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Asesor Comercial


Enviado por   •  31 de Agosto de 2014  •  2.214 Palabras (9 Páginas)  •  370 Visitas

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PUREZA DE CORAZON

El mundo gira en un ritmo frenético y a veces parece que hasta perdemos el aliento en el tener que dar cuenta de todas las demandas de nuestra existencia. Hay tantas cosas por hacer que corremos el riesgo de perdernos de nosotros mismos y olvidar el gran deseo de felicidad sincera que tenemos dentro del ¡corazón!

Vivir se vuelve la tarea más linda y desafiante de todas, vivir de verdad y no fingir que se vive. Tener una vida sincera, con pureza de corazón y esfuerzo de vida... ¡Eso sí nos vuelve felices de verdad!

Pero parece que hablar de pureza de corazón se vuelve algo medio “retro” medio “edad media”. ¿Será que lo es?

¡Creo que no! Pureza quiere decir la calidad de aquello que es, de aquello que no ha sido alterado, mezclado, se dice respeto a la esencia y a accidentes. Ser puro de corazón es ser aquello que si es sin las alteraciones que depura nuestra esencia.

Pero en un mundo que nos exige tanto y hasta parece que nos perdemos de nosotros mismos, ¿será posible ser puros de corazón?

¡Totalmente posible! Comparo la búsqueda por la pureza de corazón al proceso de reeducación alimentar. Precisamos sacar de nuestro día a día alimentar todo aquello que nos perjudica. No da para abrir concesiones. ¡Necesitamos sacar mismo! El no que tiene fuerza de un sí. No a eso que me hace mal y sí a aquello que me hace bien, y me vuelve un bien

Ya pensaste si una persona que está viviendo un proceso de reeducación se alimenta y que al ver un postren un pedazo de torta de chocolate con cobertura de chocolate y relleno de dulce de coco ella no consigue decir no y ¿parte para el ataque? Si no consigue decir no a la torta ¿cómo podrá decir no para un e-mail pediendo para mirar pornografía en Internet, o un no para una invitación para aspirar cocaína, o un no a un noviazgo fuera de la castidad? El ayuno es una forma maravillosa de crecer en el dominio de nuestras pasiones. Si eso aún no es parte de la vida de una persona, ella debe comenzar con un simple sacrificio que sea relativamente fácil de poner en práctica.

Cuando los deseos surgen como un volcán en erupción necesitamos encararlos de frente en vez de reprimirlos, no da para decir: “sólo un poquito no hace mal”. ¡Ni pensarlo! ¡Aquel poquito irá arrastrarnos al fondo del pozo! Pureza de corazón es asumirse en tus manos aquel deseo y en este momento ofrecérselo a Dios, a Jesús en la Cruz, pues Él llevó sobre si nuestras transgresiones. Al hacer eso, "el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2764).

TERCERA PARTE

LA VIDA EN CRISTO

SEGUNDA SECCIÓN

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

CAPÍTULO SEGUNDO

«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»

ARTÍCULO 9

EL NOVENO MANDAMIENTO

«No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo» (Ex 20, 17).

«El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 28).

2514 San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn 2, 16 [Vulgata]). Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento prohíbe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia del bien ajeno.

2515 En sentido etimológico, la “concupiscencia” puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la “carne” sostiene contra el “espíritu” (cf Ga 5, 16.17.24; Ef 2, 3). Procede de la desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf Concilio de Trento: DS 1515).

2516 En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el “espíritu” y la “carne”. Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual:

«Para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras —mejor dicho, de las disposiciones estables—, virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5, 25) (Juan Pablo II, Carta enc. Dominum et vivificantem, 55).

I. La purificación del corazón

2517 El corazón es la sede de la personalidad moral: “de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones” (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón:

«Mantente en la simplicidad y en la inocencia, y serás como los niños pequeños que ignoran la perversidad que destruye la vida de los hombres» (Hermas, Pastor 27, 1 [mandatum 2, 1]).

2518 La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe:

Los fieles deben creer los artículos del Símbolo “para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen” (San Agustín, De fide et Symbolo, 10, 25).

2519 A los “limpios

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