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Humanismo En El Siglo XXI

gdiazhd9 de Abril de 2015

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Propuestas del humanismo del Siglo XXI

Roberto Cañas-Quirós*

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* Licenciado en Filosofía por la Universidad de Costa Rica y profesor de la misma Universidad. Es autor de diversos artículos en revistas especializadas y ha colaborado para la presente Revista en muchos números anteriores.

INTRODUCCIÓN

En este artículo se analizan problemáticas actuales que debe afrontar el humanismo y que implican una transformación profunda de nuestras percepciones y valores. En este sentido, se propone un enfoque multidisciplinario: una forma de reinterpretar e interrelacionar los conflictos ecológicos, políticos, económicos, históricos, antropológicos, éticos, psicológicos, pedagógicos, entre otros, con vistas a un renacimiento personal, en el que es posible la visión de un mundo humanizado.

Las corrientes humanísticas contemporáneas se han caracterizado ya no por elaborar arquetipos de hombre, sino por ubicarlo dentro de circunstancias concretas, ya sean políticas, económicas, jurídicas, sociológicas, psicológicas o tecnológicas, las cuales determinan sus condiciones auténticamente humanas. En los siglos XIX y XX han surgido una serie de pensamientos como el marxismo, el humanismo cristiano, el existencialismo y el neo-humanismo científico-tecnológico. En general, estas tendencias defienden la libertad, la autenticidad y la dignidad de los individuos, para el desarrollo de su verdadera naturaleza, así como la expresión del pensamiento científico y filosófico.

El presente ensayo aborda el humanismo desde la perspectiva ecológica, política –económica, filosófica y pedagógica como los cuatro grandes pilares que lo sustentan. El planteamiento de esta disquisición no sólo sitúa al hombre desde circunstancias específicas bajo las cuales pueda desarrollar su dignidad, libertad, espiritualidad, etc., sino, también, a partir de un “modelo” humano que ilumine su camino por seguir y las formas adecuadas de inculcarlo. El punto de vista ecológico nos lleva a percatarnos de la encrucijada en que se encuentra todo organismo viviente, sobre todo porque, de no efectuarse un giro profundo en la raíz de las estructuras políticas, económicas y sociales, el siglo XXI podría marcar una debacle planetaria. Si desde fines de la Segunda Guerra Mundial la angustia del hombre se cierne en torno a la destrucción global por vía de la energía termonuclear, hoy en día a esa angustia se le añade el colapso ecológico y la supresión masiva de infinidad de formas de vida. A las personas de nuestra época nos corresponde la responsabilidad de hacer lo suficiente para que no se trunque la evolución de las especies. Por eso el humanismo se encauza hacia propuestas políticas y económicas de dimensión integral con una nueva escala de valores, con el propósito de promover en el hombre una coexistencia armoniosa con el planeta, al lado de su realización como tal. La antropolítica o antroeconomía es el nuevo viraje en donde lo “humano” representa el valor primario del que pende lo político-económico y no a la inversa. Para ello se requiere de un modelo o ideal de persona que sea enriquecido por la filosofía, la historia y las artes a fin de promover en él su más alto yo. Esta orientación humanística debe convertirse en una práctica pedagógica que se extienda a toda la sociedad, integrando incluso los recursos tecnológicos para la consecución de este propósito.

I. HUMANISMO ECOLÓGICO

El humanismo de las últimas décadas del siglo XX y de inicios del siglo XXI, busca eliminar la concepción antropocéntrica que había sido concebida durante el Renacimiento. Ante problemáticas ecológicas, el hombre ya no puede ser alguien que, mediante el método experimental, manipula caprichosamente la naturaleza. Más bien debe asumirse como una parte interrelacionada con ella, tomando conciencia de que el ambiente natural en donde vive es un ecosistema con la tendencia generalizada a establecer vínculos de integración y cooperación armoniosa. Las necesidades y los derechos del planeta son las necesidades y los derechos de la persona, pues la salud y el bienestar individual dependen del equilibrio planetario. De ello se deriva el hecho de que no podemos “manejar” el planeta, sino que tenemos que integrarnos armoniosamente con la naturaleza, a partir de una ética mundial y nuevas formas de organización políticas y económicas. El ser humano y la naturaleza no deben entenderse en términos materialistas, mecánicos y de explotación, pues ello riñe con un desarrollo equilibrado de la vida en su totalidad. Se hace necesario abandonar la mentalidad recursista, la cual concibe el entorno como objeto para el provecho individual de consumo, considerando que los animales, el campo, el aire, el agua, la selva, están a nuestro servicio y que podemos obtener de ellos una ganancia a pesar de su degradación.

