UNA DEMOCRACIA VACÍA. SOCIEDAD CIVIL, MOVIMIENTOS SOCIALES Y DEMOCRACIA
Edy RojasApuntes25 de Agosto de 2020
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1. UNA DEMOCRACIA VACÍA.
SOCIEDAD CIVIL, MOVIMIENTOS SOCIALES Y DEMOCRACIA
Ilán Bizberg*
El Colegio de México
Para analizar la situación y las perspectivas de la sociedad civil y de los movimientos sociales en el México del presente, así como su relación con la democracia, es necesario resolver una aparente paradoja que se traduce en el hecho de que la sociedad civil en nuestro país está altamente organizada, al tiempo que son cada vez más frecuentes los movimientos que se producen por fuera de los canales organizacionales: marchas, movimientos de rechazo a acciones de política pública, resurgimientos identitarios y movilizaciones espontáneas de reclamos al Estado, entre otros; lo que a todas luces indicaría que las organizaciones existentes no logran canalizar los conflictos, porque tienen escasa legitimidad o porque no logran traducir los proyectos y las necesidades de la población. Además de resolver esta aparente paradoja es necesario analizar por qué la mayoría de estos movimientos sociales parece tener una característica defensiva, reactiva, que explica su escasa capacidad de vincularse a otros movimientos, convertirse en organizaciones sociales más permanentes y eventualmente traducirse en proyectos políticos. En contraste con lo que sucede en otras partes del continente, a pesar de la densidad organizacional y la cantidad de movimientos sociales espontáneos, éstos rara vez cristalizan en organizaciones sociales propias o en redes de movimientos que planteen alternativas sociales, políticas o culturales, como sí lo ha logrado el PT brasileño o el MAS
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* Profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. <ilan@colmex.mx>.
boliviano. Como sucedía en el antiguo régimen priista, estos movimientos son en general cooptados por actores políticos o marginados por el gobierno y eventualmente reprimidos.
De acuerdo con los datos de participación individual en organizaciones sociales, México, junto con Brasil, Bolivia, República Dominicana y Costa Rica, parece ser excepción en América Latina, en la medida en que la participación en asociaciones o en actividades sociales y políticas es muy elevada. A partir de una serie de encuestas llevadas a cabo por la Red Interamericana para la Democracia (Redinter), sabemos que la participación más elevada ocurre en Brasil, donde 61.2% de la población pertenece a algún tipo de organización, mientras que en México es 52.4%, en Argentina 51.9%, y en Chile 51.7% (Redinter, 2005: 15). El estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), basado en el Latinobarómetro de 2002, consignaba que mientras que en América Latina 46% de la población no participaba en ninguna organización, en México este porcentaje bajaba a 41%, casi igual que el brasileño, de 42%; pero además, Brasil y México estaban por encima de otros países comparables donde la no participación era mayor: Argentina, 53%; Chile, 51%; y Uruguay, 69%, que contrastan con Costa Rica, con 34%; República Dominicana, 34%; y Paraguay, 17% (PNUD, 2004: 229). Por otra parte, entendiendo que los individuos pueden participar en varias organizaciones, mientras que en las viejas democracias los individuos participan, en promedio, en 2.39 organizaciones, en los países postautoritarios como el nuestro y en buena parte de América Latina participan en 1.82, y en los países postcomunistas participan en .91 (Kubik, 2005: 110). Según Latinobarómetro, el dato específico para Latinoamérica es de 1.58 organizaciones por individuo (PNUD, 2004: 229).
Es posible caracterizar aún mejor a nuestro país si analizamos ahora el tipo de organización en el que participan los ciudadanos de los distintos países de América Latina. El mayor porcentaje de población participa en organizaciones de tipo comunal (29.4%), (principalmente juntas de vecinos, 22.6%), deportivas o de recreación (4.8%) o grupos de mujeres (2.0%). México está bien sobre el promedio con 38.3%, aunque inferior a Bolivia, República Dominicana y Paraguay; pero superior a países comparables como Chile (25.8%), Brasil1 (19.3%) y Argentina (15.5%). México también destaca en lo que se refiere a la
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1 En cambio, en Brasil, la participación en organizaciones religiosas es de las más elevadas del continente (27.3%), sólo inferior a la de Paraguay y más elevada que en México (11.5%).
participación en organizaciones de educación, cultura y recreación, con un 14.8%, cuando el promedio para el continente es de 9.9%. Destaca el bajo nivel de participación en organizaciones laborales en México (sindicales, 4.3%; gremiales y profesionales, 7.7%), comparado con el caso de países como Brasil, que tienen un 18.4%, y Bolivia, con el 15% (Redinter, 2005).
