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La violencia impune en la cultura de la violación


Enviado por   •  11 de Octubre de 2023  •  Ensayos  •  3.163 Palabras (13 Páginas)  •  28 Visitas

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Ponencia: La Violencia Impune.

Responsable: Gabriela Barradas

Transcripción de la ponencia.

Nota: Los párrafos que aparecen subrayados fueron eliminados en la edición final del texto audiovisual.

“Tenía ocho años, mi tío menor, quien vivía en casa, empezó a tocar mi cuerpo “juguemos a las cosquillas”, me decía. La primera vez que toco mis partes íntimas me sentí muy confundida, algo me decía que estaba mal pero mi pequeño cuerpo reaccionaba de otra forma. Me hizo prometer que sería nuestro secreto, luego lo hizo otra vez y otra vez y otra vez, hasta que cumplí 12. Un día le dije que se lo iba a contar a mi mamá, pero él dijo que si lo hacía me iba a echar la culpa y me iban a pegar por sinvergüenza. Durante un tiempo me autolesioné, me hice mucho daño. Cumplí los 16, se lo conté a mi mamá, pero no me creyó, dijo que yo necesitaba ayuda psiquiátrica. Más nunca se lo dije a alguien”. Sofía, 36 años de edad.

         Cuando se habla de impunidad siempre se denuncia desde la vulnerabilidad que tiene una víctima a quien le ha sido negado el acceso a la justicia, sin embargo, ese concepto de impunidad que conocemos y denunciamos está atravesado por una forma de impunidad de la que casi nunca se habla; el silencio que se impone sobre las sobrevivientes cuando se trata de violencia sexual en el seno de sus propias familias.

        “La sangre es la excusa perfecta para silenciar la violencia hacia las mujeres”. Cuando escuché semejante frase quedé impactada por su significancia, me hizo pensar en todas las mujeres que han narrado el horror sufrido en el seno de sus propias familias, historias violentas almacenadas por años, quizás décadas, en pesados baúles dentro de la memoria: “Mi tío me violó a lo largo de mi infancia, jamás lo conté porque él era el hermano favorito de mi madre” o “mi abuela falleció recientemente, días antes de morir confesó que su hijo mayor la había violado por años” ¿Cuánto dolor esconden los pactos de sangre? Quienes han tenido monstruos dentro de sus familias pueden saberlo, pero ¿cuántas de nuestras familias tienen un monstruo, o más de uno, en sus entrañas?

        El común denominador indica que en la mayoría de las experiencias de violencia sexual intrafamiliar cuando las víctimas narraron la agresión ejercida, sus testimonios fueron deslegitimados por sus familiares, siendo influenciadas a continuar el silencio por el bien colectivo. Todo debe resolverse en familia, ese el pacto; familia es familia. Los pactos de sangre ocultan la realidad de una sociedad que ha hecho de la violencia sexual una cultura.  En los años 90 a esta forma de violencia la especialista venezolana, radicada en México, Lore Aresti definió como Violencia Impune.

         De acuerdo a una investigación publicada por la Revista de Obstetricia y Ginecología de Venezuela. Dic. 2008 sobre medicatura forense y violencia sexual en el estado Aragua los resultados obtenidos sobre el nexo de la víctima con el agresor coinciden con otras investigaciones, cuando indica que “más del 70 % de los casos de abuso sexual son perpetrados por personas pertenecientes al entorno familiar de los jóvenes o gente de extrema confianza que participan en la educación, formación o cuidado de los mismos…El adulto es siempre una figura de poder y más cuando se trata de un familiar cercano”. La violencia sexual no surge de manera espontánea, hay una acción premeditada y planificada por el agresor, que cual depredador, estudia a su víctima/presa antes de consumar la apropiación de su humanidad. Si el agresor es un miembro muy cercano de su familia, en la víctima puede operar el miedo a que no le crean, a generar un conflicto a lo interno que divida al núcleo familiar y a quedarse sola sin la contención emocional de sus seres queridos, lo que deriva en una gran sensación de culpa en ella que puede obligarla a callar por mucho tiempo, más aún cuando las víctimas son niños, niñas y adolescentes. El violador puede ser un tío de sangre o político, un hermano, el propio padre, el padrastro, un abuelo, un primo, incluso un hijo que viola a su madre “porque puede” porque la sociedad se lo permite.

