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LA EDUCACIÓN Y LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA GUERRA Y LA IGNORANCIA

rubendiazdiaz25 de Octubre de 2014

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

U.A.C.M.

POSGRADO DE DERECHOS HUMANOS

PROFESOR DR.HASSAN DALBAND

MATERIA: EDUCACIÓN POPULAR Y DERECHOS HUMANOS

TEMA: LA EDUCACIÓN Y LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA GUERRA Y LA IGNORANCIA

ALUMNO: RUBÉN DÍAZ DÍAZ.

MATRÍCULA 10-104-0015

FECHA DE ENTREGA 14/14/2011

LA EDUCACIÓN Y LA INSTITUCIONALIDAD DE LA GUERRA. Y LA IGNORANCIA.

“La Ignorancia es la peor plaga de la sociedad, el más ´poderoso disolvente de la libertad.” José Justo Herrera.

I. INTRODUCCIÓN.

El marxismo ha desarrollado la teoría de la guerra revolucionaria como concepción organizada de la violencia revolucionaria de todo el pueblo. Es falso que la teoría del partido leninista o de las diferentes concepciones de la guerra revolucionaria parten del criterio de que un solo grupo de “revolucionarios iluminados” por sí solos, mediante acciones aisladas y espectaculares, harán la revolución. Todas las concepciones marxistas pasan por la disyuntiva de la construcción de la conciencia proletaria, de la educación y preparación del pueblo para crear la disposición popular de combatir. Bajo el principio de que el marxismo es sobre todo praxis, es decir la confrontación constante entre teoría y realidad para constatar la validez de aquella, la praxis se convierte entonces en la búsqueda de la concientización, organización y combate de las masas, y más específicamente: del proletariado. Es la educación como práctica de la libertad, la que Paulo Freire llamó “Pedagogía del Oprimido”.

II.- IMPERIALISMO Y LUCHA DE CLASES.

II.1.- LA LUCHA DE CLASES

La historia de la sociedad, dicen Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, desde que nació la propiedad privada hasta nuestros días, ha sido la historia de la lucha entre opresores y oprimidos, esclavos y esclavistas, siervos y señores feudales, obreros y burgueses; con intereses opuestos y antagónicos, porque la existencia de unos depende de la condición de explotación y subordinación, de dominación rapaz y brutal y de sojuzgamiento violento, de pobreza de unos y riqueza de otros. Las clases opresoras tienen con respecto a los oprimidos muy claros sus intereses y por tanto conciencia de su situación, lo que las hace actuar en función de ellos de manera intencionada, con organización y planificación. Los oprimidos se alzan, levantan sus armas y luchan por su libertad. Los enfrentamientos entre las clases los registra la historia, desde Espartaco, pasando por la revolución Francesa y la comuna de París, hasta la revolución rusa de 1917 y las luchas que vemos hoy desde Europa con las huelgas obreras en Grecia y Francia, las movilizaciones populares en España y el mundo árabe, hasta los procesos que vivimos en América Latina.

La lucha de clases no es resultado de la deliberación teórica alejada de la realidad, aquella que inventó el “pacto social” y el Estado para salir del “periodo primitivo del hombre”; la que pregona un pasado en dónde nuestra especie es su propio depredador; que habla del estado de permanente guerra que lo sumía en el oscurantismo y el terror. El Estado, dicen, surge de ese acuerdo que pone fin al caos, nace así para que los hombres “vivan en armonía y paz”.

La lucha de clases es la negación de esa falsa teoría y su cuento del “pacto”, es el resultado del desarrollo del ser humano en sociedad, inseparable del avance de sus instrumentos de trabajo y medios de producción, de su incremento en su capacidad productiva, de la apropiación de unos cuantos del excedente producido y el ejercicio de su poder y violencia en contra de los demás. La lucha de clases es, bajo estas condiciones, el componente del progreso, es la contradicción que dentro de la sociedad, al resolverse, da paso a un nuevo estadio y una nueva confrontación, una nueva relación en torno a nuevas formas de organización productiva.

La era de la lucha de clases es una etapa incipiente y primitiva del crecimiento del ser humano, necesaria por las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad humana y su interacción con la naturaleza; violenta porque asume la confrontación ininterrumpida e irreconciliable entre seres humanos y superable sólo si es capaz de sobrevivir a la hecatombe capitalista en su fase superior, el imperialismo.

En efecto, el capitalismo es el último peldaño de la lucha de clases, la última prueba para el porvenir del hombre (y de la mujer), porque, al mismo tiempo, la capacidad de destrucción que ha creado durante su crecimiento es tal, que puede destruir a la humanidad entera. Salto peligroso, pero necesario, compatible con el grito “vencer o morir”.

