Cambios sociales en el siglo xx
graciela handrujoviczEnsayo20 de Mayo de 2019
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Carrera: Educ. Especial Materia: Análisis del Mundo Contemporáneo. 1°año.Prof.Handrujovicz Graciela
Alberto Lettieri (2004) La civilización en debate Capítulo 26. Edit. Prometeo.
Cambios sociales en el siglo xx
A lo largo del siglo XX, se profundizaron los cambios sociales a nivel universal. Este proceso, un tanto más lento durante la primera mitad del siglo, se aceleró a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, alcanzando una magnitud inédita. Estas transformaciones, en gran medida, fueron el producto de la compleja situación geopolítica provocada por la construcción simbólica de la Cortina de Hierro –según la definición de Winston Churchill–, que dividió al mundo entre “el este” comunista, que incluía a las sociedades que comenzaron a girar dentro de la órbita de la Unión Soviética, y los países capitalistas o “el oeste”. En tanto los países capitalistas centrales recibieron la denominación de Primer Mundo, los países socialistas o comunistas pasaron a ser definidos como Segundo Mundo y, finalmente, los intelectuales franceses –para no seguir hablando de países “atrasados” o “periféricos”– utilizaron la denominación de Tercer Mundo para englobar al resto del planeta que no se incluía dentro de ninguno de los otros dos “mundos” ya señalados, pero que era objeto de disputa por la hegemonía universal entre los Estados
Unidos y la URSS, en el marco de la Guerra Fría. La mayor parte de la humanidad, a excepción de aquella porción que formaba parte de los países del Primer Mundo, o que participaba de los sectores modernos de las economías exportadoras integradas a la División Internacional del Trabajo, continuaba viviendo en condiciones llamativas de atraso, tanto en lo referido a las características de su economía, su universo simbólico y político, la distribución del ingreso y la ocupación física del espacio. En cuanto a este último aspecto, debe consignarse que un rasgo esencial que permite diferenciar a los países modernos, a partir de la Revolución Industrial, es precisamente, el nivel de urbanización. Las sociedades modernas son, básicamente, sociedades urbanas, que cuentan con un porcentaje mínimo de población estable en las zonas rurales. En su obra teórica, Marx anotaba que la desaparición del campesinado tradicional era una suerte de precondición para que se produjera la revolución socialista. Muchos autores revolucionarios compartían
esta visión negativa del campesinado, al que consideraban como una fuerza social retrógrada que manifestaba una adhesión natural a la nobleza o a los sectores terratenientes, de quienes a menudo dependían para su supervivencia y a los que consideraban casi como miembros de una especie diferente, debido a su estatus social. Por esta razón, estos intelectuales estaban convencidos de que el campesinado estaba dispuesto a someterse permanentemente a una relación de patronazgo, ya que se trataba de una fuerza social que circulaba en un ámbito económico en el cual las relaciones de mercado no se habían difundido y las lealtades personales jugaban un papel fundamental. Desde la perspectiva de Marx, por ejemplo, una precondición necesaria para la definición de una situación revolucionaria consistía en que los proletarios adquirieran conciencia de clase, proceso que sólo podía desarrollarse en el ámbito característico de relaciones laborales capitalistas: la fábrica. La revolución soviética desmintió estos presupuestos teóricos de Marx, ya que Rusia era la nación más atrasada de Europa y la que tenía mayor proporción de campesinado antes de su revolución, y también durante largos años después de ésta. Pese a esto, en todos sus escritos el revolucionario Lenin manifestaba una enorme desconfianza con respecto a los campesinos, al punto tal que no solamente los excluía de su plan revolucionario, sino que también afirmaba que había que someterlos a través de la violencia, ya que constituían una fuerza social retrógrada. Para mediados del siglo XX, a excepción de Europa occidental y aquellas áreas económicas que participaban del mercado mundial, la mayorparte de la base poblacional estaba compuesta por campesinos. En algunas sociedades en las que aún no se habían difundido las relaciones de mercado, los campesinos representaban hasta el 70 o el 80% de la población. Sus economías estaban basadas generalmente en mecanismos señoriales de posesión de la tierra, el trueque, la existencia de propiedades comunes o tribales, etc. Las relaciones contractuales casi no existían y las constituciones escritas aún no habían desplazado a los usos y costumbres tradicionales: el atributo de la violencia física constituía el elemento disciplinador por excelencia. De este modo, los derechos civiles esenciales para el desarrollo del sistema de mercado no estaban garantizados. Evidentemente, esta descripción sobre la situación de una amplia proporción de la población mundial a mediados del siglo XX podría sorprender
a cualquier lector ingenuo, acostumbrado a pensar el mundo a través de la filmografía de Hollywood y a observar la realidad cotidiana de las grandes urbes occidentales. Sin embargo, es preciso consignar que ni siquiera en el presente esto es así, ya que los procesos de aculturación en la mayor parte de las sociedades orientales, asiáticas y latinoamericanas sólo se han completado sobre segmentos poblacionales bastante acotados. De todos modos, a partir de la Segunda Guerra Mundial se han desarrollado una serie de procesos sociales comunes a escala planetaria, aunque han adquirido características muy diferentes en cada caso, según se tratase de sociedades del primero, segundo o tercer mundo. Entre ellos se destacan la disminución del campesinado y de los sectores obreros, la multiplicación de las ciudades y de sus suburbios, el desarrollo educativo, con un significativo aumento de la población secundaria y universitaria
y la creciente participación de las mujeres –sobre todo casadas– en el mercado de trabajo.
