro el avaro. Pone su mayor jactancia en exhibirla, sin sospechar que es su afrenta.Estalla inoportuna en la palabra o en el gesto, rompe en un solo segundo el encanto preparado en muchas horas, aplasta bajo su zarpa toda eclosión luminosa del espíritu.Incolora, sorda, ciega, insensible, nos rodea y nos acecha; deleitase en lo grotesco, vive en lo turbio, se agita en las tinieblas. La conducta, en sí misma, no es distinguida ni vulgar; la intención ennoblece los actos los eleva, los idealiza y, en otros casos determina su vulgaridad. Puestos a elegir, nunca seguirán el camino que les indique su propia inclinación, sino que se les marcaría el calculo de sus iguales. Ignoran que toda grandeza de espíritu exige la complicidad del corazón los ideales irradian siempre un gran calor; sus prejuicios, en cambio son fríos, por que son ajenos. Un pensamiento no fecundado por la pasión es como los soles de invierno; alumbran pero bajo sus rayos se puede morir helado. Los hombres que vivieron en perpetuo florecimiento de virtud, revelan con su ejemplo que la vida puede ser intensa y conservarse digna; dirijirce a la cumbre, sin encharcarse en lodazales tortuosos; encresparce de pasión tempestuosamente, como el océano sin que la vulgaridad enturbie las aguas cristalinas de la ola, sin que el rutilar de sus fuentes sea opacado por el limo. La mediocridad es el complejo velamen de las sociedades, las resistencias que estas oponen al viento para utilizar su pujanza.

LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL: capítulo 2:

I. EL HOMBRE RUTINARIO: Las ciencias, el heroísmo, las originalidades, los inventos, la virtud misma, parecerles instrumentos del mal, en cuanto desarticularlos resortes de sus errores: como en los salvajes en los niños y en las clases incultas. Los prejuicios son creencias anteriores ala observación; los juicios exactos o erróneos son consecutivos a ella, todos los individuos poseen hábitos mentales; los conocimientos adquiridos facilitan los venideros y marcan su rumbo .En cierta medida nadie puede substraerles. No son exclusivos de los hombres mediocres, pero en ellos representan siempre una pasiva obsecuencia al error ajeno. La ignorancia es su verdugo, como lo fue la otrora del siervo y lo es aun del salvaje; ella los hace instrumentos de todos los fanatismos, dispuestos a las domesticidades incapaces de gestos dignos. Enviarían en comisión a un lobo y un cordero, sorprendiéndose sinceramente si el lobo volviera solo. Carecen de buen gusto y de aptitud para adquirirlo. Su incapacidad de meditar acaba por convencerles de que no hay problemas difíciles y cualquier reflexión paréceles un sarcasmo; prefieren confiar en su ignorancia para adivinarlo todo, basta que un prejuicio sea inverosímil para que lo acepten y lo difundan; cuando creen equivocarse podemos jurar que han cometido la imprudencia de pensar.la tolerancia de los ideales ajenos es virtud suprema en los que piensan. Es difícil para los semicultos; inaccesible. Exige un perpetuo esfuerzo de equilibrio ante el error de los demás; enseña a soportar esa consecuencia legitima de la falibilidad de todo juicio humano: El que se ha fatigado mucho para formar sus creencias, sabe respetar la de los demás.

Los hombres rutinarios desconfían de su imaginación santiguándose cuando esta les atribula con heréticas tentaciones reniegan de la verdad y de la virtud si ellas demuestran el error de sus prejuicios muestran grave inquietud cuando alguien se atreve a perturbarlos. Astrónomos hubo que se negaron a mirar el cielo a través del telescopio, temiendo ver desbaratados sus errores más firmes.

II. LOS ESTIGMAS DE LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL: Si de esto dedujéramos que quien no piensa no existe, la conclusión le desternillaría de risa, las mediocracias exigen de sus actores cierta seriedad convencional, que da importancia en la fantasmagoría colectiva. Los exitistas lo saben; se adaptan a ser esas vacuas * personalidades de respeto *, certeramente acribilladas por Stirner y expuestas por Nietzsche a la burla de todas las posteridades. Platón y Aristóteles con grandes togas y como personajes graves y serios. Eran buenos sujetos, que jaraneaban, como los demás, en el seno de la amistad. Escribieron sus leyes y sus retratos de política para distraerse y divertirse; era la parte menos filosófica de su vida. Las más filosóficas era vivir sencilla y tranquilamente .El hombre mediocre que renunciara a su solemnidad, quedaría desorbitado; no podría vivir el hombre que acepta esa máscara hipócrita renuncia a vivir más de lo que permiten sus cómplices. Hay, es cierto, otra forma de modestia, estimable como virtud legitima: es el afán decoroso de no gravitar sobre los que nos rodean, sin declinar por ello la más leve partícula de nuestra dignidades temor de comprometerse les lleva a simpatizar con un precavió escepticismo. Bueno es desconfiar del Hipócrita que elogia todo y del fracasado que todo lo encuentra detestable; pero es cien veces menos estimable el hombre incapaz de un sí y de un no, el que vacila para admirar lo digno y execrar lo miserable.

III. LA MALEDICENCIA: Los mediocres, lo mismo que los imbesiles, serian acreedores a esa amable tolerancia mientras se mantuvieran a la capa; cuando renuncian a imponer sus rutinas son sencillos ejemplares del rebaño humano, siempre dispuestos a ofrecer su lana a los pastores. Desgraciadamente, suelen olvidar su inferior jerarquía y pretenden tocar la zampoña, con la irrisoria pretensión de sus desafinamientos. La envidia la precede; el engaño la hipocresía la acompaña. Todas las pasiones viles y traidoras suman su esfuerzo para el triunfo del mal. El arrepentimiento mira de través hacia el opuesto extremo, donde esta como siempre sola y desnuda, la verdad; contrastando con el salvaje ademán de sus enemigas, ella levanta su índice al cielo en un tranquila apelación a la justicia divina. la ironía es la perfección del ingenio, una convergencia de intención y de sonrisa aguda, en la oportunidad y justa en la medida; es un cronometro, no anda mucho, si no con precisión. Eso lo ignora el mediocre. La eficacia de la difamación arraiga en la complacencia tacita de quienes la escuchan, en la cobardía colectiva de cuantos pueden escucharla sin indignarse; moriría si ellos no le hicieran una atmósfera vital.

IV.EL SENDERO DE LA GLORIA: Es despreciable todo cortesano de la mediocracia en que vive; triunfa humillándose,

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