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lilianaUBC7 de Mayo de 2013

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EL REENCUENTRO CON LA HISTORIA

Andrea Sánchez Quintanar.

A manera de introducción

En las postrimerías del milenio podemos afirmar, como Edmun¬do O'Gorman lo hada en 947: "El tiempo está muy vencido para que todo historiador, sea cual fuere su postura filosófica, haga un esfuerzo por cobrar plena conciencia de ella, y por lo tanto, del significado y alcance de su actividad cultural". Y aña¬día: "Solamente se logrará este fin si se obliga a sí mismo a decir en molde lo que en conciencia se piensa".

Es ésta una obligación de todo aquel que labora con el intelec¬to, que disfruta su labor y que goza, pese a todo, de una situación privilegiada en la injusta división del trabajo que caracteriza al mundo contemporáneo. Para el historiador, tal obligación impli¬ca el compromiso de dar sentido a su quehacer: otorgar razón de ser a la propia actividad vital implica no sólo una justificación utilitaria, sino acatar el fundamento de su actuar para convertido en norma de conducta y sustento teórico de cada una de las afir¬maciones y los actos que constituyen su trabajo profesional. ''Así ahora, todo libro de historia debe principiar por una explicitación de lo que el autor entiende que está haciendo".

Hacia mediados del siglo XX la importancia de la historia y su estatuto como saber consagrado en el concierto de la intelectua¬lidad tornaba casi innecesaria la reflexión sobre su carácter, sentido y destino. La crisis del fin de la Segunda Guerra Mundial, la constante zozobra de la Guerra Fría, la emergencia de las jóvenes soberanías independientes de Asia y África, y aun los estallidos rebeldes encabezados por jóvenes estudiantes a fines de los se-sentas parecían orientar a una nueva problematicidad el sentido de la marcha de las sociedades humanas, si es que iban a algún lado. En particular en América Latina, el avance de la Revolu-ción cubana, sus consecuencias políticas de rebelión no siem¬pre exitosas en otros países y otros eventos, obligaban a vol¬ver los ojos al interior de la propia realidad, pero al mismo tiempo, a la búsqueda de orientaciones teóricas que permitieran expli¬cada. Por ello a fines de los sesentas, y a lo largo de los setentas, se produce en este continente un proceso de auge y consolida¬ción del marxismo como fundamento teórico, y una amplia gama de revisiones de sus planteamientos conceptuales, que se aplica¬ban, con mayor o menor éxito, al análisis de los fenómenos sociales, políticos, desde luego económicos, artísticos y aun religiosos y científicos de nuestra latinoamericanidad.

Pese a ello, en el terreno del trabajo histórico, la definición de su propio significado no siempre se hacía explícita. En ocasiones, en cambio, llegaba a ser la expresión de aquel famoso "marco teórico de referencia" que maniataba, más que explicaba, la orien¬tación del trabajo histórico que le seguía.3 A partir de entonces, salvo contadas excepciones, el sentido, la razón de ser de una crea¬ción intelectual que se hace pública, no se explicita. Podemos decir, con Jean Chesneaux, que "muy pocos historiadores comienzan sus obras tratando de definir su proyecto. Les parece evidente que se dirigen en primer lugar 'a sus iguales' M. de Certeaux, y después al público 'culto' en disponibilidad, con buena voluntad y respeto para instruirse en los que 'hacen la historia"'.

Pocas veces, o ninguna, se piensa en aquel o aquellos han quie¬nes van dirigido el conocimiento histórico. O más bien, casi nunca se contempla, entre los profesionales de la historia, el ámbito reducido o amplio, estrecho o multitudinario, en que ese saber deba ser difundido, ni mucho menos la razón de ser de tal difu¬sión. ¿Cuál es el sentido del estudio histórico? ¿Quiénes deben conocerlo y hasta dónde? ¿Qué sentido tiene estudiar, investi¬gar la historia, y difundir lo estudiado o investigado? O aun la interrogante la historia ¿para qué?, 5 formulada en nuestro país hacia 980 por un grupo de intelectuales de ocho, sólo dos de ellos historiadores, son preguntas cuyas respuestas no necesa¬riamente se hacen presentes en los textos especializados de la investigación histórica, o en la mente de los historiadores, sino como problemas que se resuelven en el hacer mismo.

