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JUAN CARLOS ONETTI: EL NARRADOR INCOMODO


Enviado por   •  1 de Mayo de 2019  •  Ensayos  •  1.353 Palabras (6 Páginas)  •  262 Visitas

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JUAN CARLOS ONETTI: EL NARRADOR INCOMODO

O FICCIONALIZAR LA FICCIÓN

A cien años del nacimiento del uruguayo Juan Carlos Onetti (1909 - 1994) su obra es revisada, comentada y considerada, por grandes y pequeñas personalidades de la cultura latinoamericana, como la del genio que renovó la novela latinoamericana. Pero no siempre fue así. El autor quien a los trece años abandonó sus estudios secundarios para dedicarse a realizar diversos trabajos para poder sobrevivir inició su carrera periodística de adolescente y llegó a ser secretario de redacción de la revista "Marcha", la más trascendente publicación uruguaya del siglo XX. En esta época, Onetti, vivió  intermitentemente entres Buenos Aires y Montevideo, ciudades en las que están ambientados la mayoría de sus relatos desilusionados. El Pozo de (1939), tuvo una acogida muy fría por parte del público y más tarde con la publicación de su cuento "La vida breve" en 1950 se volvió un escritor "de culto" para sus muy pocos sus fanáticos quienes, en ese entonces, lo consideraron como un narrador insuperable. Sólo fue tras el fenómeno del Boom que se volvió a revisar toda su obra y se revalorizó en su real dimensión.

        A pesar de esto, en 1974, Onetti fue encarcelado por su oposición al régimen dictatorial que había tomado el poder en su país y quedó profundamente marcado, lo que lo llevó a un exilio que voluntariamente sostuvo hasta el fin de sus días. En su nueva casa, España, fue galardonado con el Premio  Cervantes en 1980 y terminó, con el tiempo, por obtener la fama y el prestigio merecidos. Y sin embargo, a pesar de su merecida fama, para el público en general, Onetti sigue siendo un autor difícil que parece disfrutar con las incomodidades que causa su lectura.

        En algún lugar leí que a Onetti se le lee bajo propio riesgo y es cierto. Si algún autor ha sido catalogado por la mayoría de sus críticos como una lectura difícil e incluso incómoda para el lector común, es éste. Desde su primera narración, El pozo, la escritura de Onetti se veía poblada de sentimientos de incomunicación, soledades y culpas y anunciaba una literatura llena de quiebres y rupturas. Y si bien, generación tras generación, hemos ido aprendiendo a leer  de manera diferente y a aceptar estas novedades en la escritura, sus textos plagados de angustia contradicen el sentido común, nos privan de información a la que por años los lectores hemos sentido que tenemos derecho y nos obligan a cambiar la forma en que leemos: una lectura lineal ya no es posible. De hecho, Los adioses  escrita en 1954, nos causa aún hoy una cierta incomodidad que está definitivamente relacionada con el mencionado escamoteo de información. Básicamente la novela cuenta la historia de un hombre que viaja a un pueblo de la sierra donde está ubicado un hospital para el tratamiento de la tuberculosis. El personaje se aloja en un hotel, alejado de quienes padecen su misma enfermedad y evita a toda costa la convivencia con ellos. A partir de aquí, se va tejiendo una serie de enredos alrededor del personaje taciturno y reservado, y de las visitas alternadas que recibe de dos mujeres, una madura y una joven. El narrador y detective, que pretende descifrar el tipo de relación que el hombre tiene con ambas mujeres, es el encargado del almacén. Ese yo que narra es un testigo de primera mano y todo lo que afirma proviene de su punto de vista y como tal, siempre es parcial. La novela, más que aportar parece robarnos al no hacer esfuerzo alguno por llenar los huecos que deja la narración, reteniendo todo aquello que nos es necesario para comprender los eventos que se nos narran. Parece ser que sólo por mera cortesía y en orden de poder rescatar una historia que puede desbaratarse en una peligrosa fragmentación, Onetti nos brinda, a través de ciertos subterfugios, cierto tipo de verosimilitud que esconde su inclinación por la ruptura. El climax, por ejemplo, nos engaña con una reconfortante apariencia de culminación y nos da la sensación de estar frente a una narración tradicional que va acumulando datos y que desemboca en una solución. Sin embargo, esta no es la forma en que Los adioses trabaja; aquí el final es tan sólo un momento más, similar en intensidad a cualquier otro momento en la novela. La peculiaridad de este texto es precisamente esa, que todo el proceso y todas sus manifestaciones son una constante erupción, una constante desembocadura y el hecho de que finalmente logremos saber todos los nombres, o conocer a todos los personajes, lo único que hace es esconder la total ruptura del texto.

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