Sensibilización Turística
elernesto8 de Febrero de 2012
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México, Distrito Federal I Julio-Agosto 2008 I Año 3 I Número 15 I Publicación Bimestral
ARQUITECTURA VERNÁCULA Y TURISMO: ¿IDENTIDAD PARA QUIÉN?∗1
Mari-Jose Amerlinck
Departamento de Estudios en Cultura Regional,
Universidad de Guadalajara
INTRODUCCIÓN ste artículo critica la postura que tiende a prevalecer en la actualidad, de conservar el patrimonio arquitectónico tradicional, popular o vernáculo, con el objetivo fundamental de promover el turismo. Se sustenta esta crítica en relación a dos programas de promoción turística: el de Pueblos Mágicos en México y el de rutas o itinerarios culturales en Andalucía. No se trata de comparar una región española mayor que el mexicano estado de Chiapas, pero menor que el de Oaxaca, con México, país más de 22 veces más extenso que ella, aunque con menos recursos destinados a fines de conservación patrimonial y de fomento al turismo, y tal vez, menos visión política. Simplemente estos dos casos sirven como pretexto de reflexión de dos cuestiones relacionadas entre sí: patrimonio e identidad. E
Éstos son conceptos muy ligados, pues en ambos existe la noción de pertenencia y de propiedad o apropiación, el sentido de que lo que uno tiene ayuda a definir lo que se es y cómo no se puede tener identidad, lo que nos hace ser lo que somos y no otro, sin contar con algún punto de referencia espacial y, más precisamente, arquitectónico, se trata de profundizar en la identidad que comunica la arquitectura tradicional o vernácula. Lo segundo, es que si esta arquitectura, en tanto bien patrimonial, comunica y da identidad en un sentido semejante a cómo lo hace la cultura, ¿a quién lo hace? El ámbito de acción rebasa el de constructores y usuarios de esa arquitectura, para incluir a otros actores y espectadores. Aquí apenas se esbozan algunas reflexiones para mostrar la complejidad que requiere responder a tal pregunta.
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∗ Nota a la presente edición: este artículo está en prensa en Los nuevos objetos culturales en Iberoamérica, Celia del Palacio, Coord. Universidad de Guadalajara y Universidad Veracruzana. En un número dedicado a las tradiciones y culturas populares, dentro de las que rara vez se considera a la arquitectura, espero quede claro que el patrimonio es más para conservarlo y mantenerlo vivo, que para exhibirlo.
1 Una versión abreviada de este artículo fue presentada como ponencia en la mesa “Prácticas identitarias y cultura” del VII Coloquio de Estudios de la Cultura, Estudios Culturales en Iberoamérica: Los nuevos objetos culturales. Feria Internacional del Libro, Guadalajara, Jalisco, México, 30 de noviembre de 2006. Agradezco a Celia del Palacio la invitación a participar en ese foro, a Gabriela Gómez su tarea de coordinación, a Juan Fernando Bontempo sus comentarios al texto y a algunos de los participantes sus agudas preguntas tras escuchar la ponencia.
TRADICIONES Y CULTURAS POPULARES
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LA NOCIÓN DE PATRIMONIO Y LA ARQUITECTURA VERNÁCULA
A mediados del siglo pasado, en el periodo de posguerra, surgió el interés multinacional en la identificación, protección, conservación y rehabilitación de los bienes históricos patrimoniales, auspiciado por organismos internacionales como UNESCO, al que se fueron uniendo organizaciones no gubernamentales como ICOMOS (siglas en inglés del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios de la UNESCO), y gubernamentales como, en nuestro país el INAH y el INBA, actualmente unidos bajo CONACULTA. El interés en establecer cuál es y cómo conservar el patrimonio cultural nacional, tiene sus antecedentes en el siglo XIX y está vinculado a la creación de Estados nacionales. Estos estados habían abierto museos para resguardar objetos, y aplicaron el mismo concepto de conservación museística a los bienes inmuebles, en particular a cierto tipo de manifestaciones arquitectónicas, históricas y artísticas, mismas que deberían ser valoradas y protegidas, aunque no cupieran en el museo por ser parte del entorno construido (Lombardo de Ruiz, 1993). Como en sus orígenes este concepto de patrimonio se aplicó a grandes obras de arte y monumentos (templos, palacios, centros ceremoniales, así como objetos pertenecientes a grupos elevados en la escala social) no presentó mayor problema. Incluso el acta constitutiva de la UNESCO en 1948 señala como una de sus funciones la de "cuidar la conservación y la protección del patrimonio universal de las obras de arte y los monumentos de interés social o científico" (cit. en Díaz Berrio, 1993: 350).
