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Biologia Celular Y Molecular

lianie4 de Noviembre de 2012

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ORÍGENES DE LA BIOLOGÍA CELULAR Y MOLECULAR

LOS PRIMEROS PASOS

Desde hace muchísimos años, tantos que no podría precisarse el momento exacto, el hombre busca descubrir un orden para el Universo y ubicarse a sí mismo dentro de ese orden. Es la búsqueda de un lugar en esa vastedad la que originó fábulas, mitos y leyendas que asignaban a uno o varios dioses la creación y el mantenimiento de todo lo existente. Es esa misma búsqueda, casi desesperada, la que animó a muchos hombres a cuestionar estas explicaciones y encontrar otras, que no delegaran el poder de la existencia - en definitiva, de la vida y la muerte - en fuerzas sobrenaturales o seres mitológicos. La Grecia antigua nos da cuenta de ese esfuerzo por encontrar, desde el quehacer filosófico, las respuestas a viejas y nuevas preguntas.

Según lo que nos ha llegado a través de la tradición escrita, son los filósofos griegos los primeros que, cuestionando el contenido de los mitos y creencias, dedicaron sus esfuerzos a “descubrir” cierto orden y principios unificadores de todas las cosas, que explicaran tanto su origen como su permanencia.

Esta tradición tuvo su continuidad, a lo largo de la historia posterior, en los trabajos de numerosos pensadores. Entre ellos se destacan los de los eruditos musulmanes, cuyo máximo esplendor se concretó en los siglos X y XI.

Estos hombres no sólo contribuyeron a difundir la obra de los griegos que los precedieron, sino que hicieron aportes propios al saber médico - naturalista de su época. Sin embargo, es al influjo de las visiones mecanicistas que surgieron en la Europa del siglo XVII, cuando nacieron los principios de lo que conocemos como ciencia moderna.

Es en ese momento cuando hombres de la talla del astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642), del filósofo francés René Descartes (1596- 1727) y muchos otros, proponen determinados métodos, tanto del pensamiento como de la acción, destinados a fundamentar experimental y racionalmente las ideas sobre el Universo.

El surgimiento y consolidación de la ciencia experimental constituye, sin lugar a dudas, uno de los grandes logros de la humanidad. Fundamentalmente por dos razones: por lo que implica para el hombre sentirse capaz de explicar y predecir los fenómenos naturales y no atarse a los caprichos de algún “ente” sobrenatural y por lo que ese conocimiento y predicción implican para el mejoramiento de las condiciones de vida de la humanidad, al convertirse en poderosas herramientas para modificar la realidad natural.

Estos hechos son reflejados en las siguientes palabras del científico y divulgador de las ciencias Bertrand Russell (1872-1970): “Ciento cincuenta años de ciencia han resultado más explosivos que cinco mil años de cultura precientífica.”

La cultura científica retomó y desarrolló muchas de las ideas de los griegos que habían quedado en el olvido durante el dilatado período de la Edad Media, que afectó a toda la cultura de occidente durante casi mil años. Una de estas ideas es la existencia de ciertas unidades fundamentales - un principio común de estructura- cuyo conocimiento, nos permitiría acceder al principio ordenador de todas las cosas. Para las ciencias de la naturaleza, la posibilidad de ubicar físicamente las unidades mínimas donde se manifestaran las propiedades de un determinado sistema, fue un poderoso acicate de cuya mano nació un sinnúmero de programas de investigación.

Cualquier estructura material, por más compleja que fuera, podía, según esta visión, desmontarse en sus constituyentes más íntimos a fin de estudiarlos por separado. El estudio de cada uno de ellos y el conocimiento de la forma en que se producía el “montaje” de los mismos para dar como resultado el sistema completo, permitiría elucidar los misterios más profundos de la naturaleza.

René Descartes fue uno de los primeros y máximos exponentes de esta visión que recibió el nombre de “mecanicismo”, debido a que en ella se asimilaban los sistemas vivos a las máquinas, cuyo conocimiento podía ser deducido del estudio de cada una de sus partes. Descartes fue también quien propuso una forma de pensamiento que, según él, daría los mejores resultados en el arte de conocer la naturaleza. Se denominó la duda metódica, ya que consistía en dudar permanentemente de las evidencias, sometiendo a la crítica recurrente todo conocimiento alcanzado.

La duda cartesiana fue considerada la mejor forma de protegerse del dogmatismo. Aunque Descartes no recurrió con demasiada frecuencia a la contrastación experimental de sus afirmaciones, la forma mecanicista de pensar el mundo natural y el método crítico cartesianos se erigieron como las formas más aceptadas destinadas a conocer científicamente la realidad. Esta corriente de pensamiento se conoce como racionalista, ya que confiaba plenamente en los métodos del razonamiento, como herramientas reveladoras de las verdades en los más diversos campos del conocimiento.

