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Proyecto “AURA”


Enviado por   •  25 de Febrero de 2016  •  Informes  •  2.867 Palabras (12 Páginas)  •  452 Visitas

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Universidad Autónoma de México[pic 1][pic 2]

Colegio de Ciencias y Humanidades

Plantel Naucalpan

Materia: TLRIID 2

Nombre del profe: Guillermo Solís Mendoza

                Grupo y sección: 246B

Nombre del trabajo: Proyecto Aura

Nombre de los alumnos:

Jimenez Castillo Jhosep

Basurto Olmedo Diego Efraín

Sánchez Roldan Abril

Salazar Zavala Lizeth Saraí

Jimenez Escamilla Mónica

García Mejía Nicolás Emanuel  

Fecha de entrega: martes 9 de febrero de 2016

Índice

Portada…………………………………………………………………1

Índice……………………………………………………………………2

Contenido……………………………………………………………….3

  1. Preguntas…………………………………………………………..4
  2. Glosario…………………………………………………………….5
  3. Espacio geográfico de la obra……………………………….......6
  4. Descripción de los espacios interiores………………………….7
  5. Reflexión de los personajes………………………………………8-9
  6. Ubicación de los tiempos…………………………………………10
  7. Explicación de la voz narrativa…………………………………..11
  8. Explicación personal acerca del desenlace…………………….12
  9. Primer apartado de la obra en 3ra persona…………………….13-17

Fuentes………………………………………………………………….18

Proyecto “AURA”

¿Cuál es el simbolismo del llavín que Montero entrega a Aura y de la llave de cobre que la anciana entrega a Montero? El simbolismo es el de amor, es como si Montero le regalara un regalo a Aura, y Aura le regalara la llave pero a través de la anciana

¿Cuántos años debe tener la anciana según los cálculos de Montero? Según los cálculos de él la señora tendría 109 años

¿Por qué Aura está viviendo en la casa de la señora según Montero? Según él ella lo hace para perpetuar la ilusión de la belleza y juventud de la pobre anciana enloquecida

¿Describir la relación que emerge entre Aura y la anciana en el capítulo 4 de la obra? Su relación es que actúan de la misma forma, ósea como si una imitara a la otra, como si de la voluntad de una dependiese la existencia de la otra

¿Cuál es el significado del chivo que despelleja Aura? De como si despellejara a una bestia

¿Describir y explicar el simbolismo religioso de las acciones de Aura cuando baño los pies de Montero?

¿Qué premoniciones entretiene Montero cuando se despierta con respecto a Aura? De que la anciana Consuelo y Aura parecen tener el mismo comportamiento y que ambas dependen una de la otra y por eso no pueden separarse por alguna extraña razón que el aun no entiende

A lo largo de la obra el lector se enfrenta con una serie de animales: ratas, conejos, gatos, y un chivo, ¿Cuál es el significado de estos animales como símbolos? Como símbolos de la esencia de Aura y de la brujería

 

  1. Glosario de términos desconocidos

Tafeta: Es una tela con cierto brillo y peso, es muy bonita y se usa en especial para vestidos de fiesta, novias

Quinqué: es un artilugio de mechero circular, inventado por el físico suizo Aimé Argand. Se llamó quinquet porque Antoine Quinquet introdujo algunas mejoras, como el tubo de vidrio.

Vaho: Aliento que despiden por la boca las personas o los animales.

Bucólicas: Se dice del género poético que trata temas de la vida campestre. 

Aguamanil: Jarro con asa y con la boca terminada en pico que sirve para echar agua y lavarse las manos.

Belefio: No encontrada

Dórica: estilo arquitectónico característico de la Antigüedad clásica

Polisón: Prenda con forma de cojín o almohadilla que llevaban las mujeres bajo el vestido para ahuecarlo oabultarlo por la parte de atrás

Daguerrotipos: fue el primer procedimiento fotográfico anunciado y difundido oficialmente en el año 1839

  1. ¿En qué espacio geográfico se ubica la novela?

El espacio se desarrolla en la Ciudad de México en el mero centro de esta en una casa  

  1. Elabora una descripción de los espacios interiores y explica si están o no en consonancia con la historia narrada

Los espacios interiores son dentro de una casa antigua, como se describe la casa por fuera tienen los aspectos del arte de los finales de 1800 con un estilo francés algo gótico, en lo interior es una casa bastante descuida por el moho y las plantas o enredaderas que estas han crecido a lo largo de los años dándole un aspecto de casa abandonada a parte de la humedad que se siente en esta.