I. La disminución del campesinado Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el índice de población campesina era muy reducido en los países centrales. El caso más notable era el inglés, donde la multiplicación de ciudades y el aumento de la vida urbana –con el consiguiente abandono de la vida campesina– no fue un producto del siglo XX, sino de la Revolución Industrial iniciada a mediados del siglo XVIII y de la División Internacional del Trabajo impulsada a mediados del siguiente. Éste era un sistema por el cual los países
centrales –especialmente Gran Bretaña– se adjudicaban el rol de grandes talleres universales, cuyo papel consistía en producir manufacturas utilizando materias primas y alimentos provistos por los países periféricos, entre los cuales posteriormente eran distribuidas. La función de estos países periféricos –como la Argentina, Brasil o Chile– consistía en producir sólo uno o dos productos de acuerdo con lo que le permitían su
clima, sus comunicaciones, su densidad de población, su red caminera y su posibilidad de salida al mar. A partir de eso, cada cual aportaba aquello para lo que teóricamente estaba destinado por la naturaleza. Así, la Argentina llevó adelante una producción agrícolo-ganadera, mientras que en Centroamérica se producía caucho y banana, en Brasil azúcar y cacao, etc. El reparto no era casual, ya que era obvio que produciendo un único
producto, los países periféricos nunca iban a poder dar un salto cualitativo que les permitiera convertirse en industriales. Así, siempre iban a depender de la provisión externa de productos industriales. A la vez, siempre tenían algo para ofrecer al consumo mundial, productos que sólo producían unos cuantos países en el mundo, especializados en ellos.
Por esta razón, todos tenían algo para dar y muchas otras cosas para adquirir.
Sobre estas bases, el mundo vivió un notable proceso de integración económica. Las economías no eran autosuficientes, ya que las industriales dependían de los alimentos ymaterias primas que recibían de las más atrasadas, y viceversa. Gran Bretaña impuso este modelo de división internacional del trabajo a partir de 1849, con la sanción del librecambio. El primer requisito para integrarse a la división internacional del trabajo
consistía en que los países atrasados desistieran de aplicar cualquier tipo de arancel a la importación y exportación de productos, de modo tal que el comercio se viera beneficiado al no encontrar trabas de importancia. Para muchos pensadores de la época –incluso, para muchos liberales– este sistema auspiciaba la reproducción ampliada de las diferencias entre
los países, ya que condenaba a los productores de alimentos o materias primas a mantener indefinidamente esas características, mientras alentaba el desarrollo tecnológico de los países industriales, garantizándole mercados ávidos para la colocación de sus productos. Si bien todo imperialismo por definición es censurable, se podría llegar a pensar que el
imperialismo inglés fue casi una etapa dorada para muchos países periféricos, sobre todo teniendo en cuenta las características del imperialismo norteamericano. Inglaterra llevó al extremo la aplicación del sistema de división internacional del trabajo. Prácticamente eliminó la producción de alimentos en su propio territorio, aunque continuó con la extracción y procesamiento del carbón y del hierro. Por esta razón, ya en la segunda mitad del siglo XIX la mayor parte de la población inglesa vivía en las ciudades. Y hacia fines de siglo, cerca del 80% de la población inglesa estaba concentrada en las ciudades. Esta situación no se repitió en los demás países industriales europeos, ni tampoco en los Estados Unidos, donde existíauna producción de alimentos –sobre todo, en el oeste– muy importante. En Francia, por su parte, se implementó una economía dual que combinaba
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