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SAN MANUEL BUENO


Enviado por   •  4 de Junio de 2013  •  1.076 Palabras (5 Páginas)  •  384 Visitas

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Está considerado uno de los cuentistas más destacados de la literatura mexicana. Es autor del libro de poemas, Canciones para una sola cuerda (1982); de los libros de cuentos, Los viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (Premio Xavier Villaurrutia, 1980),2 De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986), Difícil de atrapar (1995) y Donde el gimnasta (1999); y de las novelas, El sol que estas mirando (1981), La canción de las mulas muertas (1981), El tornavoz (1983), Soñar la guerra (1984), Los músicos y el fuego (1985), Sóbol (1985), El diablo en el ojo (1989), El agua de las esferas (1992), La ventana hundida (1992), Juegan los comensales (1998) y El biombo y los frutos (2001).

Arriba del agua

Cuento de Jesús Gardea

El ruido se mueve, se aproxima. Las piedras revientan de sol. La sequía no va a dejarnos nada; ni el juicio siquiera. Dicen que en el llano andan almas resucitadas de animales. Que llevan en orden sus huesos pisando firmes la tierra. Tantos años sin agua dan para todo. Espantos y fantasmas. Suena, acompasadamente, el ruido: dos golpes, y luego, vuelta a empezar. Qué bochorno. Y, de pronto, una ola de cálido silencio. No es el de todos los días, y la ola ha arrastrado una sombra hasta mi puerta. Me oscurece el aire.

-Buenas tardes -me saluda, desde la sombra, una mujer. La miro. Las mujeres enloquecen al último.

Ésta viene vestida de largo, color blanco. Usa lentes negros, de mica, que casi le llenan la cara. Del cuello de su vestido, como del pico de una cerveza abierta, le escapa un borbollón de olanes que luego se le seca en el pecho. Abajo de los olanes, descubro un botecito colgando del cuello; parece el tambor de un niño. La mujer lo toca con un palito. La mujer apoya el palillo en la lámina, de punta, como un cuchillo.

-Buenas tardes -contesto.

Grande, la potencia del resplandor de la calle. La mujer está como parada en un viento luminoso.

-Entra.

Ella levanta el palito y se rasca una oreja con él.

-Entra. Una sombra; un lugar para que te sientes.

La mujer me está mirando con sus lentes como las alas de murciélago.

-He caminado -se queja-. Como los animales que penan por el llano.

La mujer es una muchacha; y las muchachas son campos de alfalfa. Fuera de la resolana, recobra su centro; se aprieta.

-La permanencia es voluntaria.

Sentada ya, se encaja el palito en el peinado. El tamborcito queda entre los muslos, sepultado a medias. Los brazos, cruzados al frente, aplastan la espuma de los holanes. La boca de la muchacha es como la de un ciego. Sus labios, aunque mordidos por la codicia del sol, siguen siendo hermosos.

-Oí tu pregón -le digo.

Ella abre, despacio, la boca.

-No pregono nada.

Corrijo entonces.

-Tu botecito. La gotera.

La muchacha baja los brazos y pone las manos en los muslos.

-Una sombra -dice-. ¿Y la sed?

Sin contestarle, voy a la tinaja. Lleno allí un vaso con agua y regreso.

-Está echándose a perder.

-¿Qué tiene?

Miro el agua, después el calor infeccioso de afuera.

-Apesta -respondo.

-¿Mucho?

-No mucho.

-¿Nada más?

-Bichos también.

-¿Lodo?

-No. Eso no.

La muchacha levanta una mano.

-Bueno.

Le doy el vaso y la espero a que termine de beber.

-Siempre me ofrecen agua fangosa, ¿sabe? Me van a enfermar.

Su aspecto es ahora el de una niña, el de un vivo desconsuelo. Le paso la sombra de una mano por los olanes, el botecitos y la falda.

-No-le

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