“Evaluar para conocer, examinar para excluir”
Karin123422 de Junio de 2014
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Material extraído de: “Evaluar para conocer, examinar para excluir”. Edit. Morata, Madrid 2001.
Evaluar para conocer,
examinar para excluir
Por
Juan Manuel ÁLVAREZ MÉNDEZ
Sobre el autor
Juan Manuel ÁLVAREZ MÉNDEZ es profesor titular de Didáctica en la Facultad de Educación de la
Universidad Complutense de Madrid, en la que trabaja desde 1974.
En su labor docente y en sus publicaciones se centra en temas relacionados con la Didáctica aplicada a la
enseñanza de la Lengua y con la Didáctica General y el Currículum, dedicando especial atención a la formación
de profesores y al estudio de las reformas educativas y de la evaluación.
Algunos de sus libros publicados son: Linguistica fundamental: introducción a los autores (1985); Didáctica de
la Lengua desde el punto de vista lingüístico (1987); Teoría lingüística y enseñanza de la Lengua; textos de
orientación interdisciplinar (1987); Didáctica, curriculum y evaluación (2000. 2° ed.), Entender la didáctica,
entender el currículum (en prensa). Asimismo, es autor de numerosos artículos en revistas de educación. Son
muy frecuentes sus participaciones en cursos de formación docente y de posgrado sobre temas de Didáctica
aplicada, Currículum y Evaluación.
El campo semántico de la evaluación. Más allá de las
definiciones
1. Delimitación conceptual
Todos hablamos de evaluación, pero cada uno conceptualiza e interpreta este término con significados
distintos: bien hace usos muy dispares, con fines e intenciones diversos, o bien lo aplica con muy poca
variedad de instrumentos, siguiendo principios y normas diferentes, para dar a entender
que, en su aplicación,
sigue criterios de calidad.
Sin duda que cada uno también actúa en nombre de una evaluación de calidad y defenderá que la suya es
una buena evaluación. La relación entre ambos conceptos (calidad y evaluación) es estrecha y, en la práctica
docente, difícilmente pueda darse la una sin la otra. Únicamente, cuando se habla de modo aislado y
segregado de lo que sólo en la unidad tiene sentido y significado, se puede mantener el discurso. Pero en el
estilo propio de la dispersión está su limitación y su poca relevancia, y su nula incidencia sobre prácticas
docentes que en sí son complejas.
En términos precisos, debe entenderse que evaluar con intención formativa no es igual a medir ni a
calificar, ni tan siquiera a corregir. Evaluar tampoco es clasificar ni es examinar ni aplicar tests.
Paradójicamente, la evaluación tiene que ver con actividades de calificar, medir, corregir, clasificar, certificar,
examinar, pasar test, pero no se confunde con ellas. Comparten un campo semántico, pero se diferencian por
los recursos que utilizan y los usos y fines a los que sirven. Son actividades que desempeñan un papel
funcional e instrumental. De estas actividades artificiales no se aprende. Respecto a ellas, la evaluación las
trasciende. Justo donde ellas no alcanzan, empieza la evaluación educativa. Para que ella se dé, es necesario
la presencia de sujetos.
Desde el interés de la racionalidad práctica y crítica, caracterizada por la búsqueda de
entendimiento, la participación y la emancipación de los sujetos, en la educación no puede darse la
evaluación sin el sujeto
evaluado, dando por supuesta la presencia del sujeto evaluador. El que hacer conjunto,
orientado por principios morales, distingue igualmente lo que representa el enfoque práctico, desde el que
hablo, de otro que sea racionalista, identificado con la racionalidad técnica o instrumental. En el primero el
profesor está llamado a desempeñar autónoma y responsablemente la profesión docente, participando en la
esfera en la que se toman decisiones sobre el curriculum y lo que representa en su implementación. En el
segundo, el profesor viene a ser un aplicador de técnicas y recursos en cuya elaboración él no participa
directamente, pero al que se le aseguran altos niveles de eficiencia y de eficacia raramente demostrable en el
empleo de técnicas de programación y de evaluación.