Los obreros se alzan contra su opresor, pero tienen ante sí una lucha suicida, si vencen destruirán al Estado capitalista y a sus clases; burgueses y proletarios desaparecerán de la Tierra. Un nuevo mundo nacerá.

Las clases dominantes se han apropiado de la sabiduría humana, de su producción histórica de conocimiento y la han utilizado para mantener su explotación, su dominio rapaz en contra del oprimido y el explotado. El surgimiento de las clases rompió con la enseñanza comunista primitiva, la que no ocultaba nada, la que era para todos, la que “enseñaba para la vida por medio de la vida.” En su lugar, surge una educación elitista, encaminada a consensar la explotación, a “inculcar que las nuevas clases dominantes no tienen otra finalidad que asegurar la vida de las clases dominadas, y vigilar atentamente el menor asomo de protesta para extirparlo o corregirlo” Es la “educación que propaga la epistemología y el capital cultural de las clases privilegiadas” la que “a menudo cumple la función de colonizar a quienes están fuera de la ideología dominante.” La educación se dividió en dos, como las clases sociales, una para el trabajo y otra para el ocio y la política, esta última para el ejercicio del poder en contra de los dominados, los desposeídos. La clase dominante desarrolló un desprecio por el trabajo y la dominada trabajó para ellos. La ciencia, la tecnología y la cultura se convirtieron en instrumentos de opresión, de engaño y subordinación ideológica; como los sacerdotes egipcios con su “nilómetro” para hacer creer al pueblo su descendencia divina , o la televisión de nuestros días que engaña difundiendo un mundo libre y democrático que no existe, escondiendo que en verdad se encuentra plagado de bases militares y de las armas más sofisticadas que se hayan conocido, dispuestas a emplearse contra los pueblos sublevados.

En un principio justificaron su existencia por encima de los demás revistiéndose de un carácter divino. Surgió una educación que inculcaba la sumisión y la ignorancia de unos; contra el respeto, la cultura, el conocimiento y opulencia de otros, por designio de Dios. Pero para los incrédulos se implementó el poder militar, como en Esparta donde las clases superiores se adiestraron en las “virtudes guerreras” con el objetivo de asegurar su superioridad en el ejercicio de la violencia en contra de la clase sometida. En Atenas existieron dos gimnasios de educación militar, se consideraba que para someter al ejército de esclavos de aquélla época era necesario mantener a “la nobleza en armas”. La guerra llevó a la conquista y con ella al incremento de los oprimidos, por ejemplo, la “conquista de las Galias por Julio César (que) dio más de un millón de esclavos”, o la invasión y conquista de América, entre otros hechos más.

Religión y guerra han marchado siempre juntas en contra del trabajo. La primera asumió más tarde la instrucción de la plebe cuando se constituyó como institución con la Iglesia, a la que no le interesaba enseñar a leer o a escribir, sino inculcar la doctrina cristiana que infundía la obediencia, “la docilidad y el conformismo”. Por su parte, el noble se adiestraba en las armas hasta ser nombrado caballero, porque despreciando las letras y el trabajo de la tierra “no se cuidaba más que de la guerra, porque la guerra era su negocio”

II.2.- LA INSTITUCIONALIDAD DE LA GUERRA.

Para la burguesía la guerra sigue siendo un negocio, los empresarios de las armas ganan caudalosas fortunas con la venta del armamento que fabrican. Propician conflictos para obtener mercado. La "guerra contraterrorista" y la carrera armamentista (nuclear y convencional) alimenta los contratos y las ganancias de esos consorcios agrupados en ese monstruo llamado Complejo Militar Industrial norteamericano. Las tres grandes corporaciones armamentistas (Lockheed Martin, Boeing, y Northrop Grumman) tienen conexiones con otras numerosas fuentes de contratación federal para todo, desde seguridad aeroportuaria hasta vigilancia doméstica, en nombre de lo que hoy la Casa Blanca nombra GWOT (Global War on Terrorism), guerra global contra el terrorismo. El consorcio Boeing fabrica el equipo de ataque directo conjunto (JDAM, por sus siglas en inglés), herramienta que puede convertir bombas "estúpidas" en "inteligentes". El JDAM se utilizó en tan grandes cantidades en las guerras de Irak y Afganistán que la compañía tuvo que activar turnos duplicados de fabricación para cumplir con la demanda de la fuerza aérea.

En esta época de expansión monopólica, las corporaciones tienden a unirse y repartirse el mundo, administrándolo como su gran negocio, sosteniendo ejércitos capaces de sofocar cualquier disturbio en el mundo que ponga en peligro una sola esfera de sus inversiones. James Petras describe este fenómeno

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