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Religiosidad Popular

wolfgang.ac22 de Noviembre de 2012

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Cuando hablamos de “religiosidad popular” unimos dos palabras. La “religiosidad” equivale a la práctica y esmero en cumplir las obligaciones religiosas. Y la religión, como virtud, mueve a dar a Dios el culto debido. “Popular” es lo relativo al pueblo; lo que es peculiar de él o procede de él; es decir, lo que viene de la gente común.

Las personas más formadas en la fe pueden experimentar una cierta repulsa hacia esta forma de religión. Parecería, en principio, una realidad a superar, un modo insuficiente de vivir la entrega a Dios; la escucha y la obediencia, que son características de la fe.

Las grandes disyuntivas no siempre son aconsejables. Muchas veces no se trata de “o esto o lo otro”, sino de “esto y lo otro”. En la historia de la espiritualidad cristiana se constata que grandes movimientos de renovación han ido unidos a la promoción de la piedad del pueblo. Los benedictinos, por ejemplo, fomentaron la devoción a los santos, a los nombres de Jesús y de María, o las misas por los difuntos. Los franciscanos divulgaron la devoción a la pasión de Jesús, al “Via Crucis” o al Belén.

El Cardenal Pironio vinculaba religiosidad popular e inculturación. La religiosidad popular es “la manera en que el cristianismo se encarna en las diversas culturas y estados étnicos, y es vivido y se manifiesta en el pueblo”.

La gran tentación de la religiosidad popular es la superstición. Pero la superstición es una deriva indeseada de lo religioso. Una deriva menos anti-religiosa que el ateísmo o el indiferentismo. Aunque, naturalmente, una deriva que debe ser corregida. Pero no necesariamente la religiosidad popular ha de caer en la superstición.

El pueblo necesita expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica, imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Sin olvidar la necesidad de la penitencia y de la conversión.

Dios está lejos y a la vez está cerca. Algo de esto se percibe en la religiosidad popular. La Iglesia debe velar para purificar, fortalecer y elevar todas estas manifestaciones de fe (cf “Lumen gentium”, 13), atendiendo a la capacidad que este tipo de vivencia posee para mantener abierto el puente, o el paso, a la trascendencia.

No es bueno que decaiga la vida devocional. Máxime si las devociones no son sustituidas por nada. El itinerario habitual no es dejar los “primeros viernes” por la recitación diaria de la Liturgia de las Horas. No, el paso habitual ha sido abandonar los “primeros viernes” por la nada.

Pablo VI decía que la religiosidad popular “puede producir mucho bien”. Y la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos publicó, en su día, un “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” (2002) cuya consulta nos sigue pareciendo de gran interés.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica

NRO.1674 Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc.(cf. Cc. de Nicea II)

NRO. 1675 Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen: "Pero conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (SC 13).

NRO.1676 Se necesita un discernimiento pastoral para sostener y apoyar la religiosidad popular y, llegado el caso, para

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