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Comechingones en cordoba

lfant65Trabajo22 de Septiembre de 2015

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA

FACULTAD DE FILOSOFIA Y HUMANIDADES

LICENCIATURA EN ANTROPOLOGIA

ETNOGRAFIA DE GRUPOS INDIGENAS

SER ABORIGEN EN CORDOBA

ALUMNO: CARLOS ORTEGA GARCIA (001920)


Ser aborigen en Córdoba

Introduccion

El artículo publicado por Fernando Colautti en La Voz del Interior, del pasado agosto, plantea un cuestionamiento a determinados entendimientos generalizados en la sociedad cordobesa particular y en el imaginario argentino en general, al plantear la posibilidad que un grupo aborigen, el de los Comechingones, que se asumía extinguido hacia mediados del siglo XIX, se encuentra presente en la actualidad, además con una significativa presencia urbana. Se verá que esta interrogante del periodista tiene su basamento en condicionamientos históricos y en discursos hegemónicos con un claro fin político en la historia argentina, destinado a desaparecer o invisibilizar la realidad de la existencia de aborígenes en su territorio.

Colautti, sin despegarse de esta percepción invisibilizadora, proveerá una falsa concesión al discurso alternativo, planteando la pervivencia de la aboriginalidad comechingona a partir de rastros de ADN en la población cordobesa, como un vestigio de una miscegenación prácticamente consumada.

De cualquier modo, los artículos ya son una puerta abierta para un debate necesario acerca de la existencia de comunidades indígenas comechingonas en Córdoba y a un cuestionamiento más importante aún: qué es ser aborigen en Córdoba.

Desarrollo

A partir de la independencia, los nacientes Estados latinoamericanos debieron hacer frente desde sus particularidades históricas a la formación de un discurso fundacional, que permitiera legitimar el ejercicio del poder y que subordinara los factores productivos a los imperativos del expansionismo del desarrollo industrial europeo.  En este contexto, en Argentina lo aborigen fue invisibilizado, fue colocado en oposición con los flujos migratorios europeos que conformaron el “crisol de razas”, al decir de Hernán Zapata:

“Las versiones históricas dominantes a lo largo del siglo XX, dedicados especialmente a exaltar las glorias patrias y militares, confinaron a los grupos indígenas a un obscuro trasfondo dentro del imaginario nacional como una fuerza salvaje y destructiva –ejemplificada en los malones-, consolidando la imagen en la que una sucesión de choques armados entre la “barbarie” y la “civilización” habría dado lugar a una nueva sociedad “libre de indígenas” y reproduciendo la idea de “lo indígena” como parte de un pasado prehistórico superado” (HERNAN 2013: 108).

Los aborígenes, su cultura, su estilo de vida, hasta su fenotipo, fueron objeto de estigmatización, fueron colocados a la otra orilla del proyecto nacional, que postulaba, desde una perspectiva positivista, la emulación de la cultura europea. La idea de una nación argentina pensada por los gobernantes del siglo XIX encontraron en el aborigen a un obstáculo que debía ser eliminado. El aborigen, objeto de políticas orientadas a su eliminación física, se refugió en el mestizaje, en el desarrollo de una cultura de la resistencia, que Stagnaro, recogiendo lo señalado por Bartolomé y Lazzari, conceptualiza como la existencia del indio como una entidad fantasmagórica, en un segundo plano, oculto entre los intersticios de la sociedad y el discurso hegemónico.

