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DUELO ENTRE AMIGOS, LA MUJER DE LA CAPA BLANCA


Enviado por   •  6 de Mayo de 2019  •  Síntesis  •  1.756 Palabras (8 Páginas)  •  131 Visitas

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DUELO ENTRE AMIGOS

Uno era jamaicano de pura cepa. Conversador, alegre, aficionado al bluf. Tomaba ron con cerveza y leche evaporada.

El otro era un cartago de Taras. Blanco como la leche, cuentan que asustaba de noche porque gracias a su flacura lo confundían con un esqueleto.

Pero eran buenos amigos. Nadie supo jamás cómo empezó la extraña amistad, pero se les veía siempre juntos en todas partes. En una época en que los jamaicanos y los nativos de la provincia apenas se trataban, la amistad de los dos labriegos era el diario comentario de todos.

Un día, el cartago visitó a su amigo en su casa. Esta vez, el jamaicano tenía una botella de ron de su tierra; y el cartago era buen bebedor.

Pero dicen que después de tomarse la botella siguieron la fiesta con guaro.

Horas más tarde, cuando los dos estaban borrachos, el cartago cometió el vil desprecio de escupir en el piso del jamaicano. Y entre tragos, un amigo le reclamó al otro. La fiesta acabó en una bronca y el cartago salió de la casa renegando de todos los negros habidos y por haber.

Pasaron varias semanas. No se les volvió a ver juntos. Y una noche cuando la luna apenas iluminaba el largo puente, se oyó la colisión de dos cuchillos. Dos collins nuevos.

Hermanos en el agua la sangre boruca, la sangre aschanti, la sangre hermana en el agua buscando un mismo destino; tiñó de paso los rústicos polines.

Después, los vecinos los enterraron con pesar. Los pusieron el uno frente al otro, para que compartiesen !a tierra, el frío y la lluvia.

Y a partir de ese día se difundió la leyenda por toda la provincia:

"Había una vez un jamaicano y un cartago que eran amigos...

LA MUJER DE LA CAPA BLANCA

Pleno invierno. En Limón llueve todo el año. Los días oscuros, el cielo lleno de grisáceos nubarrones. Y, a veces, en los días de tan andrajoso aspecto, la tristeza ambiente refleja su peso en los rostros.

En tardes así, convergen los destinos humanos hacia derroteros comunes. Se encienden muchas llamas de papeles inservibles; el fuego nace y muere con asombrosa prontitud, ahogado por el clima.

Sobre un diminuto cerro se levantan los blancos muros de la cárcel, en un pueblecito limonense. Detrás de su aparente blancura, se acumula la historia de dolor, tragedia y vicio de los sin ley. Resistente al tiempo, la cárcel sigue indiferente al sentimiento humano, fiel a su cometido: hacer sangrar angustia a todos los que en una forma u otra, atenten contra los postulados de la sociedad omnipotente.

Una solitaria figura sube la pendiente con paso forzado. Mira el suelo, como si desconfiase de sus propios pies, vacila, sonríe, respirando con marcado esfuerzo la densa brisa. El guarda la mira, sus ojos clavados en aquel cuerpo sensual. Trata de evitar tan abierta indiscreción, pero sus ojos vuelven a recrearse en la hermosa figura. Sube desde las extremidades hasta detenerse en el rostro: por un instante sostiene en su mirada la mirada terrible de la desconocida.  Pero la luz ciega.   Baja los ojos.

—Buenas tardes... —en los largos y finos dedos de la muchacha hay un anillo de matrimonio.

—Traigo la ropa de Cuperto... sale hoy...

Se resiste a creer lo que escucha. Cuperto es un criminal. No había relación posible entre él y esta señorita de modales tan exquisitos, de aspecto tan femenino...

—Eso es con el Jeefe político... eeentre por esta puerta... allí eeestá.

Ella, acaso burlándose muy disimuladamente, le da las gracias y avanza hacia la puerta. Los ojos del guarda devoran el canela sutil de su piel, sus labios se entreabren, un brillo salvaje ilumina sus ojos asustados. Tiembla. Alguien lo ha tocado en la espalda. Se vuelve para enfrentarse a un negro alto de aspecto atlético.  Retorna de su éxtasis violentamente.

¿Qué mira tanto?

—¿Cómo?

—¿Qué mira tanto?

Atolondramiento. Sangre que se revuelve en las arterias.

—No mire dos veces a esa mujer si quiere seguir vivo.

Con la misma increíble sigilosidad con que se aproximó, el negro se aleja. El guarda se ha vuelto mudo. Sus ojos buscan instintivamente la figura de la beldad. Un rayo enciende el parco cielo vespertino, y segundos después el trueno precede al aguacero.

El guarda piensa en el marido de la desconocida .. . y su pecho se llena de una voraz pasión. Sus ojos se posan tristemente en la punta de su revólver: ha quebrado un mandamiento más.

Entretanto, en la oficina del Jefe el negro le jura a la joven que hará cualquier cosa por ella y por su hermano.

UN REGALO PARA LA ABUELA

Se oye en el pueblo el lejano silbido del tren. Rompe el silencio de los contornos, saltan los corazones de los habitantes de Estrada. "Vienen. Vienen como por dieciocho millas."

Limón había caído pocos días antes en manos de las fuerzas revolucionarias. Ahora, avanzando sin resistencia se aproximaban al pueblo, y el pueblo temblaba de miedo. Cocobello temblaba también, igual que todos.

Le contaron que los rebeldes reclutaban al igual que antes lo había hecho el gobierno. De repente estaba en medio de una revolución, cuya causa no comprendía, y cuyas consecuencias eran de temerse. Ni modo: decidió repetir la treta que le había servido con el ejército oficial.

—Ruby —su voz temblaba—, busque los cojines.

-Voy...

—Apúrese...

—Voy... vaya quitándose la camisa. ..

De nuevo el pito hiere oídos y entrañas, calando hacia el hueso. Se rasura de prisa. Piensa que ha sido afortunado, pues estaba en casa al saber la noticia. . De otra manera a lo mejor... Pero de todos modos, a lo mejor...

...

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