La ecología, más que en un discurso, debe convertirse en una praxis, en una forma de vida y una parte inseparable de nuestra cultura. Los valores en general no se enseñan sólo “dándolos a conocer”, sino que es fundamental la experiencia vital del valor. Por eso la enseñanza de la ecología como valor, conduce a tener contacto personal con entornos limpios y protegidos, con ciudades, pueblos y personas que salvaguardan y respetan el medio ambiente. Por otra parte, la problemática ecológica está unida a la ética, pues la mejora del medio ambiente a escala mundial va aparejada con el establecimiento de un nuevo orden económico más justo, equitativo y humano. Las relaciones Norte–Sur suscitan, por ejemplo, que los países pobres, al depender de la tecnología de los países ricos, estén obligados para su desarrollo a utilizar tecnologías ya desechadas y contaminantes; o también, que la deuda externa que asfixia a los países pobres encuentra como recurso el agotamiento de sus propias materias primas como bosques y selvas. También es de señalar la responsabilidad de las naciones del Primer Mundo como principales contaminantes del planeta a fin de que emprendan soluciones eficaces. Asimismo, es imprescindible la postulación de un “código de valores universales”, de dimensión planetaria, construido por el consenso de todos los pueblos de la tierra para re–orientar, de manera responsable y pacífica, la coexistencia entre todos los seres vivos.

A inicios del siglo XXI el deterioro de la salud de la Tierra resulta alarmante debido a la interminable lista de problemáticas: reducción de los bosques, erosión de los suelos, extinción de especies, vaciado de los acuíferos, pérdida de los arrecifes de coral, la lluvia ácida, la abertura y el enrarecimiento de la capa de ozono, la contaminación sónica en el aire, en el mar y en la tierra, la quema de los combustibles fósiles, el aumento de la temperatura del planeta (0,44 grados Celsius en las últimas tres décadas) con la consecuente desaparición de los glaciares y la propagación de los huracanes. El aumento de la economía global, de la cultura informática, así como la urbanización y la industrialización, son causa directa de empobrecimiento ambiental. El aumento de la población mundial conlleva el aumento de casi todos los problemas ambientales, en particular porque la mayor parte del crecimiento ocurre en los países más atrasados. A inicios del siglo XXI la población es de 6.000 millones de personas y para el año 2050 se calcula que la cifra aumentará hasta 9.000 millones. En la actualidad 1.200 millones de seres humanos padecen hambre, 1.000 millones de adultos son analfabetos y 50 millones tienen Sida.

La educación como forma de generar conciencia, sobre todo a escala mundial, tiene como desafío estabilizar el clima y la población, pues de no efectuarse, aparecerán “sorpresas” ambientales y sociales. Para equilibrar el clima se requiere de voluntad política para remplazar los combustibles fósiles por otras formas de energía (células solares, energía eólica, etc.), que presenten un verdadero carácter de renovabilidad. También debe moderarse el consumo desaforado de papel, pieles y carne por atentar contra la supervivencia de los bosques y animales. Para racionalizar la población se requiere brindar acceso universal y gratuito a los servicios de planificación y educación sexual. Sin embargo, el cambio sólo puede operarse, eficazmente, con la introducción en la sociedad de nuevos valores que modifiquen la visión del ser humano y su entorno.

II. HUMANISMO POLÍTICO–ECONÓMICO

Resulta perentorio alcanzar una percepción integral de todos los seres en donde el hombre pueda vivir de manera saludable, adaptando sus intereses al medio y no el medio a sus intereses. Para ello se requiere de una revolución en los “paradigmas” existentes, los cuales promueven un mundo económicamente desigual: la persona que “triunfa” lo hace aplastando o explotando a los demás y no ayudando a éstos a subir conjuntamente la cima. Por eso resulta fundamental un cambio en la forma de aprehender la realidad, que permita reestructurar la posición que ocupa el ser humano en el universo. Las transformaciones deben operarse en todos los ámbitos y, principalmente, en las relaciones de convivencia social. Se trata de alcanzar una nueva perspectiva de las cosas, una transmutación de nuestros pensamientos y del modo de percibir el mundo y el hombre.

Uno de esos casos lo constituye la imperante necesidad de reorganizar los medios de comunicación de masas, que no deben funcionar sólo como empresas económicas, sino como instrumentos para incentivar el altruismo, los valores espirituales, las relaciones interpersonales afectuosas, entre otros. El público no debe convertirse en un consumidor pasivo y receptivo dirigido bajo patrones de estímulo–respuesta,

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