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Ciencia y Género en Enfermería


Enviado por   •  19 de Febrero de 2020  •  Trabajos  •  1.430 Palabras (6 Páginas)  •  85 Visitas

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El presente trabajo intenta revisar y profundizar los conocimientos que vinculan género y ciencia con el objetivo de identificar cómo dicha relación atraviesa, determina y moldea toda la historia de la Enfermería. A través de dicha meta se busca aportar fundamentos y herramientas que ayuden a la deconstrucción de la identidad de l@s profesionales de la disciplina para reformularla desde un lugar que la reivindique en sus saberes específicos y en conocimiento de los mecanismos de poder que la posicionan en el lugar subordinado que hoy detenta.

La epistemología de la ciencia se narra a través de un recorrido que destaca, desde su nacimiento, los hitos de individualidades masculinas. El hecho de que las mujeres (y también otras minorías relevantes para este análisis en tanto se subestiman todos los saberes diferentes a los de la medicina médica hegemónica) hayan sido acalladas e invisibilizadas a lo largo de la historia, hace difícil presentar una sociología de la ciencia que las incluya como sujetos de conocimiento a lo largo de la historia.

En primer lugar, se plantea por lo tanto, una dificultad de encontrar un camino alternativo para enseñar epistemología, ya que el planteo de qué es ciencia y los debates en torno al criterio de demarcación del conocimiento fueron plasmados a través de un discurso hegemónico patriarcal y masculinizado. El recurso a omitir la versión eurocéntrica no es una solución y por eso, el conocer los fundamentos de esa invisibilización y la justificación de la misma brindada en cada época para postular la inferioridad social y natural de las mujeres, posibilitan explicar la ausencia.

Siguiendo la misma lógica de rastreo, encontramos que con las revoluciones burguesas y a través de la inquisición, la extracción de saberes y lazos comunitarios de las machis, herboristas, comadronas, etc. y el esfuerzo de concentrarlos en los varones (a través de la caza de brujas bien descrita por Blazquez Graf) fue altamente efectivo y es muy difícil rastrear referentes femeninas en la epistemología moderna. Es justo el reconocimiento de las brujas como las primeras científicas y es importante entender la reivindicación feminista que proclama hoy que “somos las hijas de las brujas que no pudieron quemar”. Conocer la versión revisada de la caza de brujas es posicionarla correctamente y abrir paso a reivindicar la autoridad epistémica femenina, violentada y saqueada salvajemente. Y también es importante resaltar, para el mismo momento histórico, el cimiento de prejuicio que hizo que la revolución epistémica con Descartes y Locke no implicara cambios para el estatus epistémico de las mujeres, como tampoco lo hicieron las revisiones de los anatomistas de los siglos XVI y XVII. La biologización y el prejuicio siguieron siendo la clave de comprensión de las diferencias.

El imaginario colectivo prejuzga a los varones enfermeros como homosexuales, y si bien esto está cambiando y el porcentaje de enfermeros va en aumento lento pero seguro, la feminización de la profesión refuerza la generización de la misma. La necesidad del Modelo Médico Hegemónico de que la enfermera sea subordinada respecto del médico (varón) refuerza la necesidad de que sea mujer por la históricamente construida desvalorización de las mujeres como sujetos racionales.

La naturalización de la enfermería como una continuación del acto “instintivo, biológico” de maternar mantiene la idea de que al ser un acto “natural” el hacerse cargo de la reproducción (reproducción biológica, pero sobre todo reproducción de la fuerza de trabajo) y el cuidado, no es necesario retribuir económicamente dicho trabajo. La revolución en las opiniones científicas acerca de la sexualidad en el siglo XVIII reforzaba este vínculo al reflejar a través del trabajo de los anatomistas la concepción del ideal de cuerpo femenino como el de la potencial madre.

La popularización del enfermero varón, entendidos los hombres como quienes sostienen la familia y se encargan de la producción, implicaría dos rupturas poco convenientes: por un lado, la categorización del cuidado como trabajo y por otro, el reconocimiento de la enfermería como una profesión de igual estatus epistémico y diferentes saberes que la médica, pero no de menor categoría. Para corroborar lo dicho, basta observar que la autoridad epistémica que detentan los varones cisexuales disminuye si son Enfermeros.

Por otra parte, el discurso acerca de la complementariedad recíproca de los sexos surgido en el SXVIII, reforzaba el prejuicio que posicionaba a las mujeres en el lado no apto para la ciencia, incluso directamente oponiendo las condiciones supuestas como naturalmente femeninas como opuestas y excluyentes de las de la ciencia. En un momento en que intentaba reforzarse la naturalización de la mujer como perteneciente a la esfera del ámbito privado, el camino de la profesionalización de la enfermería se abría paso al ámbito público reivindicando un lugar científico (en la praxis y en la primer teórica de la enfermería) complementado por un saber “intrínsicamente femenino” vinculado con la unicidad, subjetividad y empatía hacia las emociones y sentimientos del sujeto de cuidado. Ahí donde la ciencia era necesaria para legitimar el saber enfermero, el prejuicio social relegó los conocimientos no positivistas a un segundo plano de conocimiento del que aún busca salir la disciplina, regido por el principio del tercero excluido.

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