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UTOPIAS Y REALIDADES

friorck25 de Septiembre de 2013

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EN TORNO AL URBANISMO. La sociedad industrial es urbana. La ciudad es su horizonte. A partir de ella surgen las metrópolis 1, las conurbaciones 2, los grandes conjuntos de viviendas. Sin embargo, esa misma sociedad fracasa a la hora de ordenar tales lugares. La sociedad industrial dispone de especialistas de la implantación urbana. Y, a pesar de todo, las creaciones del urbanismo, a medida que aparecen son objeto de controversia y puestas en tela de juicio. Ya se hable de las quadras de Brasilia, de los cuadriláteros de Sarcelles, del fórum de Chandigarh, del nuevo fórum de Boston, de los highways que dislocan San Francisco o de las autopistas que perforan las entrañas de Bruselas siempre surge idéntica insatisfacción, idéntica inquietud. La magnitud del problema queda demostrada por la abundante literatura que suscita desde hace veinte años 3. Este libro no se propone ofrecer una contribución complementaria a la crítica de los hechos; no trata de denunciar una vez más la monotonía arquitectónica de las nuevas ciudades o la segregación social que reina en ellas. No hemos querido buscar la significación misma de los hechos, ni poner en evidencia las razones de los errores cometidos, la raíz de las incertidumbres y de las dudas que levanta hoy cualquier nueva propuesta de ordenación urbana. Nuestro análisis y nuestras críticas se dirigen, pues, a las Ideas que proporcionan sus bases al urbanismo. El mismo término, urbanismo, debe ser definido antes que nada, ya que está cargado de ambigüedad. Recogido por el lenguaje corriente, designa tanto los trabajos de ingeniería como los planes de las ciudades o las formas urbanas características de cada época. De hecho, la palabra «urbanismo» es reciente. G. Bardet sitúa su aparición en el año 1910 4. El diccionario Larousse lo define como «ciencia y teoría del establecimiento humano»*. Este neologismo corresponde a la presencia de una realidad nueva: hacia fines del siglo XIX, la expansión de la sociedad industrial produce el nacimiento de una disciplina que se distingue de las artes urbanas anteriores por su carácter reflexivo y crítico, y por su pretensión científica. En el curso de las páginas siguientes, «urbanismo» se empleará exclusivamente en esta acepción original. El urbanismo no discute la necesidad de las soluciones que preconiza. Aspira a una universalidad científica; según palabras de uno de sus representantes, Le Corbusíer, reivindica «el punto de vista verdadero». Pero las críticas dirigidas a las creaciones del urbanismo se hacen igualmente en nombre de la verdad. ¿En qué se basa este enfrentamiento de verdades parciales y anta antagónicas? ¿Cuáles son los paralogismos, los juicios de valor, las pasiones y los mitos que revelan o disimulan las teorías de los urbanistas y las contrapropuestas de sus críticos? Hemos tratado de desentrañar el sentido explícito o latente en los unos. Y en los otros. Para lograrlo, hemos acudido a la historia de las ideas, en lugar de partir directamente de las controversias más

próximas. Porque resulta que el urbanismo quiere resolver un problema (la ordenación de la ciudad maquinista) que se planteó mucho antes de su creación, en las primeras décadas del siglo XIX, en el momento en que la sociedad industrial empezaba a tomar conciencia de sí misma y a preguntarse sobre sus propias realizaciones. El estudio de las primeras respuestas dadas esta cuestión debe aclarar los planteamientos que siguieron y revelar en toda su pureza ciertas motivaciones fundamentales que los sedimentos del lenguaje, las racionalizaciones del inconsciente y las astucias de la historia se encargaron luego de disimular. Por consiguiente, hemos interrogado en primer lugar a aquellos pensadores que, desde Owen y Carlyle a Ruskin y Morris, desde Fourier y Cabet a Marx y Engels, se ocuparon, en el curso del siglo XIX, del problema, de la ciudad, sin disociarlo, por otra parte, nunca, de las cuestiones surgidas en torno a la estructura y a la significación de la relación social. Reunimos el conjunto de sus reflexiones y propuestas bajo el concepto de «preurbanismo». Este echar mano de la historia debería permitir la construcción de un cuadro de referencia a partir del cual se aprehendiese el sentido real del urbanismo propiamente dicho, bajo sus diversas fórmulas y formulaciones, y se situasen los problemas actuales de la ordenación urbana. Este método, sin embargo, no debe inducir a confusión. En las páginas siguientes, no se va a exponer una historia 5 del urbanismo o de las ideas relativas a la ordenación urbana, sino un intento de interpretación.