Al parecer es una casa grande de unos tres pisos donde hay recamaras muy grandes, el aspecto de estas recamaras son bastante feas ya que se encuentran con mucho polvo, telarañas e incluso agujeros de roedores. El estilo de estas son muy gótico por los muebles que hay en ellas pero sin dejar a un lado el estilo francés de finales de 1800 principios de 1900.  En toda la casa la luz es muy baja dándole un estilo tenebroso solo hay una recamara que cuenta con la suficiente luz para ver bien y es en la que se queda Montero, en las otras habitaciones por la falta de luz es casi nulo y combinado con la humedad muy penetrante hace que de un aspecto de una niebla espesa que recorre toda la casa

  1. Reescribe el primer apartado de la novela utilizando la locución narrativa en tercera persona.

EL LEE ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos los días. El lee y relee el aviso. Parece dirigido a él, y a nadie más. Distraído, deja que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de té que ha estado bebiendo en ese cafetín sucio y barato. El volverá a releer. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta el nombre de él. Solo falta que las letras más negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyera esto, sospecharía, lo tomaría a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono. Recoge su portafolio y deja la propina. Usted piensa que otro historiador joven, en condiciones semejantes a las suyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la delantera, ocupado el puesto. Trata de olvidar mientras camina a la esquina. Esperando el autobús, enciende un cigarrillo, repite en silencio las fechas que debes memorizar para que esos niños amodorrados lo respeten. Tiene que prepararse. El autobús se acerca y el observa las puntas de sus zapatos negros. Tiene que prepararse. Mete la mano en el bolsillo, juega con las monedas de cobre, por fin escoge treinta centavos, él los aprietas con el puño y alarga el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirse paso, para pagar los treinta centavos, acomodarse difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar su mano derecha en el pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde aquel hombre guarda los billetes. Vivirá ese día, idéntico a los demás, y no volverá a recordarlo sino al día siguiente, cuando se sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pida el desayuno y abra el periódico. Al llegar a la página de anuncios, allí estarán, otra vez, esas letras destacadas: historiador joven. Nadie acudió ayer. Volverá a leer el anuncio. Se detendrá en el último renglón: cuatro mil pesos. Él se sorprenderá, imaginar que alguien vive en la calle de Donceles. Usted siempre ha creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie. Camina con lentitud, tratando de distinguir el número 815 en este conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas. Las nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas, confundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado «47» encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924. Levantará la mirada a los segundos pisos: allí nada cambia. Las sinfonías no perturban, las luces de mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de los edificios. Unidad del tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de arenisca. Las ventanas ensombrecidas por largas cortinas verdosas: esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tú la miras, miras la portada de vides caprichosas, bajas la mirada al zaguán despintado y descubres 815, antes 69. Tocas en vano con esa manija, esa cabeza de perro en cobre, gastada, sin relieves: semejante a la cabeza de un feto canino en los museos de ciencias naturales. El solo puede imaginarse  que el perro le sonreirá y soltara el contacto helado. La puerta cede al empuje levísimo, de sus dedos, y antes de entrar mirara por última vez sobre su hombro, frunces el ceño porque la larga fila detenida de camiones y autos gruñe, pita, suelta el humo insano de su prisa. Tratará, inútilmente de retener una sola imagen de ese mundo exterior indiferenciado. Cierra el zaguán detrás de él e intentara penetrar la oscuridad de ese callejón techado — patio, puede oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—. Busca en vano una luz que lo guíe. Busca una caja de fósforos en la bolsa de su saco pero esa voz aguda y cascada te advierte desde lejos: —No. no es necesario. Le ruego que camine trece pasos hacia el frente y encontrara la escalera a la derecha. Suba, por favor. Son veintidós escalones. Cuéntelos usted mismo. Ahí Trece. Derecha. Veintidós. El olor de la humedad, de las plantas podridas, le envolverá mientras marcas sus pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuenta en voz baja hasta veintidós y se detiene, con la caja de fósforos entre las manos, el portafolio apretado contra las costillas. Toca esa puerta que huele a pino viejo y húmedo; busca una manija; terminas por empujar y sentir, ahora, un tapete bajo sus pies. Un tapete delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz, grisáceo y filtrado, que ilumina ciertos contornos. —Señora —le dirás con una voz monótona, porque cree recordar una voz de mujer— Señora. . . —Ahora a la izquierda. La primera puerta. Tenga usted la amabilidad. Empujas esa puerta —ya no espera que alguna se cierre propiamente; ya sabe usted que todas son puertas de golpe— y las luces dispersas se trenzan en tus pestañas, como si atravesaras una tenue red de seda. Solo tienes ojos para esos muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de luces. Consigue, al cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son corazones de plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, y solo detrás de este brillo