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Francia: Mayo del 68' REVOLUCIONES POR EL MUNDO


Enviado por   •  14 de Noviembre de 2017  •  Documentos de Investigación  •  5.949 Palabras (24 Páginas)  •  242 Visitas

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Para poder comprender el estallido de este acontecimiento tan importante y mediático que afectó directamente a las civilizaciones a nivel mundial, nos enfocaremos en conocer los principales factores que contribuyeron a su irrupción. El primer factor que cabría destacar fue el auge al que estaba llegando la etapa de expansión capitalista de posguerra, en el marco de los pactos interclasistas del Estado de bienestar occidental, con los signos anunciadores de una crisis económica (recesión alemana en 1967) que irrumpiría drásticamente a partir de 1971-1973 (crisis del dólar y del petróleo) y que empezaba ya a generar malestar creciente en las diferentes clases sociales de los países Tercer Mundistas, en especial a la clase media obrera, estudiantes y partido socialista. Como segundo factor causante de esta revuelta mundial, tenemos la crisis del «modelo» burocrático de transición al socialismo en Europa del Este, en un contexto de ascenso de expectativas sociales, especialmente, en aquellos países en donde su incorporación al bloque soviético había sido forzada desde el exterior; paralelamente a esto, se produce la ruptura de la China de Mao Zedong, sometida a su vez a fuertes convulsiones internas bajo el impacto de su «Revolución Cultural», con Kruschov abría la puerta a un cuestionamiento de la hegemonía de la URSS dentro de ese bloque. El tercer factor es, el auge de los procesos de liberación nacional que se estaban dando en distintos países del «Tercer Mundo», después de las revoluciones cubana y argelina y con la guerra de Vietnam –la primera guerra televisada– como principal centro de atención mundial. En el marco de Vietnam, no podemos pasar por alto la operación militar planificada por el Gobierno Vietnamita del Norte, la ofensiva del Têt, iniciada a finales de enero de 1968 por el Frente de Liberación Nacional vietnamita, pero por sobre todo la inauguración práctica de ese año, ya que pese a no triunfar militarmente, mostró la vulnerabilidad del «gigante» estadounidense ante todo el mundo, generando así lo que luego se conocería como el «síndrome de Vietnam» dentro de la sociedad norteamericana y convirtiéndose en un estímulo para llevar a cabo lo que ya había propuesto Ernesto «Che» Guevara (convertido en un símbolo de la rebeldía tras morir en octubre de 1967) como expresión de lo que aparecía como un nuevo internacionalismo: «crear dos, tres, muchos Vietnam». A estos tres factores habría que sumar otro dato imprescindible, el papel de catalizador que iba a jugar el movimiento estudiantil: la progresiva ampliación de las capas de jóvenes que accedían a las Universidades, unida al crecimiento demográfico de posguerra, principalmente en Occidente pero también en el Este, debida tanto a la presión democratizadora como a la mayor necesidad de formar una fuerza de trabajo cualificada al servicio de los avances tecnológicos que estaban introduciéndose, en lo que se calificaba ya entonces como «revolución científico-técnica». Si a ese proceso añadimos los movimientos contraculturales que, iniciados sobre todo en EE. UU., se extienden progresivamente a otras partes del mundo, gracias a la música, al cine y a la nueva literatura y a su amplia difusión por radio y televisión, con los consiguientes cambios en el plano de la vida cotidiana, tenemos un panorama más o menos aproximado de cuál era el contexto en el que se fue configurando la juventud de entonces como una fuerza social masiva en ascenso, adquiriendo de este modo conciencia de su potencial como actor colectivo –político, social y cultural– en las universidades, pero también en los institutos y centros de formación profesional que empezaron a proliferar.

A todo esto, habría que añadir un fenómeno del todo principal, el cual fue la influencia que tuvo el fuerte contenido social crítico del Concilio Vaticano II en la relativa legitimación del proceso de radicalización que se estaba produciendo entre amplios sectores populares católicos, especialmente en el Sur de Europa y en América Latina, con el consiguiente desbloqueo de sus relaciones con la izquierda en general. Toda esta conjunción de tendencias de cambio fue contribuyendo a que se fueran sentando las bases de lo que significaría el año 68: la ruptura del «consenso» posterior a la Segunda Guerra Mundial, no sólo en el seno de «Occidente», sino también en el Este y, sobre todo, frente a los límites que se marcaba al «Tercer Mundo» más allá de su acceso –pacífico o violento según los casos– a su independencia política formal, volviendo así a poner de actualidad la posibilidad de revueltas y revoluciones capaces de triunfar y de ofrecer otros proyectos de sociedad.

