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José Fouché


Enviado por   •  10 de Octubre de 2012  •  Informes  •  1.236 Palabras (5 Páginas)  •  584 Visitas

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José Fouché fue uno de los hombres más poderosos de su época y uno de los más

extraordinarios de todos los tiempos. Sin embargo, ni gozó de simpatías entre sus

contemporáneos ni se le ha hecho justicia en la posteridad.

A Napoleón en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras y

Talleyrand en sus respectivas Memorias y a todos los historiadores franceses –realistas,

republicanos o bonapartistas-, la pluma les rezuma hiel cuando escriben su nombre.

Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga

profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral... No se le escatiman las injurias. Y ni

Lamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter, o, por

mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter. Por primera vez aparece su

figura, con sus verdaderas proporciones, en la biografía monumental de Luis Madelins, al

que este estudio, lo mismo que todos los anteriores, tiene que agradecerle la mayor

parte de su información. Por lo demás, la Historia arrinconó silenciosamente en la última

fila de las comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se

transformaba el mundo, dirigió todos los partidos y fué el único en sobrevivirles, y que en

la lucha psicológica venció a un Napoleón y a un Robespierre. De vez en cuando ronda

aún su figura por algún drama u opereta napoleónicos; pero entonces, casi siempre

reducido al papel gastado y esquemático de un astuto ministro de la Policía, de un

precursor de Sherlock Holmes. La crítica superficial confunde siempre un papel del foro

con un papel secundario.

Sólo uno acertó a ver esta figura única en su propia grandeza, y no el más

insignificante precisamente: Balzac. Espíritu elevado y sagaz al mismo tiempo, no

limitándose a observar lo aparente de la época, sino sabiendo mirar entre bastidores,

descubrió con certero instinto en Fouché el carácter más interesante de su siglo.

Habituado a considerar todas las pasiones -las llamadas heroicas lo mismo que las

calificadas de inferiores-, elementos completamente equivalentes en su química de los

sentimientos; acostumbrado a mirar igualmente a un criminal perfecto -un Vautrin- que a

un genio moral -un Luis Lambert-, buscando, más que la diferencia entre lo moral y lo

inmoral, el valor de la voluntad y la intensidad de la pasión, sacó de su destierro

intencionado al hombre más desdeñado, al más injuriado de la Revolución y de la época

imperial. «El único ministro que tuvo Napoleón», le llama, singulier génie, la plus forte

tête que je connaiss, «una de las figuras que tienen tanta profundidad bajo la superficie y

que permanecen impenetrables en el momento de la acción, y a las que sólo puede

comprenderse con el tiempo». Esto ya suena de manera distinta a las depreciaciones

moralistas. Y en medio de su novela «Une ténébreuse affaire» dedica a este genio

grave, hondo y singular, poco conocido, una página especial. «Su genio peculiar

-escribe-, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe.

Este miembro desconocido de la Convención, lino de los hombres más extraordinarios y

al mismo tiempo más falsamente juzgados de su época, inició su personalidad futura en

los momentos de crisis. Bajo el Directorio se elevo a la altura desde la cual saben los

hombres de espíritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado; luego,

súbitamente -como ciertos cómicos mediocres que se convierten en excelentes actores

por una inspiración instantánea-, dió pruebas de su habilidad durante el golpe de Estado

del 18 de Brumario. Este hombre, de cara pálida, educado bajo una disciplina

conventual, que conocía todos los secretos del partido de la Montaña, al que perteneció

primero, lo mismo que los del partido realista, en el que ingresó finalmente; que había

estudiado despacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prácticas de la escena

política, adueñóse del espíritu e Bonaparte, dándole consejos útiles y proporcionándole

valiosos informes... Ni sus colegas de entonces ni los de antes podían imaginar el

volumen

...

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