En el ámbito educativo debe entenderse la evaluación como actividad crítica de aprendizaje, porque se asume
que la evaluación es aprendizaje en el sentido que por ella adquirimos conocimiento (ALVAREZ MÉNDEZ,
1993ª). El profesor aprende para conocer y para mejorar la práctica docente en su complejidad, y para
colaborar en el aprendizaje del alumno conociendo las dificultades que tiene que superar, el modo de
resolverlas y las estrategias que pone en funcionamiento. El alumno aprende de ya partir de la propia
evaluación y de la corrección, de la información contrastada que le ofrece el profesor, que será siempre crítica y
argumentada, pero nunca descalificadora ni penalizadora.
Necesitamos aprender de y con la evaluación. La evaluación actúa entonces al servicio del conocimiento y del
aprendizaje, y al servicio de los
intereses formativos a los que esencialmente debe servir. Aprendemos de la
evaluación cuando la convertimos en actividad de conocimiento, y en acto de aprendizaje el momento de la
corrección. Sólo cuando aseguramos el aprendizaje podremos asegurar la evaluación, la buena evaluación que
forma, convertida ella misma en medio de aprendizaje y en expresión de saberes. Sólo entonces podremos
hablar con propiedad de evaluación formativa.
Consciente de que el fracaso escolar está ahí el profesor que actúa cabal y razonablemente en favor de quien
aprende, trabaja con el ánimo de superarlo. En este sentido, no lo acepta como algo inevitable debido a causas
que obedecieran únicamente y de un modo determinante a las capacidades naturales de los sujetos, cuestión
de dones innatos, sin tener en cuenta factores socioculturales, económicos, sin descartar los didácticos y los
institucionales.
Entendida la educación como acceso a la cultura y a la ciencia —bienes comunes históricamente construidos—
, el reto que cada profesor tiene es no dejar a nadie fuera. Tomar conciencia de este hecho es comprometerse
con modos razonables de actuar con cada sujeto que se encuentre en esa situación delicada para no excluir a
nadie de la participación del saber.
A partir de este marco de referencias, más allá de las definiciones que tan poco resuelven, resulta más fácil
recoger una serie de rasgos que pueden ir caracterizando las prácticas de evaluación, según tendencias
actuales, si bien en algún caso están referidos a ámbitos de aplicación que trascienden lo educativo en un
sentido restringido, tal como pueden ser la
evaluación de programas o evaluación curricular como referentes
más próximos.
2. caracterización global de la evaluación educativa
Entre estos rasgos, y referidos a la evaluación educativa del aprendizaje escolar, destaco los que siguen:
Democrática alude a la necesaria participación de todos los sujetos que se ven afectados por la evaluación,
principalmente profesor y alumno, no como meros espectadores o sujetos pasivos “que responden”, sino que
reaccionan y participan en las decisiones que se adoptan y les afectan.
La evaluación constituye una oportunidad excelente para que quienes aprenden pongan en práctica sus
conocimientos y se sientan en la necesidad de defender sus ideas, sus razones, sus saberes. Debe ser el
momento también en el que, además de las adquisiciones, también afloren las dudas, las inseguridades, las
ignorancias, si realmente hay intención de superarlas. Ocultarlas es una artimaña por la que se paga un precio
muy alto en grados posteriores, o en el futuro. Expresarlas, con sus imprecisiones, errores, confusiones,
ciertos, seguridades, sin el temor a subir o bajar puntos en escalas tan borrosas como son las de la calificación,
abrirá el camino para avanzar conjuntamente en el descubrimiento, en la apropiación, en la formación del
propio pensamiento, que-se-está-formando.
Debe estar, siempre y en todos los casos, al servicio de quienes son los protagonistas en el proceso de
enseñanza y de aprendizaje, y especialmente al servicio de los sujetos que aprenden.
La evaluación que aspira a ser formativa tiene que estar continuamente al servicio de la práctica para mejorarla
y al servicio de quienes participan en la misma y se benefician de ella. La evaluación que no forma y de la que
no aprenden quienes participan en ella debe descartarse en los niveles básicos de educación. Ella misma debe
ser recurso de formación y oportunidad de aprendizaje.
La negociación de todo cuanto abarca la evaluación es condición esencial en esta interpretación.
Aceptada la voluntad de entendimiento, se negocia todo. Desde la justificación de la propia evaluación hasta
las formas en las que se va a llevar a cabo y el papel que cada uno tiene que asumir responsablemente.
Muy importante es la negociación entre todos los implicados de los criterios que se van a aplicar en el momento
de la corrección, de la calificación y el modo en que se va a dar la información, de las posibilidades
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