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Comechingones en cordoba


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2015  •  Trabajos  •  2.084 Palabras (9 Páginas)  •  206 Visitas

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA

FACULTAD DE FILOSOFIA Y HUMANIDADES

LICENCIATURA EN ANTROPOLOGIA

ETNOGRAFIA DE GRUPOS INDIGENAS

SER ABORIGEN EN CORDOBA

ALUMNO: CARLOS ORTEGA GARCIA (001920)


Ser aborigen en Córdoba

Introduccion

El artículo publicado por Fernando Colautti en La Voz del Interior, del pasado agosto, plantea un cuestionamiento a determinados entendimientos generalizados en la sociedad cordobesa particular y en el imaginario argentino en general, al plantear la posibilidad que un grupo aborigen, el de los Comechingones, que se asumía extinguido hacia mediados del siglo XIX, se encuentra presente en la actualidad, además con una significativa presencia urbana. Se verá que esta interrogante del periodista tiene su basamento en condicionamientos históricos y en discursos hegemónicos con un claro fin político en la historia argentina, destinado a desaparecer o invisibilizar la realidad de la existencia de aborígenes en su territorio.

Colautti, sin despegarse de esta percepción invisibilizadora, proveerá una falsa concesión al discurso alternativo, planteando la pervivencia de la aboriginalidad comechingona a partir de rastros de ADN en la población cordobesa, como un vestigio de una miscegenación prácticamente consumada.

De cualquier modo, los artículos ya son una puerta abierta para un debate necesario acerca de la existencia de comunidades indígenas comechingonas en Córdoba y a un cuestionamiento más importante aún: qué es ser aborigen en Córdoba.

Desarrollo

A partir de la independencia, los nacientes Estados latinoamericanos debieron hacer frente desde sus particularidades históricas a la formación de un discurso fundacional, que permitiera legitimar el ejercicio del poder y que subordinara los factores productivos a los imperativos del expansionismo del desarrollo industrial europeo.  En este contexto, en Argentina lo aborigen fue invisibilizado, fue colocado en oposición con los flujos migratorios europeos que conformaron el “crisol de razas”, al decir de Hernán Zapata:

“Las versiones históricas dominantes a lo largo del siglo XX, dedicados especialmente a exaltar las glorias patrias y militares, confinaron a los grupos indígenas a un obscuro trasfondo dentro del imaginario nacional como una fuerza salvaje y destructiva –ejemplificada en los malones-, consolidando la imagen en la que una sucesión de choques armados entre la “barbarie” y la “civilización” habría dado lugar a una nueva sociedad “libre de indígenas” y reproduciendo la idea de “lo indígena” como parte de un pasado prehistórico superado” (HERNAN 2013: 108).

Los aborígenes, su cultura, su estilo de vida, hasta su fenotipo, fueron objeto de estigmatización, fueron colocados a la otra orilla del proyecto nacional, que postulaba, desde una perspectiva positivista, la emulación de la cultura europea. La idea de una nación argentina pensada por los gobernantes del siglo XIX encontraron en el aborigen a un obstáculo que debía ser eliminado. El aborigen, objeto de políticas orientadas a su eliminación física, se refugió en el mestizaje, en el desarrollo de una cultura de la resistencia, que Stagnaro, recogiendo lo señalado por Bartolomé y Lazzari, conceptualiza como la existencia del indio como una entidad fantasmagórica, en un segundo plano, oculto entre los intersticios de la sociedad y el discurso hegemónico.

Procesos de cambio en el ámbito internacional (en el marco de las Naciones unidas, a través de la Relatoría Especial de la Subcomisión de Prevención de Discriminación y Protección a las Minorías, así como en los estudios de la OIT), junto con cambios en el plano político argentino (retorno a la democracia en 1983), han dado pie a un proceso de reemergencia indígena. Este nuevo escenario ha permitido que los grupos aborígenes cambien el discurso de la resistencia y el ocultamiento estigmatizante por uno de reivindicación de su origen y su pertenencia.  Este proceso no ha estado exento de dificultades y dudas.  Al decir de Palladino:

“Las representaciones sobre estos Comechingones por parte de los no Comechingones pusieron en cuestión la autenticidad aborigen al buscar indígenas en términos de pureza de sangre o bien a partir de rasgos culturales distintivos. En la medida que los rasgos de los Comechingones no se correspondían con los criterios “fenomíticos” oficiales sobre la identidad indígena, los Comechingones vivenciaron tensiones con los vecinos cordobeses, historiadores locales y políticos. Esos sectores afirmaban que la “nueva” comunidad estaba conformada en realidad por un grupo de oportunistas que aprovecharon un contexto político de valorización positiva de las minorías para obtener beneficios estatales”. (PALLADINO 2014: 3)

En efecto, la reemergencia indígena cuestionó determinadas percepciones enraizadas en el mundo académico que reificaban lo indígena y no incorporaban en sus análisis las dinámicas de cambio.  Al decir de Hernán Zapata:

“Por su parte, los antropólogos argentinos de la primera mitad del siglo XX cayeron incluso en la propia trampa ideológica, al configurar un paisaje étnico “naturalizado”, en el que esas poblaciones se veían como grandes unidades cultural y racialmente estáticas y permanentes en el tiempo, descontextualizadas de los procesos históricos de contacto y dominación, y ajenas a toda perspectiva que las acercase a la categoría de agentes de la realidad social y política”. (HERNAN 2013: 108)

Este es también el error de Colautti, cuando afirma que en Córdoba “no hay comunidades indígenas que vivan como tales”. Es evidente que esto no puede ser así. Este planteamiento cae en una visión estática que, además sólo se usa en un sesgado, para referirse a los indígenas, que si fuera aplicada de forma similar a otros grupos, también podría servir de base para afirmar la existencia de un extrañamiento entre ellos y sus descendientes.

Los grupos que se adscriben aborígenes, reconstruyen sus relatos, desarrollan nuevas versiones, alternativas, de la historia oficial, para sustentar su continuidad, su condición de continuadores de la línea de sus ancestros. En este punto, señala Briones:

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