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UNA CULTURA DE VALORES.

Casto SalazarInforme10 de Febrero de 2016

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UNA CULTURA DE VALORES.

El papel de los miembros de la familia (sin considerar su composición y características), sigue siendo la socialización primaria tanto por la carga afectiva con la que se transmiten valores, como por la identificación con el mundo que representan los adultos, que implica algo más que el simple aprendizaje de la realidad.

Los valores son los criterios o juicios a través de los cuales, en una sociedad concreta, se establece aquello que es deseable o no; representan el fundamento de las normas por las que esa sociedad se rige y, sobre todo, la base para aceptar o rechazar todo aquello que no está previsto en la cultura de un determinado grupo. Son de naturaleza social y revisten un carácter moral, orientativo, normativo y afectivo.

En la construcción de los valores participa el contexto social, la historia de la vida personal de cada uno y estos se mantienen a través del consenso.

Afecto e identificación son necesarios para la construcción social de la realidad. En la familia los niños y las niñas se identifican con los otros en una variedad de formas emocionales que les permiten aceptar los “roles” y actitudes de los demás, apropiándose de ellos, de manera que este aprendizaje sirve para construir una identidad individual, coherente y digna.

Las familias constituyen el lugar ideal para formar seres humanos desde el afecto, la cooperación y solidaridad; es ahí en donde principalmente se debe promover la igualdad del hombre y la mujer; el cuidado de los hijos debe estar a cargo de la madre y el padre; debe ser justa la distribución de las tareas domesticas y de las responsabilidades en la atención de los miembros que más lo necesiten, como niños y ancianos. Esto significa construir sociedades participativas, tomando en cuenta que hombres y mujeres son iguales en derechos, pero a su vez, son diversos entre sí.

El término diversidad se utiliza para identificar todo aquel elemento, característica o rasgo que individualiza a las personas, a los grupos y a las comunidades y que demanda la solidaridad y el reconocimiento del otro. Entender y respetar la diversidad implica reconocer que la única igualdad que existe entre los seres humanos es la igualdad jurídica, es decir, la igualdad en derechos.

Respetar la diversidad es una tarea difícil, ya que se involucran prejuicios y estereotipos sociales, y la diversidad implica reconocer que existen otros diferentes a uno, ya sea por cultura, raza, ideología, religión, genética, sexualidad, educación, política, etc. La principal tarea es respetar a cada uno a favor de una mejor convivencia humana. El respeto a los derechos humanos es la base de cualquier convivencia pacifica.

Las familias tienen una función básica para la sociedad, su permanencia es indispensable, es ahí donde se debe practicar y aprender la tolerancia como primera condición para lograr el entendimiento entre culturas y sociedades cada vez más pluriculturales.

La tolerancia se refiere a “aceptar y respetar” la diferencia en el otro, reconociendo sus puntos de vista, posturas y creencias. La tolerancia es un ejercicio en tanto se da apertura de pensamientos e ideas, creencias morales, éticas o religiosas que no se aceptan como propias. No se trata de sobrellevar lo que no se soporta, ser tolerante es ejercitar la comprensión, apreciar la diversidad y respetar la dignidad humana. El único límite para la tolerancia es la violencia, porque es donde se transgreden los derechos de los otros.

El respeto es el reconocimiento inherente de los derechos de las personas y de la sociedad; es decir; el respeto a uno mismo y a los demás exige proceder de acuerdo con la condición y circunstancias de uno y otros, aceptando las diferencias de las otras personas, inclusive si se ven distintas, siempre partiendo de la consideración y de la valoración de la dignidad de la persona humana. Respetar a los demás es la base para ser respetados, además es fundamental para valorar la individualidad y reconocer la diversidad.

De ahí que la violencia no puede tener cabida en la familia, puesto que hablamos del ámbito en donde se favorece el crecimiento y bienestar de todos los integrantes; de ahí que valores como el amor, la ternura, la esperanza y la ilusión deben de practicarse y desarrollarse al mismo tiempo que la salud, la justicia, la solidaridad, la libertad, la cultura, la igualdad, la tolerancia, el respeto, la vida, la paz, la salud, la responsabilidad, la honestidad y la autonomía.

La responsabilidad es la capacidad existente en toda persona de conocer y aceptar las consecuencias de un acto o decisión; es decir, asumir lo que de ello se derive. La responsabilidad se exige a partir de la libertad y de la conciencia de una obligación. Se debe tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.

