La Sombra Del Caudillo
xayro073 de Junio de 2014
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La Revolución como legado
La Revolución dejó de ser una fuerza' real después del sexenio de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) pero su prestigio histórico y el aura de sus transformaciones profundas siguió dando legitimidad a los gobiernos mexicanos de la segunda mitad del siglo XX. Ese brillo mitológico y real del periodo reciente, permitió a partir de Cárdenas que el status quo, plagado de fallas e injusticias, fuera presentado verosímilmente al país como algo pasajero, ya que el verdadero México era justamente el que aún no surgía, el que estaba por venir. Fue ése un salto ideológico crucial y tiene su propia historia: la conversión del hecho revolucionario en un presente continuó y un futuro simple promisorio.
La certeza de que la Revolución Mexicana no fue sinovia secuela culminante de los grandes movimientos del siglo XIX la Independencia y la Reforma— es común a los gobernantes de México desde Venustiano Carranza. Pero el modo como esta convicción fue siendo asumida por los diversos regímenes revolucionarios hasta volver al Estado mexicano no sólo el heredero y el guardián, sino la vanguardia sucesiva y patriótica de esa historia en acción, registra cambios notables.
La Revolución Mexicana y la Constitución de 1917 fueron perdiendo su condición de hechos históricos precisos para volverse, como la historia toda del país, un "legado", una acumulación de aciertos y sabidurías que avalaban la rectitud revolucionaria del presente
Hasta Cárdenas, la porción de historia requerida para legitimar los regímenes revolucionarios era en lo fundamental la que empezaba con la insurrección de 1910. A partir de 1940, empezó a dominar el lenguaje oficial, la certeza de ser el gobierno heredero y continuado de una historia anterior que se remontaba hasta la Independencia.
El presidente Alvaro Obregón (1921-1924) se desentiende de las peculiaridades del pasado revolucionario inmediato (su deseo es que se mire ese pasado como un hecho consumado) por una razón inversa a la que obligará a presidentes como Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), Adolfo López Mateos (1958-1964), o Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) acordarse en exceso de él y a extender la unidad de ese pasado hasta la Independencia. Obregón no dudaba de su legitimidad, no se cuestionaba la validez de su origen porque nadie cuestionaba tampoco la liga obvia, reciente, de su gobierno con ese origen. Era un caso estricto de "buena conciencia" revolucionaria. De ahí que pudiera hablar sin rubor de la "buena fe" como sustento de todo lo que emanaba desgobierno, incluso de los errores. ;
No importan los errores que se cometan pues siempre habrá tiempo de corregirlos; y si se cometen, siempre será de buena fe, y no habrá ningún inconveniente en reconocer un error.
Para Obregón, la "revolución" consistía escuetamente en el hecho armado; el gobierno no era su encamación, era simplemente su legítimo sucesor. Con Calles el rumbo cambia. Ha resumido el proceso el .histo¬riador Guillermo Palacios:í
La popularidad de la revolución durante el periodo de Calles, nace, al contrario de sus predecesores, no de sus orígenes, de sus ingredientes casuales, sino de su porvenir [...] Calles no considera, como lo hizo su antecesor, la dicotomía definitiva entre el movimiento revolucionario y el gobierno resultante. Esto, importantísimo para la idea, del fenómeno, es lo que ofrece el panorama de continuidad; lo qué otorga a los gobier¬nos revolucionarios (la noción) de desarrollo [...] Así, la concepción de la revolución como un fenómeno definitivamente compuesto por momentos distintos, libra a su idea de; la molesta limitación en que la habían sumido anteriormente: la del periodo bélico. Este será en adelante, sólo una etapa de la lucha y, como dice Calles en su último informe, "la más fácil y sencilla de hacer” [...] El presente continúa y finca la revolución hasta nuestros días en los cientos y miles de cuartillas de la literatura presidencial y, por extensión, oficial: "La Revolución, generosa y dignificadora, está siempre en marcha” [...] Calles obliga a la idea de revolución a irse hacia atrás para reafirmar los avances, convencerse de la ruta y vanagloriarse de los logros [...] El futuro representa en realidad el terreno sobre el cual podría realizarse la Revolución que, hasta el momento, según palabras textuales de Calles, sólo se ha limitado a "verdaderos ensayos de realismo y socialización". [El futuro] será también el terreno de la consolidación del fenómeno, no en tanto facción política con un pensamiento propio, sino como el pensamiento por antonomasia
Un eterno futuro
Si Calles descubrió el futuro de la Revolución, Cárdenas impuso, de algún modo, su perpetuidad. A la noción de continuidad y de etapas sucesivas agregó la de tareas interminables, siempre renovadas por la historia, a las que la Revolución daría en cada momento la solución pertinente. Mirando hacia atrás, Cárdenas distinguió ciertas "etapas” de la Revolución como, propiamente, historia, es decir, hechos pasados que guardan una relación de continuidad, pero no de simultaneidad con el presente. Se instauraba así una tradición revolucionaria, con un presente progresista y un futuro de continua e incesante renovación. "A unos —dice Cárdenas— les tocó iniciar y desarrollar el movimiento armado y sentar las bases fundamentales de nuestro futuro; a otros, poner en acción las nuevas doctrinas organizando los distintos factores de ejecución que nos permitieran caminar al éxito y a nosotros resolver problemas que influyen en el proceso de nuestra vida social y que han de ayudar a perfeccionar nuestro régimen institucional".
