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Formacion Etica Y Ciudadana

Lacencion19 de Mayo de 2013

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VALORES Y CREENCIAS

· Los valores humanos son aquellos bienes universales que pertenecen a nuestra naturaleza como personas y que, en cierto sentido, nos humanizan, porque mejoran nuestra condición de personas y perfeccionan nuestra naturaleza humana.

La libertad nos capacita para ennoblecer nuestra existencia, pero también nos pone en peligro de empobrecerla. Las demás creaturas no acceden a esta disyuntiva. Un gato siempre se comportará como un felino y no será culpado o alabado por ello. Nosotros, en cambio, si prestamos oídos a nuestros instintos e inclinaciones más bajas, podemos actuar como bestias, y de este modo, deshumanizarnos. Boecio, el filósofo y cortesano del siglo V, escribió: El hombre sobresale del resto de la creación en la medida en que él mismo reconoce su propia naturaleza, y cuando lo olvida, se hunde más abajo que las bestias. Para otros seres vivientes, ignorar lo que son es natural; para el hombre es un defecto.

Si no descubrimos lo que somos, tampoco descubriremos qué valores nos convienen. Cuanto mejor percibamos nuestra naturaleza, tanto más fácilmente percibiremos los valores que le pertenecen.

Alimentación y naturaleza

Hay una diferencia entre los valores humanos en general y nuestros propios valores personales. El concepto de valores humanos abarca todas aquellas cosas que son buenas para nosotros como seres humanos y que nos mejoran como tales. Los valores personales son aquellos que hemos asimilado en nuestra vida y que nos motivan en nuestras decisiones cotidianas.

Podríamos comparar la diferencia entre los valores humanos en general y los valores personales con la diferencia que hay entre ciertas comidas y su respectivo valor nutricional para el cuerpo humano. La nutrición es para el cuerpo lo que los valores son para la persona humana.

El cuerpo humano tiene sus requerimientos: algunos alimentos son muy nutritivos; otros complementan la alimentación; otros son al menos tolerables en pequeñas cantidades. Todos necesitamos una alimentación balanceada en vitaminas, fibra, minerales y proteínas para mantener una buena salud. Algo parecido sucede con los valores humanos: nos nutren, nos benefician como seres humanos en diversa medida. Así tenemos toda una gama de valores culturales, intelectuales y estéticos que promueven nuestro desarrollo humano y enriquecen nuestra personalidad.

Cuando se habla de la nutrición corporal hay espacio para las preferencias personales. Entre comer coliflor, chícharos o judías verdes, cada uno puede escoger a su gusto; el número de calorías apenas varía. Nuestro organismo asimilará estos alimentos y se nutrirá más o menos igual. Se insiste, más bien, en que la dieta sea balanceada. El organismo cubre tus necesidades y se mantiene en forma en la medida en que el alimento es sano y la dieta equilibrada.

En la esfera de los valores humanos se requiere también un equilibrio y que cada uno de los valores, tomado individualmente, sea saludable. Así como ciertos alimentos son esenciales y otros sólo sirven para adornar algún platillo, así también los valores tienen una jerarquía, según favorezca más o menos nuestro desarrollo humano. Una porción discreta de pastel de zanahoria con helado de vainilla es un excelente postre para una comida familiar, pero no se nos ocurriría comer pastel y helado tres veces al día y terminar con una discreta porción de carne con papas. Nuestro organismo no lo soportaría (nuestra línea tampoco). Los valores humanos también pueden ordenarse y clasificarse de acuerdo con los beneficios que nos proporcionan. Algunos son esenciales; otros son más periféricos.

Una jerarquía de valores

Entre los valores objetivos existe una jerarquía, una escala. No todos son iguales. Algunos son más importantes que otros porque son más trascendentes, porque nos elevan más como personas y corresponden a nuestras facultades superiores. Podemos clasificar los valores humanos en cuatro categorías: 1) valores religiosos, 2) valores morales, 3) valores humanos inframorales y 4) valores biológicos.

1. Los valores biológicos o sensitivos no son específicamente humanos, pues los compartimos con otros seres vivos. Entre ellos están la salud, el placer, la belleza física y las cualidades atléticas. Desafortunadamente, muchos ponen demasiado énfasis en este nivel. No es raro escuchar frases como ésta: Mientras tenga salud, todo lo demás no importa. Según esto, uno lo pasaría mejor siendo un saludable jefe de la mafia que un enfermizo hombre de bien. No eres más persona porque seas sano o bien parecido. Eso no aumenta tu valor.

