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Ética Y Educación Integral

Dulceleydi30 de Noviembre de 2012

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Ética y Educación Integral. Víctor R. Huaquín Mora. Universidad De Santiago De Chile

RESUMEN: Este trabajo establece una relación entre ética, eticidad y educación. Sobre la base de un humanismo integral, el hombre se comprende como un ser multidimensional. La multiplicidad de dimensiones o expresiones humanas, que se caracterizan por poseer autonomía y universalidad, pueden perfeccionarse mediante una educación integral al evitar distorsiones e inadecuadas sobre valoraciones de éstas. El ser humano es esencialmente personal y comunitario a la vez. Desde esta perspectiva, satisface su naturaleza cuando establece relaciones de sentido con sus congéneres en un marco comunicacional; puesto que, pertenece a su esencia el ser-con-otro, el ser-por-otro y el ser-para-otro. De esta forma, compartir, recibir y dar constituye una exigencia ética que lo realiza o finaliza. La educación, por ende, actualiza estas condiciones humanas al implicar con ello valores educativos fundamentales, que deben surgir de la bondad y sabiduría de los educadores y reciprocarse en los educandos. La educación integral realiza la educatividad de educadores y educabilidad de educandos en un proceso de desarrollo interactivo, continuo, crítico y creativo al considerar las dimensiones humanas en una perspectiva holística. La Ética, en cuanto ciencia normativa, regula necesariamente la actividad educacional convirtiendo a la educación en la dimensión perfeccionadora de todas las otras.

La ética es la ciencia que, al estudiar la conducta humana en cuanto al deber ser, traduce sus principios a exigencias prácticas que deben regular cualquier actividad, incluyendo el estudio de la misma. Esta exigencia, es tan importante que, al normar desde un comienzo su propia actividad, genera la paradoja que implica, por un lado, una responsabilidad inmediata práctica, traducida a la buena o correcta voluntad de actuar bien y, por otro, la posibilidad teórica de descubrir principios éticos que pudieran contradecir la conducta eventual relacionada con tal estudio. En otras palabras, la conciencia moralmente recta puede, eventualmente, contraponerse a una conciencia éticamente errónea.

De la ética surge el fundamento teórico de la moralidad de los actos humanos. Sin embargo, la moralidad es una exigencia que ha derivado de las costumbres de los pueblos y se impone por la conciencia moral nacida de esas costumbres. Esto suele llevar a erróneas conclusiones en torno a la universalidad de los principios éticos, al confundirse los ethos culturales con principios subyacentes que implican necesariamente una conciencia recta aunque, jamás, absolutamente verdadera; pero, tampoco, plenamente falsa, como puede apreciarse en las diferentes culturas. Es esa conciencia moral la que obliga a actuar responsablemente con el conocimiento ético de que se dispone en un determinada cultura y tiempo histórico. De esta forma, si la ética en cuanto ciencia se atiene a los principios de neutralidad objetiva, la eticidad de los actos humanos obliga a actuar responsablemente siempre. La dualidad de ética y eticidad puede percibirse en la historia.

El sensualismo de los epicureanos se basaba en una moral psicológica traducible al equilibrio biológico del cuerpo humano, el cual entregaba mayores beneficios que los desequilibrios. De esta manera, era ético obtener el mayor de los bienes posibles sobre la base de la moderación de los apetitos. Los estoicos, por su parte, no aceptaban establecer principios éticos -supuestos inmutables- sobre la base de la mutabilidad de las pasiones humanas que eran para ellos ilusiones espontáneas. Así, el dolor es "una espontánea ilusión sobre la presencia de un mal" como el placer, "una espontánea ilusión sobre la presencia de un bien" (Hirschberger, J. 1964); por lo tanto, los impulsos o pasiones fueron rechazadas a favor de conductas autocontroladas que implicaran éticamente un sentido de inmutabilidad, producto de una recta racionalidad que no se confunde con las ilusiones de lo mutable.

