Historia De La Veterinaria
nitochoko30 de Octubre de 2013
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Breve Historia de la Veterinaria
M.V. Osvaldo Antonio Perez
Historia de la Veterinaria
en el Río de la Plata
Osvaldo Antonio Perez
Capítulo correspondiente a la Historia Mundial de la Veterinaria del libro Historia de la veterinaria en el Río de la Plata.-
Desde el momento en que el hombre domesticó a los animales, su relación para con ellos dejó de ser algo más que la simple subsistencia alimenticia. Una firme alianza, muchas veces defensiva-ofensiva, debió contemplar un cuidado mutuo. En garantía de este vínculo, el hombre aportó a través de su raciocinio el dominio de un arte y ciencia, ni más ni menos que la veterinaria, la capacidad de curar las enfermedades de su socio.
Habiéndose producido el fenómeno de la domesticación en el Neolítico, es evidente que hallaremos hombres dedicados al cuidado de la salud animal ya desde este período, si bien la ausencia de documentos escritos nos obligan a guiarnos por otras fuentes menos explícitas como las pinturas rupestres, que muy poco nos indican a no ser unas rayas verticales en la cueva de Montespan, Francia, que han sido interpretadas como cercos donde posiblemente se mantenían los animales domesticados.
En Egipto los animales sagrados tenían, dentro de los templos, personas que estaban a cargo de su alimentación y cuidado. "Los sacerdotes de menor rango, los uab (purificados) examinaban los animales para el sacrificio; los de mayor categoría o hemunefer (servidores del dios) cuidaban de los animales..."[1]. Aparte de estos estaban los swnw, prácticos laicos cuyas funciones eran la inspección del ganado y de la carne, y de supervisar a los sacrificadores de los templos.
El papiro de Kahun es el documento que atestigua la presencia de la medicina veterinaria en Egipto. En él se describen enfermedades del ganado y su tratamiento, así como de enfermedades de perros, gatos, aves y peces. "Además de ritos mágicos y religiosos, los tratamientos preventivos y curativos de enfermedades de los animales incluían baños fríos y calientes, fricciones, cauterizaciones, sangrías, castración, reducción de fracturas, etc."[2].
En la Mesopotamia el Código de Hammurabi (hacia el -1750) contiene aranceles para la cura de bueyes y asnos. En la religión hindú el veterinario Palakapya era considerado hijo de un santón y de una elefanta. Otro veterinario célebre fue Salihotra, cuyo nombre se adjudicó posteriormente al caballo y a los médicos de caballos: salihotrasastra.
Dentro del territorio de lo que hoy es China, en el siglo VIII a. C. el veterinario Wang Tao escribió una obra sobre enfermedades del hombre, del caballo, de los vacunos y de los perros. Cuatro siglos más tarde el veterinario Ma Shi Huang "curaba caballos y dragones, nombre que en la literatura china se daba a los caballos celestiales que sudan sangre, es decir a caballos padeciendo de lo que en la actualidad se considera una parasitosis por Parafilaria multipapilosa"[3].
En la India, el rey Asoka, conocido como el Constantino del budismo por su favoritismo hacia esta religión, mandó construir durante su reinado (hacia el -270) hospitales veterinarios, pasookicisa, para recoger los animales enfermos.
Jenofonte, el gran polígrafo ateniense discípulo de Sócrates, escribió un tratado De la equitación, que posee algunos principios de higiene animal, si bien como su título lo indica no es una obra dedicada a la patología equina. También dedicó su atención a los perros en una obra llamada De la caza y de la montería.
Aristóteles escribió una Historia de los Animales, así como Partes de los Animales -el más antiguo tratado de fisiología animal en cualquier idioma- y un tratado sobre la Generación de los Animales. La especulación filosófica predomina en general sobre cualquier otro tipo de certeza, de allí que haga afirmaciones, como que la rabia no es transmisible al hombre no importa las mordeduras que se produzcan, sin rigor científico. Sin embargo algunos de sus razonamientos no dejan de llamar la atención, como aquel en que sostiene que existen en la sangre fibras, aparte del agua, que producen la coagulación [4]. O este otro: "El corazón es la única de las vísceras, y ciertamente la sola parte del cuerpo, incapaz de tolerar cualquier afección grave, cosa que razonablemente tiene que ocurrir; porque si la parte primaria o dominante estuviere enferma, nada hay ya a que puedan recurrir confiadamente las demás partes que de ella dependen. Prueba de que el corazón no puede tolerar afección morbosa es el hecho de que ninguna res inmolada en los sacrificios se ha visto nunca que estuviera afectado por las enfermedades que se observan en las demás vísceras; porque fueron muchas las veces que se hallaron los riñones llenos de piedras y excrecencias, pequeños abscesos, como en el hígado, pulmones, y más que todos ellos en el bazo. También hay muchos estados mórbidos observados en dichas partes, siendo la porción del pulmón junto a la tráquea, y la porción del hígado situada junto a la unión con el gran vaso de la sangre las menos propensas a ellos. También admite esto explicación razonable; porque precisamente en estas partes es en donde el pulmón y el hígado están más íntimamente unidos al corazón. De otra parte, cuando los animales mueren de enfermedad y no debido a sacrificio, y por afecciones como las indicadas antes, descubrimos afecciones morbosas en el corazón, si las buscamos"[5].