2) Los valores humanos inframorales son específicamente humanos. Tienen que ver con el desarrollo de nuestra naturaleza, de nuestros talentos y cualidades. Pero todavía no son tan importantes como los valores morales. Entre éstos están los intereses intelectuales, musicales, artísticos, sociales y estéticos. Estos valores nos ennoblecen y desarrollan nuestro potencial humano.

3. Los valores morales o éticos son superiores a los ya mencionados. Esto se debe a que tienen que ver con el uso de nuestra libertad, ese don inapreciable y sublime que nos permite ser constructores de nuestro propio destino. Estos son los valores humanos por excelencia, pues determinan nuestro valor como personas. Incluyen, entre otros, la honestidad, la bondad, la justicia, la autenticidad, la solidaridad, la sinceridad y la misericordia. Cada valor apoya y sostiene a los demás; juntos forman esa sólida estructura que constituye la personalidad de un hombre maduro.

4. Hay todavía un cuarto nivel de valores, el más elevado, que corona y completa los valores del tercer nivel, y que nos permite incluso ir más allá de nuestra naturaleza. Son los valores religiosos. Éstos tienen que ver con nuestra relación personal con Dios.

El mundo de hoy pasa por alto un hecho muy sencillo: la persona humana es religiosa. Aunque seguramente será difícil encontrar esta afirmación en un texto de sociología, no ha habido en la historia una sola sociedad que no haya sido religiosa. Preguntar por la existencia de Dios es algo que está íntimamente unido al por qué de la existencia humana. Buscamos de forma natural la trascendencia, porque es lo que da sentido y significado a nuestra vida sobre la tierra. Si el hombre cultiva los valores religiosos con tanta tenacidad, es porque ellos corresponden a la verdad más profunda de su ser.

Ciertas cosas son buenas para nosotros porque nos ayudan a alcanzar nuestro fin u objetivo. Si acertamos a descubrir a dónde vamos como hombres, cuál es nuestro objetivo, podremos entonces saber qué es bueno para nosotros en ese sentido.

· Creencia, del latín credere, significa la confianza depositada en alguien de que nos devolverá lo que le hemos prestado (creditum). Tiene, pues, inicialmente un sentido práctico: se confía en que otro haga algo debido en relación con nosotros. Luego se amplía el sentido y se extiende a lo que otros prometen o dicen: confianza en la ->palabra, en la ->comunicación. Se diría que esto último es ya lo específicamente humano. Sin embargo, en todos los seres que poseen alguna forma de comunicación pueden encontrarse indicios de ->confianza. Así, los animales que viven en algún tipo de sociedad, se comunican entre sí y muestran su confianza a la comunicación de otros, como los que detectan a los depredadores, los vigilantes, o los que descubren alimento, etc. Por lo que habría que pensar que la actitud de confianza credencial posee unas profundas raíces filogenéticas. Es cierto, no obstante, que en el hombre la creencia posee unos caracteres propios. Por ejemplo, el de ser consciente, reflexiva. Lo que implica que pueda ser también negativa; y, en todo caso, que exija normalmente un fundamento o motivo suficiente.

· El motivo general de la creencia en el plano humano se denomina también ->autoridad: creemos a alguien, porque posee prestigio, autoridad para nosotros. La creencia en la auto ridad -se entiende como autoridad epistémica o de información, no como autoridad de mando o gobierno1- ha sido siempre la base o fundamento general de las creencias humanas. Y ello se ha mostrado en varios campos: en un sentido genético, poseen credibilidad para nosotros nuestros mayores, los que están en la base de nuestra cultura o de nuestra sociedad, los antepasados, los fundadores de movimientos sociales, religiosos o culturales. En un sentido de ejemplaridad o prestigio, merecen nuestra confianza los que han sido nuestros maestros, los que han destacado como sabios o como héroes o santos, es decir, los modelos de ideales de vida. En el primer caso, la autoridad engendra la confiabilidad, basada en que quienes nos han precedido y entregado todo lo suyo -padres, fundadores, antecesores- nos han demostrado su amor desinteresado y es evidente que no nos engañarán nunca. En el segundo caso, el prestigio engendra confianza en la competencia de los maestros o modelos de vida: son personas que conocen bien aquello de que nos hablan o informan. Tenemos así que la autoridad se desdobla en dos de los motivos fundamentales para la credibilidad: la confiabilidad y la competencia.

· En todo caso, es bastante claro que la vida humana necesita absolutamente de la confianza en los demás. Sólo así la experiencia personal queda potenciada con la experiencia y los conocimientos de otros hombres. De hecho, es fácil ver cómo nuestras creencias, lo que creemos, ocupa un porcentaje muy elevado de cuanto conocemos; esto vale incluso en el campo de los conocimientos denominados científicos. Nadie puede

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