Aparece otra paradoja: mientras que nuestro país se encuentra en la media latinoamericana en cuanto al nivel general de participación y frente a una relativamente importante participación cívica y política, destaca la baja participación sindical en un país donde el sindicalismo fue la base del régimen. ¿Cómo explicar esto? Podemos encontrar algunas pistas si vemos otros países en los que el Estado estimuló y controló las organizaciones sociales, como en los países postcomunistas. Ya vimos que en estos dos países destaca la baja participación civil de la población. El desplome de la participación en todo tipo de organizaciones civiles se deriva del desprestigio de las organizaciones que eran controladas por el Estado y del hecho de que en muchos de ellos la ideología predominante de la oposición al comunismo fue la antipolítica, fundada en la contraposición entre la sociedad civil y el Estado, del nosotros contra ellos. Una vez en el nuevo régimen, esta actitud conduce a la desconfianza en la relación entre las organizaciones de la sociedad civil y la política, lo que conlleva a un alejamiento de las organizaciones civiles relacionadas con ésta (Renwick, 2006). También influye la hegemonía de la ideología liberal de mercado que domina incluso en los medios sindicalistas, en reacción al control que ejerció el régimen comunista sobre las empresas y los sindicatos. En varios países comunistas (en especial en Polonia), los sindicatos fueron los defensores del capitalismo, de la libre empresa y del individualismo, como una forma de liberación (Ost y Weinstein, 1999: 29).
Si observamos los datos relativos al grado de organización de las sociedades
―excluyendo a los sindicatos― se nota un descenso notable. Si excluimos a los sindicatos, en la República Checa el porcentaje de participación en organizaciones sociales bajó 24% entre 1990 y 2000, en Hungría el descenso fue de 15.5%, mientras que en Polonia fue de 6.8%. No obstante, si consideramos a los sindicatos el descenso es menos pronunciado: de 16.9%, 3.9% y 13%, respectivamente. La participación en organizaciones sindicales parece ser una inercia del pasado (Wessels, 2004: 178). Esto, a pesar de que existe una notable baja de participación sindical: para 1995, el número de trabajadores en las grandes centrales sindicales en todos los países postcomunistas de Europa central, había disminuido a la mitad (Kubicek, 1999: 86).
La muy baja participación en el país donde se desarrolló el paradigma absoluto del movimiento social de la Europa comunista: Polonia, aunada al rápido descenso en las tasas de sindicalización, está relacionada con el hecho de que fue un gobierno surgido del propio movimiento Solidaridad el que impuso una variante ultra liberal del capitalismo durante los primeros años de la transición. Los sindicatos afiliados a él se plegaron a las medidas de su gobierno, mientras que los obreros y la población en general quedaron indefensos ante los efectos desfavorables de estas medidas. La incapacidad de Solidaridad para tomar distancia del gobierno y de sus medidas, y para adoptar una actitud más crítica hasta que fue demasiado tarde, desprestigió no sólo al gobierno sino a los propios sindicatos, y afectó a todo tipo de asociación civil. En cierta medida el sindicalismo fue “cómplice” de la instauración de las medidas liberales. En estas circunstancias, el movimiento sindical se vio debilitado no sólo por causas “externas”, sino que se deslegitimó, se minó a sí mismo.
El ejemplo polaco puede darnos una pauta acerca de por qué la sociedad civil, tan fuerte en el pasado, se ha debilitado en otros países. En Argentina, el grueso de la CGT llegó a acuerdos con el gobierno de Menem y negoció las medidas económicas a cambio de la hegemonía organizacional y del control sobre la seguridad social (Palomino, 2000). En primer lugar, hay que decir que uno de los actores principales de esta sociedad civil: el sindicalismo, ha sido reducido por el propio modelo económico, por la flexibilización laboral que se ha impuesto a prácticamente todos los países del mundo.
De esta manera, para explicar el nivel de organización relativamente elevado en nuestro país, es necesario referirnos por lo menos en parte a un concepto ―un tanto vago― como la inercia. Como es bien conocido, el modelo del antiguo régimen era organizar a los distintos sectores sociales para integrarlos al PRI y subordinarlos a sus políticas, y a cooptar a las asociaciones que surgían de manera independiente del gobierno. A esto hay que añadir las asociaciones que se organizaron desde abajo, como son las numerosas ONG que surgieron a partir de los años ochenta. Existe además un núcleo importante de sindicalismo moderno, la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), que cuenta con alrededor de 500 mil trabajadores. Y, finalmente, hay una fuerte tradición de organización comunal indígena en varios estados del país, que en ocasiones se trasponen a las ciudades, como es el caso de Iztapalapa, en la Ciudad de México.
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