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Comunicación Y Desarrollo


Enviado por   •  9 de Abril de 2013  •  9.251 Palabras (38 Páginas)  •  276 Visitas

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INTRODUCCIÓN

Ya en 1918 el Presidente Woodrow Wilson había enunciado escuetamente la noción del “desarrrollo”, por cierto tutelado, pero hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se hablaba de la evolución de los países más bien en términos de avance desde el “atraso”, caracterizado por la “primitividad” y la miseria con sus penosas secuelas, hasta el “progreso”, caracterizado por la “civilización” y la prosperidad que traía aparejado el bienestar. Sólo un puñado de países, en su mayoría americanos del norte y europeos, se hallaban entonces en situación de progreso y, por lo general, se suponía que los demás países también irían llegando hasta tal estado. ¿Cómo habrían de hacer eso? Aparentemente lo harían de un modo providencial, tal vez lento pero presumiblemente natural e ineluctable. Les bastaría con “dejar pasar y dejar hacer” y, si acaso, empeñarse en imitar a los progresados ciegamente y al máximo posible. Aunque el colonialismo prevalecía ostensiblemente aún, no había conciencia clara, ni menos admisión pública, de que no pocas de las naciones que más habían progresado en el mundo lo habían hecho, en alguna medida, a expensas del atraso de las demás. Y tampoco se prestaba real atención a la opresora inequidad vigente dentro de cada país atrasado en desmedro de la mayoría de la población.

Sólo cerca del final del primer quinquenio de la era post Hiroshima surgió con firmeza en el mundo la noción de “desarrollo” como sustituto de la de “progreso”. Optar por el desarrollo significaba a la sazón no dejar librado el avance hacia la prosperidad y el bienestar al azar “leseferista” y limitarse a la inacción providencialista sino prever y organizar racionalmente la intervención estatal activa para lograr pronto el mejoramiento sustantivo de la economía con apoyo de la tecnología a fin de forjar el adelanto material.

Tal transición provino en gran parte de la experiencia ganada por los Estados Unidos de América, en los campos de batalla y en la vida civil de retaguardia, en aquella segunda contienda bélica mundial y en la postguerra inmediata con el aprendizaje cobrado por dicho país altamente “desarrollado” al auxiliar, financiera y técnicamente, a las naciones perdedoras – Alemania, Italia y Japón – en su proceso de reconstrucción y rehabilitación.

A fines de la década de 1940 el Gobierno de los Estados Unidos de América cobró conciencia de que los numerosos países “subdesarrollados” que habían sido miembros de la alianza contra los países que constituyeran el eje nazifascista que desató la guerra merecían un apoyo semejante al que ya estaba brindando a éstos. El Presidente Harry Truman anunció en 1949, en el cuarto punto de un discurso de catorce, la creación de un programa internacional de asistencia, técnica y financiera, para el desarrollo nacional que llegaría a conocerse como el del “Punto Cuarto”. Y se estableció para ejecutarlo el organismo que ahora se conoce como Agencia de los Estados Unidos de América para el Desarrollo Internacional (USAID).

El programa proporcionaba a los gobiernos, incluyendo desde luego a los de Latinoamérica, apoyo para ampliación y mejoramiento de infraestructura de caminos, vivienda, electricidad, agua potable y alcantarillado. Por otra parte, estableció con dichos gobiernos servicios cooperativos de agricultura, salud y educación a partir del inicio de la década de 1950. Comprendiendo que la acción pro desarrollo en estos campos requería provocar por persuasión educativa cambios de conducta tanto en funcionarios como en beneficiarios, incluyó en cada uno de esos servicios sociales una unidad dedicada a la información de apuntalamiento a los fines del respectivo sector. Y esta medida llegaría a constituir una de las raíces mayores de la actividad que sólo varios años después iría a conocerse como “comunicación para el desarrollo”.

¿Cómo llegó a constituirse y a operar esa disciplina profesional en Latinoamérica? A gentil invitación de los organizadores del tercer congreso panamericano de comunicación, el autor del presente texto se empeñará en dar la más sucinta respuesta posible a esta interrogante mediante una descripción analítica, a manera de testimonio en visión panorámica de algo mas de medio siglo, por parte de un actor y observador de ese proceso.

EN EL PRINCIPIO FUE LA PRÁCTICA

La práctica, ciertamente, antecedió a la teoría. Surgió entre el último tercio de la década de 1940 y el primero de la de 1950 al impulso de tres iniciativas precursoras: dos nativas de la región y una de origen foráneo.

Las Radioescuelas de Colombia

En Sutatenza, una remota aldea andina, el párroco Joaquín Salcedo se valió ingeniosamente de la radio para llegar a brindarle a los campesinos apoyo mediante la comunicación masiva educativa a fin de fomentar el desarrollo rural. Creó la estrategia de las “radioescuelas” que consistía de audición, mediante receptores a batería, en pequeños grupos de vecinos de programas especialmente producidos para ellos. Lo hacían auxiliados por guías capacitados que los instaban a aplicar lo aprendido a la toma de decisiones comunitarias para procurar el mejoramiento de la producción agropecuaria, de la salud y de la educación. O sea: recepción – reflexión – decisión – y acción colectivas. Así, gradualmente, fue naciendo la agrupación católica Acción Cultural Popular que, al cabo de poco más de una década, abarcaba a todo el país e inclusive cobraría resonancia internacional. Apoyada por el gobierno colombiano y por algunos organismos internacionales, ACPO llegó a contar con una red nacional de ocho emisoras, con el primer periódico campesino del país, con dos institutos de campo para formación de líderes y con un centro de producción de materiales de enseñanza.

Las Radios Mineras de Bolivia

Unos veinte años antes de que Paulo Freire propusiera devolver la palabra al pueblo, se la tomaron en Bolivia paupérrimos trabajadores indígenas empleados en la extracción de minerales. Resueltos a comunicarse mejor entre sí y a dejarse oír por sus compatriotas en español y en quechua, estos sindicalistas establecieron por sí solos – con cuotas de sus magros salarios y sin experiencia en producción radiofónica – pequeñas y rudimentarias radioemisoras autogestionarias de corto alcance. Las emplearon democráticamente instaurando en forma gratuita y libre la estrategia de “micrófono abierto” al servicio de todos los ciudadanos. Si bien daban énfasis a información y comentarios sobre sus luchas contra la explotación y la opresión, hacían sus programas no sólo en socavones,

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