Sin embargo, este concepto museístico del patrimonio cultural manifestaba una limitación fundamental: sólo se consideraba como patrimonio aquellos testimonios de grupos dominantes y de alto nivel en la escala social o bien ejemplos de alta cultura, dejando fuera toda manifestación popular. En consecuencia, quedaba necesariamente excluida de la noción de patrimonio, lo que aquí interesa: la arquitectura vernácula, tradicional o indígena.
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382 Todas las sociedades y grupos humanos tienen la capacidad de generar cultura, y lo importante no es determinar su nivel o gradación, sino comprender cómo funciona ese patrimonio, cómo comunica y da identidad. Una consecuencia de la creciente tendencia a concebir en este sentido antropológico el patrimonio arquitectónico y urbano, es ir más allá del monumento u obra aislada de su contexto, para incluir otros inmuebles o conjuntos de carácter histórico tales como una plaza pública, un barrio o una ciudad, así como los paisajes e itinerarios culturales, y otras manifestaciones de apropiación y dominio espacial no necesariamente elitistas. Este cambio requiere de un nuevo enfoque teórico y conceptual, con el fin de comprender no ya una obra en su contexto,
Una concepción tan limitada del patrimonio cultural estaba ligada al uso, entonces más generalizado que ahora, del concepto no antropológico de cultura en su acepción restringida de “alta cultura” o “cultura de la elite,” que se circunscribe al refinamiento educativo, al desarrollo artístico, estético e intelectual. Es natural que un concepto así diferencie entre pueblos, personas y bienes culturales y no culturales. En cambio, cuando se concibe al patrimonio bajo el concepto antropológico de cultura, definida como la capacidad de producir y transmitir un conjunto de símbolos, valores, habilidades, conocimientos, significados, formas de comunicación, organización social y bienes materiales que hacen posible la vida en una sociedad determinada, y le permiten transformarse y reproducirse como tal, de una generación a la siguiente, se vuelve imposible valorar ciertas creaciones, a expensas de otras.
TRADICIONES Y CULTURAS POPULARES
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sino el contexto mismo, el entorno todo.
Como en sentido antropológico, hablar de patrimonio cultural es un pleonasmo (Amerlinck y Bontempo, en prensa), parte de este nuevo enfoque sería abandonar tal noción, no sólo por ser redundante, sino porque está a su vez impregnada de la visión occidental, que hace una diferenciación entre lo “natural” y lo “cultural,” cuando lo que existe en los lugares ahora reconocidos como “patrimoniales,” es un entorno de vida. Se trata pues de comprender un espacio existencial.
Por otra parte, cuando en 1972, la 17ª Conferencia General de la UNESCO estableció los lineamientos para la protección del patrimonio cultural y natural, mediante la declaratoria de objetos y sitios, patrimonio no de un país o pueblo sino de la humanidad toda, se señaló la necesidad de conservarlos con métodos científicos y modernos, e hizo hincapié en el desarrollo de estudios e investigaciones científicas sobre esos patrimonios. Seis años después, en 1978 se dieron las primeras declaraciones de sitios patrimoniales. España se incorporó en 1984, con 5 sitios, entre ellos dos ciudades andaluzas, y México en 1987 con 4 sitios arqueológicos y dos centros históricos (Touring Club Italiano 1988; García-Bárcena 1993: 175).
Paralelamente a las declaratorias de Patrimonio de la Humanidad y a la ampliación del contenido del concepto de patrimonio cultural, los Estados han ido reconociendo la importancia de que prevalezca una visión científica frente a la anterior visión elitista y romántica.
Andalucía y México comparten la existencia de pueblos campesinos, cuya constante presencia a lo largo de siglos, a veces callada, otras tumultuosa, les ha permitido conservar muchas de sus costumbres, creencias, rituales y valores a pesar de la sangría de las rebeliones, la emigración y el exilio, sufrida en ambas regiones. Estos pueblos han creado, por tradición, una arquitectura autóctona y regional que se conoce y adjetiva como “vernácula,” cuyo interés principal radica en las construcciones domésticas ligadas a modos tradicionales de vida y a nichos ecológicos específicos, generalmente inmersos, por su condición campesina en la vida rural, pero que en la actualidad rebasan ya ese entorno.
Paul Oliver, quien tal vez sea el más prominente estudioso de la arquitectura vernácula, la ha definido como aquella arquitectura construida por la gente para la gente (Oliver 1997: I,). A nivel mundial esta arquitectura está dejando de ser percibida como reliquia de un pasado romántico, pobre o subdesarrollado, según se vea, para recibir cada vez más atención como bien patrimonial, o sea como algo que merece ser cuidado y protegido. En 1996 la “Carta del Patrimonio Vernáculo Construido” del ICOMOS, afirmaba que ésta
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