intermitente veras, al fondo, la cama y el signo de una mano que parece atraerte con su movimiento pausado. Lograras verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas. Tropieza al pie de la cama; debe rodearla para acercarse a la cabecera. Allí, esa figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no toca otra mano, sino la piel gruesa, a fieltrada, las orejas de ese objeto que roe con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríe y acaricia al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la suya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre la palma húmeda, la voltean y acercan sus dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar su mano de la otra. —Felipe Montero. El leyó su anuncio. —Sí, ya se. Perdone no hay asiento. —El estará bien. No hay preocuparse. —Está bien. Por favor, póngase usted de perfil. No lo veo bien. Que le dé la luz. Así. Claro. —Leí su anuncio. . . —Claro. Lo leyó. ¿Se siente calificado?— Avez vous fait des etudes? —A Paris, madame. —Ah, oui, ga me fait plaisir, toujours, toujours, d'entendre. .. Oui. .. Vous savez... on etait telle-ment habitue. . . et apres... Se apartara para que la luz combinada de la plata, la cera y el vidrio dibuje esa cofia de seda que debe recoger un pelo muy blanco y enmarcar un rostro casi infantil de tan viejo. Los apretados botones del cuello blanco que sube hasta las orejas ocultas por la cofia, las sabanas y los edredones velan todo el cuerpo con excepción de los brazos envueltos en un chal de estambre, las manos pálidas que descansan sobre el vientre: solo puedes fijarte en el rostro, hasta que un movimiento del conejo te permite desviar la mirada y observa con disimulo esas migajas, esas costras de pan regadas sobre los edredones de seda roja, raídos y sin lustre. —Voy al grano. No me quedan muchos años por delante, señor Montero, y por ello he preferido violar la costumbre de toda una vida y colocar ese anuncio en el periódico. —Si, por eso estoy aquí. —Si. Entonces acepta. —Bueno, desearía saber algo más... —Naturalmente. Usted es muy curioso. Ella te sorprenderá observando la mesa de noche, los frascos de distinto color, los vasos, las cucharas de aluminio, los cartuchos alineados de píldoras y comprimidos, los demás vasos manchados de líquidos blancuzcos que están dispuestos en el suelo, al alcance de la mano de la mujer recostada sobre esta cama baja. Entonces se dará cuenta de que es una cama apenas elevada sobre el ras del suelo, cuando el conejo salte y se pierda en la oscuridad. — Ella le ofrecerá cuatro mil pesos. —Sí, como decía el aviso de hoy. —Ella se sorprenderá y dirá Ah, entonces ya ha salido. —Sí, ya salió. —Se trata de los papeles de su marido, el general Llorente. Aquella mujer le dirá como debe hacerse ese trabajo -Deben ser ordenados antes de que muera. Deben ser publicados. Lo he decidido hace poco. —Y usted dira - el propio general, ¿no se encuentra capacitado para...? —Ella le contestara murió hace sesenta años, señor. Son sus memorias inconclusas. Deben ser completadas. Antes de que yo muera. —Pero... —Yo le informare de todo. Usted aprenderá a redactar en el estilo de mi esposo. Le bastará ordenar y leer los papeles para sentirse fascinado por esa prosa, por esa transparencia, esa, esa. . . —Sí, comprendo. —Saga. Saga. ¿Dónde está? Ici, Saga... — ¿Quien? —Mi compañía. — ¿El conejo? —Sí, volverá. Levantaras los ojos, que habías mantenido bajos, y ella ya habrá cerrado los labios, pero esa palabra. —Volverá— vuelves a escucharla como si la anciana la estuviese pronunciando en ese momento. Permanecen inmóviles. Tú miras hacia atrás; te ciega el brillo de la corona parpadeante de objetos religiosos. Cuando vuelves a mirar a la señora, sientes que sus ojos se han abierto desmesuradamente y que son claros, líquidos, inmensos, casi del color de la córnea amarillenta que los rodea, de manera que solo el punto negro de la pupila rompe esa claridad perdida, minutos antes, en los pliegues gruesos de los párpados caídos como para proteger esa mirada que ahora vuelve a esconderse —a retraerse, piensas— en el fondo de su cueva seca. —Entonces se quedara usted. Su cuarto está arriba. Allí si entra la luz. —Quizás, señora, sería mejor que no la importunara. Yo puedo seguir viviendo donde siempre y revisar los papeles en mi propia casa... —Ella solo le impondrá una condicione y es que viva en aquella vieja casa. No queda mucho tiempo. —No sé... —Aura... Aquella señora se moverá por primera vez desde que usted entro a la recamara; al extender otra vez su mano, sentirá esa respiración agitada a su lado y entre la mujer y usted se extiende otra mano que toca los dedos de la anciana. Mira a un lado y una muchacha está allí, aquella muchacha que no alcanza a ver de cuerpo entero porque esta tan cerca de usted y su aparición fue imprevista, sin ningún ruido —ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que son reales porque se recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son más fuertes que el silencio que los acompaño—. —Le dije que regresaría... — ¿Quien? —Aura. Mi compañera. Mi sobrina. —Buenas tardes. La joven inclinara la cabeza y la anciana, al mismo tiempo que ella, remedara el gesto. —Es el señor Montero. Va a vivir con nosotras Te moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue. La muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre un muslo: no te mira. Abre los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recamara. Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocidos o podrás conocer. Sin embargo, no se engaña: esos ojos fluyen, se transforman, como si le ofrecieran un paisaje que solo usted puede adivinar y desear. —Y responderá: Si. Voy a vivir con ustedes.

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