Todos los procesos antes mencionados se fueron concentrando con mayor peso en Francia, en donde no hay que olvidar que la guerra de Argelia había servido ya de «laboratorio» de protesta de una nueva generación, que se enfrentaría abiertamente tanto con el gaullismo como con un PCF (Partido Comunista Francés) con fuerte raigambre estalinista. Lo transcendental de nuestro informe no es relatar los hechos que acontecieron diariamente durante el Mayo del 68 francés , por lo tanto, nos limitaremos a resaltar cómo, con ese trasfondo, el malestar estudiantil que se había expresado en años y meses anteriores (jugando un papel pionero e innovador en esa labor el reducido grupo de la Internacional Situacionista, con su manifiesto Acerca de la miseria en el medio estudiantil, considerada en sus aspectos económico, político, psicológico, sexual y sobre todo intelectual, y en el mismo 68, el movimiento 22 de marzo, constituido en Nanterre) se transformó más temprano que tarde en una protesta masiva, en la que se mezclaba la crítica de la «miseria del medio estudiantil» con la denuncia de la represión policial y académica, la solidaridad con el pueblo vietnamita e incluso con los jóvenes Jacek Kuron y Karol Modzelewki detenidos en Polonia por denunciar a la burocracia estalinista. En efecto, con el detonante de la protesta contra el cierre de la Universidad de Nanterre el 2 de mayo, los estudiantes se concentraron en “La Sorbona” en pleno centro del Barrio Latino parisino, sucediéndose luego las noches de las barricadas, las manifestaciones masivas y sobre todo la «toma de la palabra» de los estudiantes, que se extiende rápidamente a otras Universidades y a sectores sociales y de la cultura muy diversos (como el Festival de Cannes, suspendido el 18 de mayo, pese a la oposición de su director, por iniciativa de Godard, Truffaut, Malle, Polanski, Lelouch y Saura, entre otros) hasta llegar, a partir sobre todo del 13 de mayo, a las fábricas y a todo tipo de centro de trabajo. Se van juntando así la solidaridad con los estudiantes, el resentimiento frente al reparto injusto de los frutos del crecimiento económico de la posguerra, el hartazgo respecto a un régimen gaullista surgido de lo que el mismo Mitterrand, ex presidente francés, calificó como un «golpe de estado» y, en fin, la insatisfacción frente a una «modernidad» que no oculta su despotismo estructural, ejemplificado en el comportamiento de las fuerzas policiales («CRS (Francia) = SS (Alemania)» se convierte en un eslogan que las asocia con el nazismo). Todo esto contribuye al salto hacia un movimiento de Huelga General masiva (con ocupaciones de muchas fábricas, como la fortaleza obrera de Renault-Billancourt), pese a las reticencias de las direcciones sindicales –cuya moderación se pretendía justificar demagógicamente acusando a los estudiantes de «hijos de la burguesía» aventureros e incluso tachando despectivamente a Daniel Cohn-Bendit, expulsado del país por el Gobierno, de «judío alemán»– para convocarla. Fue en los días siguientes, del 24 al 30 de mayo, cuando se fue produciendo esa “vacance du pouvoir” (vacío de poder) que contribuyó a popularizar eslóganes como «la imaginación al poder», «el poder está en la calle», «seamos realistas, pidamos lo imposible» o «gobierno popular», y que creó la sensación colectiva de que el Estado había desaparecido frente a la fuerza colectiva de un movimiento que había desencadenado la huelga general más masiva en la historia de Francia y que parecía imparable. Porque ésa fue la percepción que se tuvo entonces: aunque no era en realidad una «revolución», sí se vivió como tal, «como si lo fuera», revelando así la fragilidad del orden capitalista, como lo tuvo que reconocer el intelectual orgánico de la derecha, Raymond Aron, en sus debates con Edgar Morin o Jean Paul Sartre. Fue precisamente éste último, uno de los grandes intelectuales franceses de la posguerra mundial, quien, junto con su compañera y autora de la obra pionera del nuevo feminismo “El segundo sexo” Simone de Beauvoir, tomó muy pronto partido a favor de los estudiantes rebeldes, cuya irrupción en la escena política veía como un grupo en fusión capaz de convertirse en agente de “expansión del campo de lo posible” frente a la “real politik” dominante.

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