La Biopolitica
Ldro11 de Marzo de 2013
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Nacimiento de la biopolítica
MICHEL FOUCAULT
Archipiélago, núm. 30, págs. 119-124.
LA EPIDEMIA NEOLIBERAL. NACIMIENTO DE LA BIOPOLÍTICA
[Foucault ve el liberalismo, más que como una doctrina o ideología con mayor o menor coherencia, como una forma de reflexión sobre La gubernamentalidad, una modalidad de actuar que rompe con la Razón de Estado, un instrumento de crítica para con la realidad y una gubernamentalidad a la que se opone limitando sus interferencias. El liberalismo se distancia de la actividad gubernamental porque no parte de la existencia del Estado, sino de la sociedad, que se convierte así en su único referente.]
El Curso de este año ha estado dedicado por entero a algo que, en principio, no iba a ser más que una introducción. El tema a tra¬tar era la biopolítica, entendiendo por biopo¬lítica el modo en que, desde el siglo XVII, la práctica gubernamental ha intentado racio¬nalizar aquellos fenómenos planteados por un conjunto de seres vivos constituidos en población: problemas relativos a la salud, la higiene, la natalidad, la longevidad, las razas y otros. Somos conscientes del papel cada vez más importante que desempeñaron estos problemas a partir del siglo XIX y también de que, desde entonces hasta hoy, se han con¬vertido en asuntos verdaderamente cruciales, tanto desde el punto de vista político como económico.
Me parecía que los problemas de la biopo¬lítica no podían ser disociados del marco de racionalidad política dentro del cual surgie¬ron y adquirieron un carácter apremiante. Ese marco fue el liberalismo, puesto que fue el liberalismo quien hizo que esos problemas se convirtieran en auténticos retos. ¿Cómo se puede asumir el fenómeno de la población, con todos sus efectos derivados y sus problemas específicos, en el interior de un sistema preocupado por el respeto a los sujetos de derecho y por la libertad de iniciativa de los individuos? ¿En nombre de qué, y en fun¬ción de qué reglas, pueden ser gestionados estos problemas? El debate que tuvo lugar en Inglaterra a mediados del siglo XIX, en ínti¬ma relación con la legislación sobre la salud pública, puede servir muy bien de ejemplo.
¿Qué hay que entender por liberalismo? Para responder a esta pregunta me he apoya¬do en las reflexiones avanzadas por Paul Vey¬ne sobre los universales históricos y sobre la necesidad de validar un método nominalista en historia. A partir de una serie de opciones de método ya contrastadas he intentado ana¬lizar el liberalismo ya no como una teoría o una ideología, y todavía menos, por supues¬to, como una manera que tiene la sociedad de representarse a si misma, sino como una práctica, es decir, como una forma de actuar orientada hacia la consecución de objetivos que, a su vez, se regula a si misma nutrién¬dose de una reflexión continuada. El libera¬lismo pasa así a ser objeto de análisis en cuanto que principio y método de racionali¬zación del ejercicio del gobierno, racionali¬zación que obedece -y en esto consiste su especificidad a la regla interna de una eco¬nomía de máximos. Mientras que cualquier racionalización del ejercicio del gobierno tiende a maximizar sus efectos haciendo dis¬minuir lo más posible sus costes (entendien¬do el término costes no sólo en un sentido económico, sino también en un sentido po¬lítico), la racionalización liberal, por el con¬trario, parte del postulado de que el gobier¬no (y aquí se trata, por supuesto, no tanto de la institución gobierno, cuanto de la activi¬dad que consiste en regir la conducta de los hombres en el marco del Estado y con ins-trumentos estatales) no tendría que ser para sí mismo su propio fin. El gobierno liberal no tendría en sí mismo su propio fin, aunque sea en las mejores condiciones posibles, ni tampoco la maximización de la acción del gobierno debe de convertirse en su principio regulador. En este sentido el liberalismo rompe con esa Razón de Estado que, desde fi¬nales del siglo XV, había buscado en la exis¬tencia y el refuerzo del Estado la finalidad susceptible de justificar una gubernamenta¬lidad creciente y de regular su desarrollo. La Polizeiwissenschaft promovida por los alema¬nes en el siglo XVIII -promovida, ya fuese porque Alemania carecía entonces de una gran organización estatal o bien, también, porque los límites impuestos por la parcela¬ción territorial permitían el acceso a unida¬des mucho más observables en función de los instrumentos técnicos y conceptuales de la época-, se articulaba siempre en torno al siguiente principio: no se presta la suficiente y necesaria atención, demasiadas cosas se nos escapan, ámbitos demasiado numerosos ca¬recen de regulación y de reglamentación, el orden y la administración tienen enormes la¬gunas, en suma, se gobierna demasiado poco. La Polizeiwissenschafi es la forma asu¬mida por una tecnología gubernamental do¬minada por el principio de la Razón de Esta¬do. Y es así como, con toda naturalidad esta tecnología de gobierno se hace cargo de los problemas de la población, una población que en razón de la fuerza del Estado debe de ser lo más numerosa y lo más activa posible: salud, natalidad, higiene, encuentran por tanto en este marco, sin dificultad, un espa¬cio importante.
