La belleza desde los ojos de la interiorización

KATHERIN SOFIA DAZA SALCEDO

LA BELLEZA DESDE LOS OJOS DE LA INTERIORIZACIÓN

Las rosas más rojas son bellas, las esmeraldas igual, hablemos de los diamantes más brillantes y lo bellos que son o tal vez de la belleza de la mujer, o la bella arquitectura de la basílica de la Sagrada Familia en Barcelona. Durante el pasar de los años  las imágenes más atractivas a la percepción del humano se les han considerado “bellas”, pero este concepto se ha vuelto cada vez más superficial, pues la sociedad ha hecho creer que aquello que es físicamente lindo, perfecto y simétrico es bello o al menos entra en el concepto de belleza, sin embargo, si usted se remonta a pensamientos filosóficos o a expresiones diferentes del arte, es claro que la belleza se concibe de manera diferente y no está estrechamente relacionada con un concepto superficial de estética. De esta forma ya podremos hacernos una idea del trasfondo más amplio que abarca la belleza, más allá de lo que podemos percibir hoy en día.

Pero ¿A qué hace referencia la belleza superficial? a aquella característica  física o material que siempre predomina en el intelecto del ser humano al hacer un juicio estético sobre algún objeto. Este concepto ha sido estereotipado a lo largo de la historia y lo podemos ver reflejado en la publicidad, los rostros más perfectos, cuerpos masculinos fornidos, cuerpos delgados femeninos, etc. Como consecuencia, los valores estéticos fundamentales en la actualidad dependen únicamente del análisis de la forma. La cultura popular ha sido el claro ejemplo de los estándares de belleza más altos, está el caso de las pin-up girls en el que la belleza se ve modelada por “mujeres guapas” según lo que propone la sociedad como lo que realmente debería ser considerado bello, esto dejó marcado para la cultura un estilo de belleza que tenía que ser similar al de estas mujeres; tal como lo menciona Umberto Eco  en uno de sus títulos de su libro Historia de la Belleza, podemos considerar esto como “La belleza de consumo”, en el que la gente imita el modelo propuesto por la publicidad, el cine, la televisión y diferentes medios de comunicación para hacer referencia a lo que es bello.

Observando un caso similar, están los griegos o los artistas del renacimiento, el ideal de belleza que para ellos era importante se basaba en la armonía de las figuras y las proporciones exactas, siendo aspectos que formaban al hombre como lo más bello.

Según la mitología, Zeus habría asignado una medida apropiada y un justo límite a todos los seres: el gobierno del mundo coincide así con una armonía precisa y mensurable, expresada en las cuatro frases escritas en los muros del templo de Delfos: «Lo más exacto es lo más bello», «Respeta el límite». (Eco, 2017, p.53).

Así mismo es claro que la belleza griega es expresada mayormente por los sentidos, cosa que demarca la brecha entre el pensamiento humano y el objeto que se aprecia; los estándares que se plantean a partir de este pensamiento se basan en la experimentación de los cánones más superiores y la interpretación de las expresiones, sentimientos y medidas. Véase este aspecto en artes como la danza, en el caso del ballet, la práctica de esta disciplina conlleva la estética del movimiento y lo que esto representa dentro de el concepto de perfección, es decir, si una bailarina realiza un paso sencillo como un Croise devant, a este se le imprime un sentimiento y medidas que guían el trayecto de la expresión, pero aún así define la precisión y la exactitud con la que debe ser evaluado cada paso para así ser considerado bello según las proporciones exactas que incluye el movimiento.

Ahora diríjase a la época renacentista donde al igual que los griegos, la parte más esencial de la construcción de la belleza es la armonía y las medidas más exactas. El cuerpo y su formación determinan el ideal de la renovación, la fragilidad y la inquietud, en este punto es donde la belleza adquiere el poder de la complejidad, en el que las formas lograrán obtener la imaginación y la razón como inspiración principal, junto con la precisión de los contornos, los colores, la meticulosa luz, la insignia del sentimiento y la revolución de la subjetividad. La construcción de estos conceptos se ve reflejada en la obra  Amor sagrado y amor profano de Tiziano Vecellio en el que se demuestra la belleza magistral de Venus en sus dos presentaciones, la Venus vulgar y la Venus celeste, ambas con sus cabellos dorados y tez uniformemente blanca, representando de esta manera  dos manifestaciones totalmente distintas de un único ideal estricto de belleza, en el que una se entrega a lo divino y la otra a la castidad. De esta forma se argumenta que a pesar del trasfondo histórico y social, el renacentista se encarga de dejar en claro un estándar de belleza inigualable y perfecto.

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