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Cultura Turistica

canon27 de Julio de 2012

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Cultura Turística

Unidad II TURISMO Y CULTURA

2.1 VALORES

Los valores son convicciones profundas de los seres humanos que determinan su manera de ser y orientan su conducta.

La solidaridad frente a la indiferencia, la justicia frente al abuso, el amor frente al odio.

Los valores involucran nuestros sentimientos y emociones.

Cuando valoramos la paz, nos molesta y nos hiere la guerra.

Cuando valoramos la libertad nos enoja y lacera la esclavitud.

Cuando valoramos el amor y lastima el odio.

Valores, actitudes y conducta están relacionados.

Los valores son creencias o convicciones de que algo es preferible y digno de aprecio. Una actitud es una disposición a actuar de acuerdo a determinadas creencias, sentimientos y valores. A su vez las actitudes se expresan en comportamientos y opiniones que se manifiestan de manera espontánea.

Los valores más importantes de la persona forman parte de su identidad. orientan sus decisiones frente a sus deseos e impulsos y fortalecen su sentido del deber ser.

Por ejemplo, una maestra responsable hará todo lo que esté en sus manos para que sus alumnos alcancen los objetivos educativos del ciclo escolar, se sentirá mal consigo misma si por razones claramente atribuidas a ella, los niños no reciben las oportunidades de aprendizaje que debieran. Solo sentimos pesar al hacer algo incorrecto cuando el valor en cuestión es parte de nuestro ser.

Los valores se aprenden desde la temprana infancia y cada persona les asigna un sentido propio.

cada persona, de acuerdo a sus experiencias, conocimientos previos y desarrollo cognitivo, construye un sentido propio de los valores. Aunque a todos nos enseñen que la honestidad es algo deseable, y aunque todos lo aceptamos como cierto, la interpretación que haremos de este valor, el sentido que le encontraremos en nuestra vida, será diferente para cada persona.

Los valores y su jerarquización pueden cambiar a lo largo de la vida.

Los valores están relacionados con los intereses y necesidades de las personas a lo largo de su desarrollo.

Los valores de los niños pequeños están definidos en buena medida por sus necesidades de subsistencia y por la búsqueda de aprobación de sus padres: sustento biológico, amor filial.

Los adolecentes guían sus valores personales por su necesidad de experimentación y autonomía: amistad, libertad.

Mientras que en la edad adulta se plantean nuevas prioridades: salud, éxito profesional, responsabilidad.

Algunos valores permanecen a lo largo de la vida de las personas.

2.2 CREENCIAS

Es importante saber si la familia puede tolerar puntos de vista diferentes de sus diversos miembros, por ejemplo, una viuda que vuelve a casarse puede desafiar las creencias familiares acerca del sexo y el dinero.Un mito familiar es una creencia falsa compartida por los miembros de la familia, justifica y mantiene patrones constantes de interacción.

El patrón de interacción generalmente no es positivo. Por ejemplo, un mito podría ser, no podemos confrontar a papá con lo que nos esta molestando, porque tendría otro ataque al corazón. Por lo tanto los miembros de esta familia permanecen callados. El costo de esta solución (el silencio) crea mayor tensión dentro del hogar.

El hijo adolescente reciente la salud pobre de su padre, la esposa esta enojada por tener que calmar las aguas entre su hijo y su esposo; el esposo reciente la sobreprotección e intervención de la esposa.

Según Cousins 1979), las creencias y conductas están intrínsecamente conectadas. Cada acción y cada solución de la familia e individuos esta fundada en sus creencias. Consecuentemente, las creencias condicionan la manera en que las familias se adaptan a la enfermedad.

Por ejemplo, si una familia cree que el mejor tratamiento para el cáncer de colon es un enfoque no tradicional, entonces esto le dará sentido del porque la familia opta por la acupuntura. La tabla 3-5 proporciona una lista de las áreas en las que la enfermera puede explorar cuando evalúe las creencias de la familia sobre el problema de salud.

La lucha por la libertad de religión y de creencias ha acompañado la lucha de los pueblos por sus derechos, por la democracia y por la plena participación social y política. En un Estado democrático y participativo, la libertad de unos nos puede conducir a la negación de la libertad de otros. Por ello, en las luchas por la democracia se ha visto que el Estado no puede ser la propiedad de un solo grupo religioso, como no puede ser la propiedad de un grupo racial o étnico a despecho de los demás. En las sociedades cada vez más multiculturales y pluri-religiosas de nuestro tiempo la lucha de la democracia es también la lucha por el Estado laico, no ligado a ninguna religión

pero respetuoso de todas.