        La reacción más común a nivel social es la de negar los hechos y si son aceptados como reales entonces debe existir un culpable, pero ese culpable no puede ser un varón, porque los varones son los jefes de las familias y esa institución no puede quebrarse, por tanto la falla está en las subordinadas: Las mujeres. Es a la víctima a quien se estigmatiza y se naturaliza la violencia que vivió desde la argumentación propia del patriarcado anclada en estereotipos de género que sustentan los roles que fueron incumplidos: La víctima no se cuidó, y la madre tampoco la cuidó. Como señala Mireia Darder  “lo que no queremos ver es que no vivimos en una sociedad tan segura ni tan estructurada como creemos y eso no queremos verlo”, entonces se impone el silencio para proteger el honor del padre y de los hombres de esa unidad de producción que es la familia de la víctima, que a su vez sostiene la fe colectiva en la institución familiar. Esa familia tiene un apellido, que no es el apellido de la madre, porque éste nunca existió, se protege el apellido del padre, el linaje del patriarca por tanto se protege al orden social donde el padre tiene más peso que la madre. Porque acá lo que opera es la cuestión del legado, de la buena imagen del apellido, al final será el apellido del padre y su descendencia lo que quedará en tela de juicio. El legado de Dios está en juego, porque designó al padre como guía espiritual y moral para conducir al paraíso el rebaño asignado.

        Cuando se denuncia la violencia sexual intrafamiliar se detonan crisis y problemas en el seno de la familia. La esposa (del violador) queda sin la figura del esposo/padre/proveedor. Ella será señalada como la esposa del monstruo, por tanto se devaluará tanto o más que la propia víctima directa, esta verdad resulta aterradora, por eso es más fácil negar lo hechos y culpar a la víctima. Muchas veces hay una dependencia económica con el violador, incluso toda la familia puede llegar a depender económicamente de él lo que hace más cuesta arriba romper el silencio. Es una perversión del mismo sistema. También están los propios hijos o hijas del violador, quienes también serán señalados y excluidos. La madre del violador será señalada como aquella que parió al monstruo. El estigma que recae sobre la familia directa del violador, si éste no comparte la misma sangre que la víctima terminara pesando sobre los hombros de ella, quien será señalada como la culpable y ella misma vivirá la realidad impuesta desde la culpa. Hay casos donde el abuelo de la víctima (el patriarca) reclamará arreglarlo a lo interno, para proteger su imagen, su apellido que a su vez es el apellido de sus otros hermanos o primos, o sea, debe responder ante otros varones que poseen el mismo apellido y se verán afectados también.  Si hay una abuela y su vínculo de sangre no está relacionado con el agresor, posiblemente escoja apoyar a la víctima, pero si su hijo es el violador, lo más seguro es que escoja continuar el pacto. La madre de la víctima si se pone del lado de su hija en contra de la voluntad del grupo familiar quiebra el pacto. Automáticamente será rechazada, ninguneada y vilipendiada,  responsabilizada de los actos, de esa violencia primigenia, porque no cuidó cómo debía. Si el padre de la víctima no es el agresor (padre ausente o presente) éste se llenará de rabia y de ira, su propia hombría fue agredida, porque otro ultrajó lo que por naturaleza le es propio, ese cuerpo que ahora está devaluado. Pero este padre jamás será culpado, no con la misma saña que a la madre, al final él confió en el cuidado que ésta debía dar a su propiedad. A la víctima quien debe cargar con las culpas del violador y las consecuencias de sus acciones, será acusada de mentirosa, de loca o será acusada de haber provocado los hechos, pues no importa la edad que ésta tenga, siempre puede ser acusada de seducción. Quien rompe el pacto se vuelve una amenaza contra toda dinámica afectiva, económica y cultural dentro de su propia familia. Denunciar la violencia sexual significa destrozar la familia y esto tiene un precio.  

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