Históricamente, las investigaciones éticas han generado dos importantes concepciones con vigencia contemporánea: Teleológica y deontológica. La primera, busca las consecuencias benéficas de los actos humanos y, sobre la base utilitaria de mayores bienes fundamenta las decisiones éticas y conductas correspondientes; el sacrificio de pocos por el beneficio de muchos es un criterio utilitarista básico. La segunda concepción, mira la consistencia del acto humano sobre la base de lo que debe ser correcto y no del beneficio obtenible. Manuel Kant consideró, en su "Crítica de la Razón Práctica", que no era éticamente aceptable establecer una condición para actuar sobre la base de ella. La posición de los utilitaristas como Jeremy Bentham (3) y John Stuart Mill (4) (el segundo más moderado que el primero) se traduciría, en lenguaje kanteano, a juicios condicionales o hipotéticos: "Si actúo bien, obtengo un beneficio". Kant, planteó que no puede comprometerse un acto moral a consecuencias pragmáticas por muy buenas que ellas sean. A los "imperativos hipotéticos" (o también condicionales en cuanto algo es bueno para otra cosa y no en sí), que responden a "meros preceptos de la habilidad" antepuso los "imperativos categóricos", los que "serían leyes prácticas" (Kant, 1961). Un seguidor contemporáneo de este pensamiento es John Rowls. En su libro "A Theory of Justice" afirma la incomprometibilidad de la verdad y de la justicia ("justice as fairness") sobre cualquier beneficio. (5) Establece así, una prelación de la rectitud del acto por sobre el bien esperado de tal acto. De tal manera, que una injusticia es tolerable sólo para oponerse a una injusticia mayor y no para lograr un bien mayor (Rowls, 1971).

Las morales de algunas religiones superiores (cristianismo, judaismo, islamismo), por su parte, se basan en una concepción del hombre que trasciende lo meramente natural. Ellas generan un humanismo trascendente dando sentido a la conducta humana sobre la base de fines que van más allá del sentido utilitario del momento, por un lado, y de la conciencia meramente recta por otro; aún cuando, en este segundo caso se acepta la conciencia recta como criterio subjetivo de moralidad; pero, la necesidad de manifestar una verdad absoluta sobre la base de la creencia en una divinidad exige un fundamento objetivo: La conciencia debe ser recta y verdadera. La filosofía cristiana establece así, una ética de fines en que el bien y el mal son aspectos humanos intrínsecos. El bien del hombre implica un beneficio trascendente o fin último. Para el cristianismo, la moral de bienes o de fines se une en un solo concepto. El bien del hombre es el fin del hombre y viceversa. La rectitud de los actos humanos está, por ende, intrínsecamente unida a bienes y fines inseparables. Por esto, el fin último, para estas religiones, es Dios; en consecuencia, no puede alcanzarse por medios inmorales. El fin no justifica los medios. Un fin legítimo debe lograrse por medios legítimos. Toda acción humana debe ser siempre intrínsicamente buena desde el punto de vista de la rectitud. Es esa misma rectitud la que obliga en conciencia a buscar la verdad de esa acción.

La verdad, en cuanto problema empírico, se traduce en un proceso continuo de aumento de conocimiento, pero siempre limitado por las condiciones espacio-temporales. La ciencia está, justamente, en esto y sus resultados constituyen no pocas veces importantes cambios de actitudes.

La educación, por su parte, se encuentra con un problema permanente. Existen dos exigencias fundamentales: Una relacionada con los conocimientos que deben ser creados, re-creados, mantenidos, acumulados y transmitidos de generación en generación; otra, a mi juicio la más importante porque en esencia fundamenta esta transmisión, referida al sentido de todas estas actividades educacionales y que se traduce aquí en uno de los temas tratado; en una palabra, ETICA.

Estamos obligados a actuar éticamente siempre. Reiteramos que, si el estudio de la ética en cuanto ciencia nos lleva a establecer la misma actitud de neutralidad científica como lo enfatizaron los positivistas lógicos a principios del siglo XX, (6) la moralidad de nuestros actos es una responsabilidad permanente que nos obliga a actuar aquí, ahora y siempre en forma recta.

Lo único que se determina, entonces, permanentemente en todo proceso educativo es la eticidad o moralidad. La educación debe corresponder a una educatividad profesional, desde el punto de vista del conocimiento exigido por los tiempos y también de las exigencias o responsabilidades éticas per se. Toda profesión debe generar intrínsicamente una ética profesional que dé cuentas de la variedad de situaciones contingenciales relativas a la carrera correspondiente.

Esta actitud de moralidad profesional permite dar un sentido único, el cual, debe resolverse en bienes humanos que no pierdan jamás el fin por el cual nos educamos. De otra forma, la educación pierde su significado; más grave aún, se abre la posibilidad de que el proceso enseñanza-aprendizaje se dirija a fines que van a cualquier parte, como lo sugiere algunas posiciones existencialistas. (7) El hombre puede darse así mismo su propio sentido; pero, el sentido de algunos puede ser aniquilar, dominar, discriminar avasallar social, económica, política, religiosa, o culturalmente a otros.

Sólo una educación que busque adecuarse a lo que el ser humano es en esencia, podrá ser realmente educativa. Permítaseme citar dos ideas sobre el hombre:

Una idea, supone que el hombre es un producto

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