Tratar por cuenta y riesgo propios, hasta donde den las fuer¬zas, de aclarar por sí mismo y para los demás, el significado de las propias actividades del espíritu es la única forma de salvación intelectual; para quien guste de concebirse a sí mismo como hombre de ciencia, es una obligación precisa.6

Pese a lo que se piensa en general, la historia, como toda cien¬cia, tiene su razón de ser en el hecho de que debe ser conocida y utilizada en beneficio de la sociedad que produce su conocimien¬to, sobre todo en el mundo contemporáneo, en el que los avances científicos "han adquirido tanta importancia que no pueden se¬guir exclusivamente en manos de los científicos o de los políti¬cos, sino que deben pasar a manos del pueblo entero para que se convierta en algo benéfico en vez de ser una maldición". 7

Si bien comparte, en este sentido, una característica de toda ciencia, el histórico es particularmente un conocimiento que debe ser constitutivo de la condición humana. Por lo mismo, las características y peculiaridades de los procesos que propician la difusión de la historia, deben ser objeto de estudio y análisis de quienes se dedican ha producido: los historiadores.

Los métodos, las formas, las técnicas de la difusión del cono¬cimiento histórico no se limitan, por otra parte, a un ámbito escolar que permita caracterizadas como "enseñanza de la his¬toria", en el obtuso concepto que arrumba a la historia al con¬junto de nociones abstrusas, aburridas e inútiles que se memo¬rizan en la "aborrecida escuela", de ingrata memoria para Joan Manuel Serrat, y que se olvidan tan pronto cumplen su función de "pasar el examen".

Después de realizar sus investigaciones, de buscar en archi¬vos abstrusos, de revisar abundantes fuentes bibliográficas, de contrastar testimonios, opiniones y registros materiales, de com-parados con sus posiciones teóricas y de sistematizarlas con arreglo a sus propuestas metodológicas, el historiador debe dar a cono¬cer sus conclusiones, ya que no tendría sentido conservar los resultados de ese trabajo sólo para sí.

Es un criterio común compartido también por una mayo¬ría de los propios historiadores que la forma idónea de dar a conocer los resultados de sus investigaciones es la publicación de artículos o libros, generalmente dirigidos a la comunidad científica de su propio grupo profesional, y se entiende que debe hacerse en editoriales o revistas de tanto prestigio como lo per¬mita la ubicación del historiador en el contexto de las relaciones públicas de las ciencias sociales. Éste es el primer nivel al que habrán de aspirar a llegar todos cuantos se dediquen a la ciencia histórica.

Otra posibilidad es la que ofrecen los cenáculos especializa¬dos de los consagrados: congresos, coloquios, simposios, foros, mesas redondas, conferencias o etcéteras que se quieran incluir, espacios todos donde es posible presentar y conocer los últimos resultados de las investigaciones más recientes, y donde debe cumplirse la función, estrictamente científica y por lo mismo, necesaria, de someter al consenso de la intersubjetividad, las con¬clusiones que habrán de convertirse en un aporte al cuerpo de conocimientos ya vigentes.

En un tercer nivel, la docencia. En esta actividad existen for¬mas diferenciadas que adquieren un rango de preferencia diverso, según el lugar que ocupen en la sistematizada escala de los ciclos escolares: la preferente será, por supuesto, la que ocupan los es¬tudios de pos grado, donde el historiador espera encontrar un sujeto receptor de mayor calidad, mejor formación y, por lo mismo, mayor capacidad de respuesta a sus estudios especializados.

En el mismo ámbito se encuentran los estudios profesionales, sobre todo los dedicados a la formación de futuros historiadores. Ciertamente es éste un círculo selecto pero reducido, al menos en nuestro país, pese a que ya se pueden contar alrededor de treinta universidades en las que la historia existe como carrera profesio¬nal en el nivel de la licenciatura, al menos. Se encuentran tam¬bién los estudios profesionales consagrados a las ciencias socia¬les sociología, ciencia política, antropología, economía y otras¬ más abundantes, donde la historia ocupa un lugar importante a veces, aunque no siempre bien comprendido.

En el escalón final, en sentido descendente, se encuentra el resto de la docencia: el de los niveles medios medio básico y medio superior donde el historiador, según se afirma de ma¬nera cotidiana en el medio académico, "viene a terminar", cuan¬do sus posibilidades personales no le permiten alcanzar el status de investigador o al menos, de profesor en el nivel superior.

La devaluación del trabajo docente, tanto en lo que se refiere a su consideración social como a su compensación económica, es una constante que se da en la actualidad y que ha sido denun-ciada en diversos medios. Interesa aquí mencionar tan sólo esta condición con el propósito de complementar una panorámica del ámbito donde el historiador realiza la difusión de su cono-cimiento, para entender que el análisis de esta acción o conjunto de acciones no debe contemplarse sólo desde una perspectiva pedagógica, y menos exclusivamente didáctica, sino que, dada la amplitud de variantes que presenta, requiere de un abordaje mucho más complejo, que atienda a las

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