En la Gran Bretaña el Estado laico surgió en el siglo XVIII como una solución política a los conflictos religiosos entre los distintos grupos de su aristocracia dominante. Vinculado por los filósofos al debate en torno a la tolerancia, el Estado laico tolerante pretendió situarse por encima de estos conflictos religiosos y garantizar de manera ecuánime la libertad de creencias de los súbditos de la monarquía para mantener la paz en el reino. De esta manera se concibió también el Estado laico en Estados Unidos (colonia británica fundada, después de todo, por los disidentes religiosos de Inglaterra).

Un segundo modelo de laicidad lo proporciona Francia, en donde el Estado laico es fundamentalmente republicano orientado históricamente —por su origen revolucionario— a desmantelar los privilegios del clero dominante vinculado por siglos a las estructuras del poder económico y político. En el siglo XIX la lucha por la laicidad tuvo su foco esencialmente en la institución de la escuela pública, en donde se enfrentaron liberales y conservadores (como en México durante la Reforma y hasta la actualidad). Lo que marcó esta lucha en Francia no fue tanto la tolerancia religiosa y política, sino su anticlericalismo radical, que llevó al Estado laico a prohibir toda manifestación religiosa de

cualquier signo en las escuelas públicas.

Esta lucha se ha reactivado en Francia a raíz de la llegada masiva de inmigrantes musulmanes. La política de integración de los inmigrantes a la nación francesa afecta indirectamente (en el marco del liberalismo democrático republicano) la identidad religiosa cultural del Islam en Francia. El sonado caso de la estudiante musulmana a la que se le prohibió vestir el chador —el velo— en la escuela (decisión administrativa mantenida por la sentencia de un tribunal de justicia) pone en evidencia el no resuelto problema del conflicto entre el derecho a la identidad cultural y la práctica religiosa, y el interés del Estado laico en mantener la religión fuera de los recintos escolares de la República. (Dicho sea de paso que el reglamento escolar también prohíbe el despliegue público de los adornos en forma de cruz y la estrella de David, y por implicación cualquier objeto que pudiera tener un significado religioso para el que se lo pone. Aquí se hace tenue la distinción entre un ornamento con fines decorativos y el que expresa una creencia u obligación religiosa).

La laicidad según sus proponentes en Francia, debe ser confesionalmente neutra (es decir no debe privilegiar ninguna religión), y debe fortalecer por ello mismo la unidad de todos, es decir, aquello que todos los ciudadanos de la polis tienen en común. La palabra laico viene del griego laos que se refiere a la unidad de una población como un todo indivisible.

Se habla mucho actualmente del retorno del factor religioso en la vida pública y política. Se menciona la importancia de los bloques electorales que se forman en torno a posturas religiosas, el fortalecimiento de partidos políticos abiertamente religiosos (islamistas, democracia cristiana, hinduistas), los temas religiosos en la problemática del poder así como la visibilidad de los temas religiosos en las encuestas de opinión. Se han documentado los éxitos de las llamadas “sectas” evangelistas, así como el resurgimiento del fervor religioso en los países ex-comunistas.

Las razones de estos fenómenos pueden ser múltiples pero en parte se deben también, sin duda, al fracaso de las utopías seculares (el socialismo revolucionario entre otros) así como la creciente inseguridad de la vida cotidiana para millones de gentes en todo el mundo. Hay también quienes afirman que en la era de la post-modernidad la significación de lo religioso en la vida de los individuos cobra renovado vigor mientras que conceptos tales como la clase, la comunidad, el bien común, la lucha social, que marcaron el discurso y el pensamiento en períodos anteriores, han perdido su fuerza movilizadora. Como quiera que sea, la religión forma parte de la dinámica cultural de nuestro tiempo.

En la era de la globalización en que vivimos, no sólo la economía, sino también la cultura (y con ella la religión) están sujetas a fuertes vientos de cambio. Con el llamado “fin de las ideologías” y el debilitamiento del Estado nacional, algunos analistas hablan de la “tribalización” del mundo y del recrudecimiento de las tensiones y conflictos étnicos y religiosos. Desde luego no faltan ejemplos para ilustrar esta tendencia: la violencia entre chiitas y sunitas (ambos musulmanes) en Iraq y Líbano, la recurrente violencia comunitaria entre musulmanes e hindúes en India, entre tamiles hinduistas

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