1. La metrópolis existe desde la Antigüedad; si no Nínive y Babilonia, por lo menos Roma y Alejandría planteaban ya a sus habitantes algunos de los problemas que hoy vivimos (cf. T. Carcopino, La vie quotidienne à Rome, Hachette, París, 1939). Pero la metrópoli era entonces una excepción, un caso extraordinario; el siglo XX, por el contrario, podía ser denominado la era de las metrópolis. Alcanzan éstas unas cifras de población ante las cuales habría retrocedido la imaginación de las mentes más audaces. David Hume fue uno de los aventurados; en un ensayo, titulado On the Populousness of Ancient Nations, estimaba que «según la experiencia de los tiempos pasados y presentes, existe una especie de imposibilidad para que cualquier ciudad pueda rebasar de los 700.000 habitantes». William Petty fue el único que en su época se acercó a la realidad cuando, en 1686, fijó en cinco millones la población futura de Londres. En 1889, Julio Verne previó ciudades de diez millones de habitantes; pero, para el año 2889. 2. El término fue creado por Patrick Geddes para designar esas aglomeraciones urbanas que invaden toda una región, a causa de la influencia atractiva de una gran ciudad. En Cities in evolucion (1915), señala (pág. 34) que es necesario un hombre para designa resas regiones urbanas, esos agregados con aire de ciudad, y, añade: «¿Por qué no utilizar conurbación como expresión de ese nuevo modo de agruparse la población?» Usará este neologismo para designar el gran Londres, y las regiones que lo rodean, especialmente: Manchester y Birmingham. 3. Tendremos una idea de esta abundancia si nos remitimos a dos colecciones bibliográficas: Villes nouvelles, éléments d'une bibliographie, selección realizada por J. Viet (Rapports et documents des sciences sociales, nº 12, U.N.E.S.C.O., París, 1960), que reúne más de seiscientos títulos, gran parte de los cuales proceden de los países socialistas; y Urban Sociology: A Bibliography, Publicada a fines de 1963_ por R. Gutman, profesor del Urban Studies Center de la Universidad del Estado de Rutgers. El autor se Propone demostrar en esta bibliografía que «un número creciente de urbanistas profesionales (planners), en lugar de concentrarse en la transformación y control del circundante medio físico, se Preocupan de modelar las estructuras sociales y culturales de las ciudades». 4. Según G. Bardet (L'urbanisme, P.U.F., París, 1959) pudo aparecer por primera vez en 1910 en el Bulletin de la. Société géographique de Neufchatel, debida a la pluma de P. Clerget. La Société franpaise des architectes-urbanistes se fundó en 1914, bajo la presidencia de Eugéne Hénard. El Institut d'urbanisme de la Universidad de París fue creado en 1924. El urbanismo se incluye por primera vez entre la enseñanza en la Escuela de Bellas Artes de París a partir de 1953, y su explicación corre a cargo de A. Gutton. La nueva disciplina se incorpora sólo al «marco de la teoría de la arquitectura». El curso profesado por A. Gutton se convierte en el tomo VI de sus Conversations sur l'architecture, y se titula L'urbanisme au service de l'homme (Vincent Fréal, París, 1962). 5. Los estudios sobre la historia del urbanismo son, además, Poco numerosos. Recordamos el de Pierre Lavedan, que es el más autorizado en la materia (Histoire de l' urbanisme, H. Laurens, 1926-1952).

EL PREURBANISMO

A) GÉNESIS: LA CRITICA DE LA CIUDAD INDUSTRIAL

Para situar las, condiciones en las cuales se plantean, en el siglo xlx, los problemas de la ordenación urbana, conviene recordar algunos hechos. Desde un punto de vista cuantitativo, la revolución industrial es seguida casi inmediatamente por por un impresionante crecimiento demográfico en las ciudades y por un drenaje, sin precedentes, del campo, en bene ficio del desarrollo urbano. La aparición y la importancia de este fenómeno están de acuerdo con el orden y el nivel de industrialización de los países. Inglaterra es el primer escenario de este movimiento que se hace sensible a partir de los censos de 1801; en el Continente, Francia y Alemania la siguen a partir de 1830. Las cifras son significativas. Londres, por ejemplo, pasa de 864.845 habitantes en 1801 a 1.873.676 en 1841 y 4.232.118 en 1891: en menos de un siglo su población se quintuplicó prácticamente. De forma paralela, el número de ciudades inglesas con más de cien mil habitantes pasa de dos a treinta, entre 1800 y 1895 1. Desde un punto de vista estructural, la transformación de los medios de producción y de transporte, así como la aparición de nuevas funciones urbanas, contribuyen, en las antiguas ciudades de Europa, a hacer saltar los viejos cuadros, a menudo yuxtapuestos, de la ciudad medieval y de la ciudad barroca. Se crea un nuevo orden, de acuerdo con el proceso tradicional 2 de adaptación de la ciudad a la sociedad que la habita. En este sentido, cuando Haussmann quiere adaptar París a las exigencias económicas y sociales del Segundo Imperio, no hace sino una obra realista. Y el trabajo que emprende aunque sea una burla para la clase obrera, aunque extrañe a los estetas del pasado, aun que moleste a los pequeños burgueses expropiados y contraríe sus costumbres,

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