La honestidad es la cualidad humana por la que la persona se decide a elegir y actuar siempre con base en la verdad y la justicia auténtica. Ser honesto es ser coherente con lo que se dice, se hace y se piensa; es ser auténtico, real y objetivo, respetando nuestras creencias. El valor de la honestidad configura la dignidad del ser humano y es el fundamento de un dialogo que hará posible una convivencia social solidaria, productiva, participativa y justa.

Se considera que la familia es el lugar de seguridad de los seres humanos, pero también puede ser un espacio inseguro en donde el maltrato, la violencia sexual, la discriminación y la negligencia manejen las relaciones; estas situaciones no se deben permitir ni ocultar; es necesario aprender a pedir ayuda, a poner límites firmes y a denunciar, fortaleciendo la comunicación con el resto de la familia y las instituciones.

Ninguna familia es propietaria de alguno de sus integrantes, por lo tanto, el respeto a las diferencias en las relaciones busca siempre la sana convivencia que permita que la conducta y las acciones se reflejen en una sociedad plural y tolerante que promueve la construcción de la cultura de paz. Los integrantes de la familia, mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos, etc., deben tener en la misma medida cuidados, amor, trato digno y respetuoso.

Las mujeres no tienen porque estar al servicio o al cuidado de los otros; los hombres no necesariamente tienen que ser duros, enojones y enérgicos; los sentimientos y las emociones no tienen sexo, pertenecen a los seres humanos en general, en la medida de sus circunstancias; aparentar siempre abnegación, ternura y sumisión o fuerza, control y poder, desgasta física y emocionalmente, genera estrés, frustración, enojo, y se pueden manifestar de múltiples formas como enfermedades, tristeza, depresión, consumo de drogas o violencia hacía sí mismo o los demás.

Comprender los valores, permite asumir conductas y responsabilidades de una mejor manera; sirve como base para tomar decisiones y para manejar conflictos, ya que su solución estará dada por los valores más importantes, en función dela escala o la jerarquía que cada persona les asigne.

En la construcción de las relaciones igualitarias y equitativas es necesario cambiar las normas y valores que toleran y fomentan la violencia, así como todo aquello que refuerza las actitudes sexistas, es decir, la superioridad de un sexo sobre otro.

Construcción de modelos alternativos de masculinidad y feminidad.

Ante las condiciones que favorecen el abuso de poder que el sistema patriarcal ha provocado y que soslaya tanto a hombres como mujeres, es urgente buscar la manera de construir nuevas formas de relacionarnos, con equidad y democracia, y de aprender a convivir con tolerancia y de forma incluyente. El trabajo para la paz y los derechos humanos suponen una transformación compleja de la sociedad y la cultura para construir formas de convivencia sin supremacía, opresión, violencia y abuso de drogas.

Acerca de la masculinidad.

La sociedad en su proceso histórico ha experimentado cambios políticos y económicos que han contribuido a transformar los significados de la masculinidad y la feminidad. A partir de la revolución industrial, en la sociedad urbana, particularmente en las clases media y alta, las condiciones socioeconómicas llevaron a redistribuir tareas, poderes y espacios entre los sexos: el espacio publico fue asignado para los hombres con posición activa, así como el poder físico, racional, económico y político; mientras que a las mujeres se les asigno el espacio privado, la responsabilidad en las tareas domesticas y la crianza de los hijos; es decir su poder giraba alrededor de los afectos en la vida familiar. Esta situación fue contribuyendo a fortalecer un sistema de organización social patriarcal.

Esta lógica atributiva, implico una asignación distributiva injusta del poder. Cuando el poder tiene como propósito dominar, su efecto es opresivo; quien lo ostenta puede castigar y arrebatar derechos o bienes ajenos. En el sistema patriarcal las relaciones de inequidad posibilitan el abuso en el ejercicio de poder por parte de los hombres., concretándose en relaciones violentas hacia los considerados “inferiores y débiles “.

Actualmente, los cambios sociales originados por las nuevas políticas económicas, la llamada economía de libre mercado, el impacto de la globalización, las pocas oportunidades de empleo, la inclusión de la mujer en los espacios laborales, entre otros, han contribuido a modificar muchas de las premisas que sostuvieron las sociedades patriarcales, incluyendo los significados atribuidos al genero masculino, lo que ha traído una crisis en la identidad masculina.

Dicho de otra manera, los hombres cuya masculinidad estaba incardinada al sistema patriarcal

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