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Allende la Patria


Enviado por   •  12 de Mayo de 2019  •  Reseñas  •  1.191 Palabras (5 Páginas)  •  82 Visitas

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Allende la patria

  • Es hora de irnos….

Esto es lo que ha dicho mi madre. Sin explicaciones, sin un por qué no porque no lo hubiese, sino porque lo que es, es; y su evidencia es imposible de ocultar. La segunda cosa que escuché fue:

  • “no podemos llevarnos todo; es más nos llevaremos casi nada. Lo necesario, entre más ligero sea el equipaje más lejos caminaremos a la luz del día”.

No hubo ninguna objeción. Tomé mi morral y escudriñé su interior. Allí estaba todo lo que necesitaba; mi diario, miss recuerdos, la foto de mis amigos y claro; mis esferos de colores y esmalte para mis uñas. Tomé algunas prendas básicas, las más pequeñas, como esas que tú y yo tenemos y que nos sacan de apuros sin mucho peso y sin mucho complique. Salimos de casa y empezamos a andar; recuerdo que los pies me pesaban como el plomo, el alma se encogía casi hasta desaparecer y de lo más interno de mí brotaba una sensación de frío aterrador que hacía temblar cada fibra de mi piel. Volví mi rostro para ver lo que dejaba y un mar de llanto se precipitó sobre mí ahogándome de  dolor y de tristeza.

  • ¡Es hora de irnos! Volvió mi madre a decir.

Como un autómata, seguí sus pasos, atravesamos de este a oeste el terreno de la patria. Qué poco significado había tenido para mí aquella palabra y con cuanta fuerza retumbaba en mi interno ahora, precisamente ahora, en la hora del abandono y la desesperanza. Recordé aquellos versos en la escuela…

“patria te adoro en mi silencio mudo y temo profanar tu nombre santo

Por ti he llorado y padecido tanto, como lengua inmortal decir no pudo”.1

Así pasaron minutos, horas, días y semanas. Caminábamos, caminábamos y caminábamos. Pero no íbamos solas; otras historias vivientes a nuestro lado devanaban sus propios desencantos y preocupaciones; a veces, el silencio era avasallador, en otros momentos el ingenio y el sarcasmo nos despertaban del mutismo o del sosiego; en ocasiones, para hacer menos difícil el camino tejíamos a redes perecederas de nuevas ilusiones en las que permanecíamos extasiadas hasta cuando la cruda realidad nos devolvía al inclemente suelo que taladraba nuestros pies haciéndolos sangrar. Otros días sentadas a la vera del camino o a la orilla de un caño, con la mirada perdida en el horizonte intentábamos visualizar nuestra meta. Pero, ¿cuál era nuestra meta? La frontera. Y aunque no sabíamos cuán lejos estábamos, hacia ella dirigíamos nuestros pasos.

Una mañana cuando toda razón había languidecido, cuando el cuerpo se despertaba por la fuerza de la costumbre y toda esperanza parecía haber desaparecido; mi madre, con la misma calma que mantuvo día tras día  en el camino; levantó su mano y señaló en la distancia.

  • Ahí está; dijo.
  • ¿Qué… o quién  madre? Le pregunté invadida por el cansancio y por el llanto.
  • La frontera…  dijo sin ninguna afectación

No sabría cómo describir el impacto de aquella respuesta. Creí desfallecer, me quedé suspendida en el aire por algunos segundos mientras mi cuerpo rodaba en el asfalto. Fui tras él y me apropié de mi casa, una espesa neblina invadió el espacio, de la misma manera que se cierra la visión en los páramos; nada podía distinguir en la distancia  porque es imposible mirar a través de las lágrimas. A manera de pañuelo tomé la falda de mi blusa y limpié el dolor acumulado dentro de mis ojos y pude entonces vislumbrar la frontera como un hilo donde se abría la esperanza. Apresuré el paso, respiré profundo y abrí los brazos, me hallaba en la frontera rendida pero no vencida, sin fuerzas pero  viva. Lamentablemente, este no era un cuento de hadas ni yo la princesa protagonista de la historia. La frontera  ante mi desgracia se plantó como el monstruo que en las películas de terror abre  sus fauces  para devorarte. La frontera no era el fin ni la meta. Era un muro indolente, desdeñoso e inerte; un lugar de suplicio donde solo se avistaba el sufrimiento.

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