Contructivismo
alito928 de Marzo de 2014
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referente que guía, pero no determina la acción, por cuanto ésta debe contar con los elementos
presentes y las incidencias imprevistas, y por cuanto además está sujeta a todo un conjunto de
decisiones que no son responsabilidad exclusiva del profesor.
Sin embargo, lo que cabe resaltar aquí es que sea cual sea el grado en que influyen en y son
influidos por la experiencia práctica cotidiana, los profesores, como cualquier profesional cuyo
desempeño deba contar con la reflexión sobre lo que se hace y por qué se hace, necesitan
recurrir a determinados referentes que guíen, fundamenten y justifiquen su actuación. Otra
cosa será la naturaleza y funcionalidad de dichos referentes, pero como ha sido ilustrado en
numerosas ocasiones, y como se describe también en este libro (véase el capítulo 4), lo que
está fuera de duda es su existencia.
Si como primera conclusión, desde luego muy poco original, afirmamos que los profesores, en
cualquier nivel de la enseñanza, disponen de marcos explicativos, teorías, más o menos
articuladas y coherentes que aparecen como instrumentos útiles en el sentido de que les sirven
para desarrollar su labor, podemos plantear como primera pregunta, tal vez polémica, si lo
importante no será este hecho en sí, es decir, el disponer de alguna teoría, más que el
contenido mismo de la que se posea o que se posea una en concreto.
Responder a esta cuestión exige ir un poco más despacio; en primer lugar, teorías, ¿para qué?
Para interpretar, analizar e intervenir en la realidad que mediante dichas teorías se intenta
explicar. Al acentuar de ese modo el carácter instrumental de las explicaciones teóricas,
ponemos de relieve la necesidad de que se muestren potentes para su cometido. En la medida
en que consideramos que el profesor debe practicar un «pensamiento estratégico», es decir,
en la medida en que debe ser capaz de dirigir y regular la situación que tiene entre manos con
el fin de ajustarla a los objetivos que persigue, las teorías son interpeladas desde la dimensión
instrumental a que antes aludíamos. Intentaremos ser un poco más explícitos: necesitamos
teorías que nos sirvan de referente para contextualizar y priorizar metas y finalidades; para
planificar la actuación; para analizar su desarrollo e irlo modificando en función de lo que ocurre
y para tomar decisiones acerca de la adecuación de todo ello.
Si aceptáramos que la enseñanza es exclusiva o fundamentalmente una actividad rutinaria,
estática y más bien estereotipada, no necesitaríamos teorías de esas características; en ese
caso, las recetas e instrucciones serían lo más adecuado. Pero ya sabemos que enseñar es
otra cosa, y que los planes cerrados rara vez se adecuan a las necesidades de la situación.
Parece, pues, que lo que necesitamos son teorías que provean de instrumentos de análisis y
reflexión sobre la práctica, sobre cómo se aprende y cómo se enseña; teorías que pueden y
deben enriquecerse hasta el infinito con aportaciones acerca de cómo influyen en ese
aprendizaje y en la enseñaza las distintas variables que en él intervienen (distintos tipos de
contenido, formas de agrupamiento diversificadas, características de la disciplina, contextos
culturales contrastados, etc.), pero que puedan funcionar como catalizador general de algunas
preguntas básicas que todos los docentes nos planteamos: ¿Cómo aprenden mis alumnos?
¿Por qué aprenden cuando aprenden? ¿Por qué a veces no consiguen aprender, al menos en
el grado en que me había propuesto? ¿Qué puedo/debo hacer para que aprendan? ¿Qué
quiere decir que «aprenden»?
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