El romano Catón (234-149 a.C.) en su obra "De re rústica", aconsejaba cuidar las pezuñas de los bueyes cubriéndolas con pez líquida. Como tratamiento de la sarna y para prevenir las picaduras de garrapatas, recomendaba una maceración de semillas de altramuz junto con otra planta llamada amurco, disuelta en agua o en vino, preparación esta que se debía aplicar al cuerpo de la oveja por dos o tres días, lavando luego al animal con agua de mar.
Publio Virgilio Marón (70-19 a. de C.) recordaba en sus Geórgicas que los pastores trataban sus ovejas con sarna esquilándolas y después las frotaban con un ungüento hecho de orujo de aceite amargo, espuma de mercurio, azufre virgen, pez de Ida, cera crasa, cebolla albarrana, eléboro y betún.
Un rico patricio romano nacido en territorio hoy hispánico, Lucio Junio Moderato Columela, fue el que usó por vez primera la palabra veterinario en el siglo I. La utilizó para calificar al pastor que ejerce las funciones inherentes a los conocimientos de medicina animal. Entre sus enseñanzas referidas a la medicina veterinaria cabe consignar su preocupación porque los animales no defecaran sobre el forraje, y por el aislamiento de los enfermos.
El libro sexto de los doce que dedicó a la agricultura, está consagrado al cuidado y cría de bueyes, caballos y mulas. Indica remedios para la mayoría de las afecciones comunes de estos animales, y si bien muchas observaciones están llenas de supersticiones, tales como que los dolores de vientre e intestinal se curan en los bueyes y caballos nada más mirando patos, no son pocos los preceptos que muestran el adelanto de la ciencia médica.
Para tratar las apostemas lo mejor era "abrirlas con hierro que con medicamento. Después de haber exprimido la concavidad que contenía la materia, se lava con orina de buey caliente, y se ata poniendo hilas empapadas en pez líquida y aceite..."[6].
La castración de los terneros -y en esto Columela seguía los consejos de Magón- se debía hacer no con "hierro", sino comprimiendo los testículos con un pedazo de cañaheja hendida, y que se fueran quebrantando de a poco. Cuando se quería hacer un buey, y por consiguiente el hierro era inevitable, la mejor época era la primavera o el otoño, especialmente cuando la luna estaba en cuarto menguante. Aun así, la hemorragia se controlaba mejor ajustando dos listones angostos de madera a la altura de los "nervios" de los testículos.
Para la sarna del caballo aconsejaba frotar al animal, expuesto a los rayos del sol, con resina de cedro o aceite de lentisco, o con grasa de becerro marino; pero si la enfermedad estaba avanzada eran necesarios remedios más heroicos, en cuyo caso daba resultado una preparación hecha cociendo partes iguales de betún, azufre y eléboro en pez líquida y manteca añeja. Antes de aplicar el producto se debía raspar la zona afectada con un hierro, lavándola con orina.
El ajo, de múltiples indicaciones terapéuticas en la historia de la medicina, era empleado en su forma molida tanto en la sarna del bovino, como en la mordedura del perro rabioso.
Otro ejemplo de la superstición aplicada en la veterinaria romana lo da Plinio Segundo (25-79), quien recomendaba prevenir la rabia en el perro dándole leche de una nodriza que estuviese amamantando a un niño. Las mordeduras de los perros rabiosos se debían tratar aplicando en la herida cenizas de una cabeza de perro, las que también podían ser bebidas [7].
Un edicto del emperador Diocleciano, fechado en el año 301 después de Cristo, al tiempo que tasa los precios de alimentos se ocupa de nuestra especialidad fijando aranceles a los veterinarios o mulomedicus.
El grecobizantino Apsirto, del siglo IV de nuestra era, fue veterinario jefe en el ejército de Constantino, el emperador romano que aceptó la libertad de cultos. Su obra se halla en la Hippiatrika, compilación hecha por un escritor hasta hoy desconocido, ordenada por Constantino VII en el siglo X. Al retirarse de la actividad, formó
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