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Violencia en el Trabajo


Enviado por   •  13 de Febrero de 2015  •  2.901 Palabras (12 Páginas)  •  150 Visitas

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Introducción

En más de una ocasión nos habremos preguntado por qué algunas personas, independientemente de su cultura, o historia personal, reaccionen frente a problemas de manera inteligente, creativa y conciliadora, por qué algunas personas tienen más desarrollada que otras la habilidad para relacionarse bien con los demás, aunque no sean las que más se destacan por su inteligencia, por qué algunos triunfan aunque no sean los mas inteligentes.

El estudio de los sentimientos y las emociones desde hace mas de una década gana cada día numerosos seguidores, no solo de la intelectualidad. Bajo el modelo de la Inteligencia Emocional (IE) se pretende significar todo un conjunto de habilidades de procedencia psíquica que influyen en nuestra conducta.

Inicialmente la respuesta fue, que algunos individuos tenían un coeficiente de inteligencia superior al de los demás. Hoy sabemos que el nuevo concepto que da respuesta a éste y otros interrogantes es la inteligencia emocional, una destreza que nos permite conocer y manejar nuestros propios sentimientos, interpretar o enfrentar los sentimientos de los demás, sentirnos satisfechos y ser eficaces en la vida, a la vez que crear hábitos mentales que favorezcan nuestra propia productividad.

La inteligencia emocional y el coeficiente intelectual

Es indudable que tener un elevado Coeficiente Intelectual (CI) no deja de ser una buena referencia para desempeñar con eficacia las funciones de cualquier tarea profesional. No obstante, y de acuerdo con las numerosas investigaciones realizadas en el ámbito laboral, se subraya el papel secundario que tiene el Coeficiente Intelectual (CI), frente a las competencias de la Inteligencia Emocional (IE).

Poseer una buena IE no significa simplemente ser un personaje amable y cortés en el trato, sino que también supone afrontar las situaciones incómodas de la vida laboral con carácter y decisión.

El que la valoración del CI, se base únicamente en las capacidades de la mente racional, procede de una concepción racionalizadora del trabajo que toma a la máquina productiva como modelo y referencia para determinar los objetivos empresariales y aumentar el rendimiento de los agentes productivos.

El CI no es del todo fiable, pues ocurre a menudo que profesionales con un alto CI no realizan adecuadamente su tarea, y otros con un CI más moderado la realizan mejor y más rápidamente. Las aptitudes intelectuales o académicas no predicen la calidad profesional o el éxito en la vida.

El CI es un componente umbral para acceder a cargos como el de investigador, ingeniero o científico, pero no determina en sí la calidad del nivel profesional de la mayoría de

ocupaciones.

Coeficiencia Intelectual

Daniel Goleman, psiquiatra y autor del libro Inteligencia emocional asegura que estamos asistiendo, en este final de siglo, a la revancha de los sentimientos sobre la inteligencia. El pensamiento frío y calculador impuesto en los años ochenta, durante la era del yuppismo, está siendo desbancado por la inteligencia emocional, que engloba cualidades tan intangibles como la conciencia de uno mismo, la capacidad de poder comunicarse con los demás, la receptividad a los sentimientos ajenos o la autoestima.

Fruto de este nuevo enfoque es la justa valoración que se le empieza a dar a la intuición, como forma de conocimiento no formada en la razón, pero igualmente válida. Valoración bastante alejada de la expresada por Darwin, hace tan solo un siglo y medio y relacionada con la mujer: "Se admite que en la mujer los poderes de la intuición, la percepción y quizás la imitación son más señalados que en el hombre, pero algunas de estas facultades, al menos, son características de razas inferiores y, por consiguiente, de un estado de civilización menos desarrollado". Por aquel entonces abundaban las teorías que mostraban a las mujeres esclavizadas a sus sentimientos o histéricas -recordemos a Freud- y, por tanto, con menor capacidad para el raciocinio y la ciencia que sus colegas varones.

Sin embargo hoy se ha demostrado que la intuición, el sexto sentido y lo emocional, cualidades todas ellas acompañadas con el adjetivo femenino, no son sólo necesarias para asegurar la supervivencia de la especie, sino que también son muy

recomendables para efectuar algo tan genuinamente masculino como una inversión en bolsa.

La inteligencia emocional, que postula que el coeficiente intelectual por sí solo es un factor que no garantiza el éxito en la vida.

Muchas veces sorprende enterarse que personas que parecían destinadas a convertirse en exitosos profesionales y que tendrían matrimonios felices, con el tiempo fracasaron paulatinamente en sus trabajos o en sus relaciones de pareja, y terminaron desempeñándose en labores mediocres y con sus vidas arruinadas. Otros, en cambio, que nunca destacaron en el colegio, llegaron a ser personas felices, plenas y realizadas

.

¿Por qué algunas personas parecen dotadas de un don especial que les permite vivir bien, aunque no sobresalgan por su inteligencia? ¿Por qué unos son más capaces que otros para enfrentar los contratiempos, superar obstáculos y ver las dificultades bajo una óptica distinta?

Un nuevo concepto de la sicología está tratando de dar respuestas a estas interrogantes. Al parecer, para tener éxito en la difícil vida moderna, tanto o quizás más importante que las habilidades intelectuales son las capacidades para expresar y manejar sentimientos y emociones: la inteligencia emocional.

Daniel Goleman, doctor en Filosofía y redactor científico del The New York Times, resumió muchas de las teorías y propuestas al respecto en su libro Emotional Intelligence (La Inteligencia Emocional). En el texto se afirma que tomar conciencia de nuestras emociones, comprender los sentimientos de los demás, manejar las presiones y frustraciones

laborales y acentuar el trabajo en equipo, son habilidades simples pero cruciales para desenvolverse con propiedad en la sociedad actual. Estas habilidades parten desde los primeros años de la infancia.

Goleman cita un estudio realizado por el sicólogo Walter Mischel en la década del sesenta. El investigador invitaba a niños, uno a uno, a una sala de juegos y les ofrecía un bombón. Pero si esperaban a que Mischel regresara luego de un momento, podrían recibir no uno sino dos bombones.

Con este desafío ponía a prueba a los niños para evaluar su autocontrol, es decir, si eran capaces de postergar la gratificación inmediata para así lograr beneficios mayores en el futuro. En efecto, algunos niños agarraban

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