El liberalismo, por el contrario, se carac¬teriza por el principio de que se gobierna de¬masiado, o, al menos, de que es necesario sospechar en todo momento que se gobierna demasiado. La gubernamen¬talidad no se debe ejercer sin una crítica, algo que es, si cabe, más radical que una prueba de optimi¬zación. La gubernamentalidad no debe de plantearse únicamente cuales son los mejo¬res medios para conseguir sus efectos (o al menos los menos costosos), sino que debe de cuestionar la propia posibilidad y legitimi¬dad de su proyecto de alcanzar sus objetivos.
La sospecha de que siempre se corre el riesgo de gobernar demasiado está relacionada con la cuestión de por qué habría entonces que gobernar. De aquí se deriva el hecho de que el núcleo del liberalismo sean las proyecciones que haya en un gobierno, pero también qué es lo que ¬son sus críticas. El liberalismo no es un sueño ¬que se ve confrontado a una realidad y que implicaba, para ser óptima, su maximización, y esto era así en la medida en que la existencia del Estado suponía inmediatamente el ejercicio del gobierno. La reflexión li¬beral, sin embargo, no parte de la existencia del Estado, no encuentra en el gobierno ¬el medio de alcanzar un fin que el gobierno se procura a sí mismo, sino que parte del presupuesto de que la sociedad se encuentra constantemente en una relación compleja de exterioridad y de interioridad en relación con el Estado. Es la sociedad en la medida en que es a la vez condición y fin último del gobierno, la que permite que ya no se plantee la cuestión de cómo gobernar lo más posible al menor coste, sino más bien la cuestión de ¿por qué hay que gobernar?. Dicho de otro modo: ¿qué es lo que hace necesario que exista un gobierno, y qué fines debe de perseguir éste en relación con la sociedad para justificar su existencia? La idea de sociedad es lo que permite desarrollar una tecnología de gobierno a partir del ¬principio de que el gobierno es en sí mismo algo que está por demás, en exceso, o al menos de que es algo que viene a añadirse a modo de suplemento, un suplemento que es preciso cuestionar y al que se puede siempre plantear la pregunta de si es necesario, y ¬en qué sentido es útil.
En lugar de hacer de la distinción Estado- ¬sociedad civil un universal histórico y políti¬co a partir del cual es posible plantear interrogantes sobre todos los sistemas concretos, se puede más bien intentar ver en esa distin¬ción una forma de esquematización propia de una tecnología particular de gobierno.
La crítica liberal no se separa ni un ápice de ¬un problema nuevo en la época, el problema de la sociedad. [...]
No se puede por tanto afirmar que el liberalismo sea una utopía que nunca se ha reali¬zado. [...] se va a intentar saber por qué es necesario que el propio liberalismo se ha visto conducido a que hay que dejar de lado, en qué ámbitos es posible formular acerca de sus propios análisis y de inútil o perjudicial que el gobierno intervenga. La racionalización de la práctica gubernamental en términos de Razón de Estado no puede inscribirse en ella. El liberalismo constituye -y aquí radica su polimorfismo y su carácter recurrente- un instrumento crítico de la realidad: instrumento crítico de una gubernamentalidad anterior al propio liberalismo de la que éste se intenta distanciar; instrumento crítico de una gubernamentalidad actual a la que pretende reformar y racionalizar revisándola a la baja; instrumento crítico de una gubernamentalidad a la que se opone y de la que se pretenden limitar los abusos... De este modo nos podemos encontrar con el liberalismo bajo formas diferentes y a la vez simultáneas, unas veces convertido en esquema regulador de la práctica gubernamental y como tema de oposición que en ocasiones se hace radical. El pensamiento político inglés de finales del siglo XVIII y de la -primera mitad del XIX caracteriza bien esos usos múltiples del liberalismo, y concretamente son, si cabe, todavía más expresivas las evoluciones y las ambigüedades de Bentham y los benthamistas.
Es cierto que, en la crítica liberal, han desempeñado un papel importante el mercado como realidad y la economía política como teoría. Pero, como ha confirmado el importante libro de P. Rosanvallon, el liberalismo no es ni su consecuencia ni su desarrollo.(1) El mercado ha jugado más bien en la crítica liberal el papel de un
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