Procesos de cambio en el ámbito internacional (en el marco de las Naciones unidas, a través de la Relatoría Especial de la Subcomisión de Prevención de Discriminación y Protección a las Minorías, así como en los estudios de la OIT), junto con cambios en el plano político argentino (retorno a la democracia en 1983), han dado pie a un proceso de reemergencia indígena. Este nuevo escenario ha permitido que los grupos aborígenes cambien el discurso de la resistencia y el ocultamiento estigmatizante por uno de reivindicación de su origen y su pertenencia.  Este proceso no ha estado exento de dificultades y dudas.  Al decir de Palladino:

“Las representaciones sobre estos Comechingones por parte de los no Comechingones pusieron en cuestión la autenticidad aborigen al buscar indígenas en términos de pureza de sangre o bien a partir de rasgos culturales distintivos. En la medida que los rasgos de los Comechingones no se correspondían con los criterios “fenomíticos” oficiales sobre la identidad indígena, los Comechingones vivenciaron tensiones con los vecinos cordobeses, historiadores locales y políticos. Esos sectores afirmaban que la “nueva” comunidad estaba conformada en realidad por un grupo de oportunistas que aprovecharon un contexto político de valorización positiva de las minorías para obtener beneficios estatales”. (PALLADINO 2014: 3)

En efecto, la reemergencia indígena cuestionó determinadas percepciones enraizadas en el mundo académico que reificaban lo indígena y no incorporaban en sus análisis las dinámicas de cambio.  Al decir de Hernán Zapata:

“Por su parte, los antropólogos argentinos de la primera mitad del siglo XX cayeron incluso en la propia trampa ideológica, al configurar un paisaje étnico “naturalizado”, en el que esas poblaciones se veían como grandes unidades cultural y racialmente estáticas y permanentes en el tiempo, descontextualizadas de los procesos históricos de contacto y dominación, y ajenas a toda perspectiva que las acercase a la categoría de agentes de la realidad social y política”. (HERNAN 2013: 108)

Este es también el error de Colautti, cuando afirma que en Córdoba “no hay comunidades indígenas que vivan como tales”. Es evidente que esto no puede ser así. Este planteamiento cae en una visión estática que, además sólo se usa en un sesgado, para referirse a los indígenas, que si fuera aplicada de forma similar a otros grupos, también podría servir de base para afirmar la existencia de un extrañamiento entre ellos y sus descendientes.

Los grupos que se adscriben aborígenes, reconstruyen sus relatos, desarrollan nuevas versiones, alternativas, de la historia oficial, para sustentar su continuidad, su condición de continuadores de la línea de sus ancestros. En este punto, señala Briones:

“Cierto es que hoy no existen comunidades con lengua, religión, vestimenta y cosmovisión comechingona en estado puro. El mestizaje de varios siglos deja una impronta, además de haber sido, en buena parte de la historia de la colonización, un mecanismo muy recurrido para asegurar la supervivencia del grupo. Quienes hoy se reclaman como parte del colectivo comechingón, lo hacen a partir de la reconstrucción de sus linajes de descendencia y de evidencias documentales que acrediten su presencia en el lugar desde tiempos lejanos (“desde siempre”). Estos esfuerzos por hallar reconocimiento sobre la base legitimadora que provee el linaje y la presencia en el lugar, se halla en línea con la definición de Beckett que conceptualiza la condición de aboriginalidad como “…el hecho histórico de que había gente viviendo en territorios conquistados por imperios coloniales, y que esa gente tiene descendientes en la población actual de los estados-nación descolonizados”. (Briones, 1998: 156)

Este proceso de reformulación de las historias de los pueblos aborígenes, encuentra en los grupos hegemónicos muchas resistencias, que parten de la necesidad de seguir negando la existencia de lo indígena, y que, para ello, se valen precisamente de los resultados de las prácticas indígenas para evitar el señalamiento y la estigmatización (no hablar la lengua aborigen, ocultar sus nombres, etc.).  Por ello es que en este contexto de reemergencia de lo aborigen, son precisamente estas prácticas de ocultamiento de su identidad las que se constituyen en argumento de los grupos dominantes para no reconocerles su identidad aborigen. Incluso, la existencia de aborígenes que habitan zonas urbanas, se antoja como un exotismo ante el discurso hegemónico, pues no resulta concebible o imaginable un aborigen “urbano”: el aborigen está asociado al campo, al páramo, al desierto. En este punto vale la pena recoger lo señalado por Stagnaro:

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