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Y CANTO LOS PEREGRINOS


Enviado por   •  4 de Marzo de 2015  •  Ensayos  •  1.753 Palabras (8 Páginas)  •  189 Visitas

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Y CANTO LOS PEREGRINOS

Los cantos que acompañan a las misas no deben ser un problema para el cura que las oficia. Generalmente no hay controversia por ello y los feligreses saben cual le va a cada acto eclesiástico de los católicos. Los curas no deberían tener generalmente, mayor inconveniente en la escogencia de estos, mas no fue así, aquel medio día en la cárcel.

Los reclusos aprovechaban para asolearse el día de misa, pues, se les permitía salir de sus celdas y llegar hasta un pequeño patio con bancas y mesas de cemento que usualmente era utilizado para dar clases, donde el sol de la mañana pegaba desde lo alto. Ese día, el Padre Carmelo, no debió haber olvidado la petición que le encargaron una semana atrás: El canto de los Peregrinos.

Arnulfo Máximo, se encontraba recostado en la pared del patio esperando la hora de la misa de todos los martes. La pared derruida por la humedad presentaba escarchas de la pintura azul que se desprendían y se pegaban a su hombro descubierto al estar usando una franela revocada sin mangas.

A esa hora, en la mañana, durante el viaje al penal en un mototaxi, el Padre Carmelo, iba pensando en los cánticos que entonaría en el próximo oficio que daría. Incluyó en el reportorio del día el “Dios te salve María”, que se lo sabe todo el mundo y lo podrían acompañar los desaliñados y enjutos reclusos, y “El déjame sentir el fuego de tu Amor”, que solo tiene dos estrofas y así podrían seguirlo también al repetirlas. Además tiene un coro pegajoso con un tono celestial que a todos les gustaría.

Máximo tenía una deuda pendiente en la tienda de la prisión y era acosado permanentemente por el dependiente el que además cobraba el impuesto a los reclusos que tenían relaciones con prostitutas que lograba incluir en la visita de los domingos. Los reclusos solicitaban el servicio y el las hacia entrar de acuerdo con la disponibilidad; arreglaban el precio con ellas adentro del penal y a Sebastián le pagaban el impuesto de entrada.

Su trabajo en el aseo de la cárcel era para rebajar su pena y el precario pago que recibía mensual lo gastaba en utensilios personales. Su familia estaba lejos de allí y un giro prometido al TD de la prisión nunca llegaba. Lo que le quedaba lo malbarataba en juegos pensando en multiplicar la plata para girársela a un hijo que decía tener en Argentina. La deuda con Sebastián de sus acostadas con las prostitutas y de lo que pedía en el “Casquete” se crecía y parecía volverse impagable.

El padre Carmelo llegó solicito a la puerta del penal con un maletín donde llevaba su sobria sotana negra de cuello alto a la usanza de las que visten en la congregación a la que pertenecía, los salesianos. Introdujo su documento de identidad y al trasponer el pesado portón se dirigió a la salita de recibo de la oficina del director donde se enfundo en su indumentaria de cura. De los patios se escuchaba el barullo de las conversaciones y algarabías de los centenares de presos que apretujados convivían con sus condenas o esperando definir su situación jurídica en los tres patios del penal. El cura luego llegó hasta la estancia donde cada semana celebraba la eucaristía la que poco a poco fue llenándose de internos a los que abriendo y cerrando candados y rejas por parte de los guardianes de turno se les permitía llegar hasta el lugar. Algunos eran conocidos ya de misas anteriores y llevaban consigo oracionales que el mismo les había repartido semanas atrás. Unos cuantos sabían rezar el rosario completo por lo que desde antes de llegar el cura ya estaban orando y contabilizando las camándulas. Al terminar el rezo la monjita que los acompañaba les dio un regaño por el desgano y pereza con que contestaron los padrenuestros y las avemarías quienes apenas balbuceaban las respuestas.

Arnulfo Màximo fue uno de los últimos en llegar, casi cuando el cura iniciaba el oficio religioso. Hizo entrada al pequeño patio con su protuberante barriga, las manos en los bolsillos las que sacó para persignarse y hacer señas de saludo al cura. Se ubicó en todo el frente de la mesita donde están los implementos de la misa, recostado en el tubo metálico dispuesto horizontalmente para que uno detrás de otro los reclusos formaran cada día la fila para recibir los alimentos. En esta posición y lugar observaba de frente todos los movimientos del cura. Rodeó con la mirada el lugar como buscando algo o a alguien y efectivamente no vio a Sebastián. Se alegró por un instante porque, por lo menos ahora, no le cobrarían su deuda pero al mismo tiempo se preocupó porque el plan que estaba fraguando tal vez no le daría resultado. Los últimos cobros de Sebastián ya revestían amenazas y por sus palabras sabía que el próximo domingo no tendría la visita de Mariella, una prostituta cachaca que sabía moverse como una negra palanquera en la cama. Lo traía loquito. Sebastián, para cumplir sus amenazas se hacía acompañar del guardián Ayala, un hombre recio en sus ademanes que no repetía una orden cuando la profería utilizando siempre una voz de mando militar. Partían por mitad las ganancias del impuesto de visita de las prostitutas puesto que

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