La búsqueda y caracterización de los elementos simples que formaban los sistemas más complejos, se constituyó en un sueño para la ciencia. Persiguiendo ese sueño nacieron los modelos de átomos y moléculas, constituyentes elementales de toda la materia.

El conocimiento de las características tan particulares de los seres vivos, producto de la extrema complejidad de estos sistemas comparados con los sistemas inertes, no escapó del sueño mecanicista. Uno de los problemas principales del pensamiento biológico de todos los tiempos fue establecer la relación entre estructura y vida.

Paralelamente con el despliegue de las propuestas racionalistas - que como dijimos confiaban en la razón como fuente principal del conocimiento -, crecía otra corriente dentro de los naturalistas. La misma se amparaba en los métodos experimentales que ya dominaban el campo de los conocimientos en física desde los trabajos pioneros de Galileo Galilei. El esfuerzo, por tanto, se fue volcando paulatinamente a fundamentar los conocimientos en la observación y la experimentación. Esta nueva corriente se conoce como empirista. De la asociación entre las corrientes racionalista y empirista - pese a los enfrentamientos que solían darse entre ambas- empezaron a tomar forma las primeras ideas sobre la constitución elemental de los seres vivos.

DESDE LAS FIBRAS Y LOS GLÓBULOS A LAS CÉLULAS

Pero el tema de la vida superaba en mucho a las posibilidades del mecanicismo de explicarlo haciendo caso omiso de la idea de una fuerza exterior, que infundiera tal propiedad a la materia. Es mismo Descartes que, fiel a su mecanicismo radical, negó la existencia de una fuerza o principio distinto al resto de las fuerzas de la naturaleza para las propiedades de la vida, sostuvo, sin embargo, que la conciencia del hombre respondía a una oscura “alma racional”, no reductible a la composición material de su cuerpo. Así la búsqueda de la estructura elemental se mantiene fuertemente asociada con las posiciones vitalistas, que establecen una dualidad fundamental entre la materia y las propiedades de la vida.

Los vitalistas suponen que cualquiera sea la estructura que caracteriza la vida, debe además ser la residencia de un “principio vital” o una “fuerza vital” oculta. Nacieron así los modelos que intentaban dar cuenta de la complejidad de la vida en la organización de unos pocos constituyentes básicos dotados de tal fuerza vital. Una de las ideas más antiguas es la “teoría fibrilar”. Probablemente nació de la observación de estructuras “fibrosas” macroscópicas, de las que dieron cuenta médicos y fisiólogos de los siglos anteriores, tales como fibras musculares, venas y nervios.

Las fibras son concebidas como las partes sólidas de los organismos, cuya asociación da lugar a la formación de tejidos y órganos. Son las fibras las estructuras donde reside la fuerza vital y por lo tanto portadora de vida, tanto en lo estructural como en lo funcional.

Sin embargo el sueño cartesiano al que aludíamos anteriormente, no permite evadirse de una búsqueda más y más profunda hacia el interior de las cosas. Convencidos de que la naturaleza de la materia es infinita y que, detrás de cada estructura última debe todavía haber otra más elemental, a la cual puede ser reducida la primera, esa búsqueda no se detuvo.

Y llevó la pregunta ¿de dónde proceden las fibras? La observación al microscopio de ciertas estructuras globulares, vino a dar una primera respuesta. Nació así la idea del glóbulo y el establecimiento de una fuerte corriente “globulista” complementaria de la teoría fibrilar.

Los globulistas, que basaron sus ideas en las observaciones de microscopistas tan importantes como Marcelo Malpighi (1628 - 1694) o Anton Van Leeuwenhoek (1632 - 1723), no pretendían reemplazar en principio a la fibra como constituyente fundamental de la vida. Simplemente encontraron en estas estructuras globulares, llamadas “granuli globuli” por Malpighi y “glóbulos protusados” por Leeuwenhoek, el origen de las fibras a las que seguían considerando portadoras de la fuerza vital.

Las palabras del naturalista alemán Hempel hacia el año 1819 son, a este respecto, significativas: “Antes de hacerse visible cualquier fibra se observa en las sustancias que van a constituirla una formación esférica de tamaño variable. Estos glóbulos flotan en un líquido que, en determinadas circunstancias, parece transformarse asimismo en estas formas, de las que surgen las fibras, que podemos imaginarnos que están organizadas

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