La Revolución a su vez, venía a escribir la página culminante de la integración de la nación al añadir a la independencia política (movimiento de Independencia) y la consolidación ideológica (Reforma y Constitución de 1857), la emancipación económica.
La idea ferviente de la nación como depositaría moderna de un legado histórico sin fisuras se inició quizás con Ávila Camacho. Al aliento polémico e insatisfecho del cardenismo inicial; Ávila Camacho opuso la idea de una historia reciente llena de logros. En su discurso de protesta como presidente, aseguró que quien reflexiona sin prejuicios llegaría
a la conclusión de que la Revolución Mexicana ha sido un movimiento social guiado por la justicia histórica que ha logrado conquistar para el pueblo una por una sus reivindicaciones esenciales [...] Cada nueva época reclama una renovación de ideales. El clamor de la República demanda ahora la consolidación material y espiritual de nuestras conquistas sociales en una economía próspera y poderosa.
Al final de ese discurso, Ávila Camacho tendió una pacífica mirada sobre la historia de la nación ya no como lucha sino como herencia, no como fricción social sino como un terreno fraterno de concordia: "Pido con todas las fuerzas de mi espíritu a todos los mexicanos patriotas, a todo el pueblo, que nos mantengamos unidos, desterrando toda intolerancia, todo odio estéril, en esta cruzada constructiva de fraternidad y de grandeza nacionales". La noción política de unidad nacional fue el odre que empezó a añejar la idea de la historia y los valores espirituales de México como un tesoro acumulado con las luchas del pasado.
El gran viraje
Con este equipaje ideológico a cuestas, los "gobiernos de la revolución" viraban a partir de los años cuarenta, hacia la decisión central de industrializar el país por la vía de la sustitución de importaciones, lo que desplazó duramente el centro de gravedad tradicional de la sociedad mexicana, del campo a la ciudad. Las filas del proletariado, la burguesía y la clase media crecieron y se expandieron las ciudades, su ambiente natural. Los incipientes burgueses mexicanos —industriales, comerciantes y banqueros—, afianzaron su primacía y con el tiempo volvieron a dar cabida al socio extranjero; tanto, que ya en los años sesenta empezó a ser manifiesta, como en el Porfiriato, la dependencia industrial mexica¬na del capital y la tecnología extranjeras, en particular las de origen norteamericano.
Desatada la industrialización en parte como reacción al eco popular del cardenismo que terminó dividiendo a la familia revolucionaria, los gobiernos dudaron sobre el papel del Estado y el grado deseable de su intervención directa en el proceso productivo. En principie, esa intervención se justificó como una serie de acciones excepcionales y/o pasajeras. Creció después la convicción dominante que habría de regir las relaciones con el sector privado por varias décadas: el Estado debía dedicarse a crear y mantener la infraestructura de la economía, intervenir lo menos posible en las áreas de producción directa para el mercado y abordar sólo aquéllas donde la empresa privada se mostrara desinteresada y temerosa o fuera incapaz de mantener una presencia adecuada. Poco a poco, pese a las protestas empresariales, la práctica estatal y las deficiencias empresariales privadas cuajaron lo que se dio en llamar un sistema de "economía mixta", en persistente estado de conflicto y negociación, del Estado-empresario con la burguesía nacional, cada vez más consolidada. Las proporciones efectivas de este acuerdo indican que a partir de 1940, la inversión pública ha sido en promedio solo una tercera parte de la total y las dos restantes del sector privado.
Económicamente, pacto funciono al extremo de que observadores y analistas hablaron durante un tiempo, sin rubor, del "milagro mexicano". Entre 1940 y 1960, la producción nacional aumentó
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