INTRODUCCIÓN A LAS INVENCIONES DEL LENGUAJE
victormarcos0113 de Mayo de 2014
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Advertencia al lector
La escritura de Víctor Marcos Hernández es lúdica pues fluctúa entre la realidad y la ficción creando un mundo de realidad virtual escrita.
El lenguaje es su materia prima y su imaginación es la máquina de sueños que utiliza para escribir acerca de mundos imposibles donde juega con las palabras, intenta desbordarlas, disloca su significado, inventa otras realidades, creando nuevas ideas. Aquella frase de Enrique Álvarez puede ser dicha aquí: “Hay palabras que aún no nacen y cuánta falta hacen”, y Víctor Marcos Hernández hace nacer nuevas palabras.
Tanto las invenciones del lenguaje como el lenguaje de las invenciones son un proyecto para armar, desarmar y rearmar la realidad, o lo que es lo mismo: deconstruir nuestras realidades, y es la microficción la que utiliza para deconstruir y dialogar con el lector porque le parece que es una manera de posibilidades infinitas para hablar de aquello que tenemos delante de nosotros.
Y así, sólo queda advertir a quien entra en los pasadizos de este mundo fantástico que se enredará en una telaraña que se tejerá dentro del pensamiento, infectándolo a modo de virus que crece sin tregua, y una siniestra huella marcará un sendero imposible por el que nos veremos forzados a andar casi a ciegas.
Escuchemos la voz del cuenta-cuentos que nos guía, pero no confiemos del todo porque nos podríamos perder para siempre.
Prólogo:
El libro y sus espejos
Siempre he imaginado que existe un solo libro y que en su interior están descritos todos los demás, o al menos un relato que encierra a todos, tal es el caso de “la biblioteca de Babel”, de Borges, donde se describe la existencia de libros que no existen. Incluso he imaginado que me pierdo dentro de esas bibliotecas infinitas y allí encuentro volúmenes que jamás serán escritos; y ya no imaginar, también lo he soñado, como aquel primer microrrelato que abre la escritura de Las invenciones del lenguaje donde describo mi sueño acerca de la biblioteca del filósofo Derrida: una biblioteca que, gracias a solamente encontrarse entreabierta y jamás poder pasar a ella, la vuelve, en mi sueño, una biblioteca infinita; los anaqueles conteniendo todos los libros que sea posible imaginar, incluso los suyos, los escritos y los que ya no escribió, porque en una biblioteca imaginaria incluso lo no escrito tiene valor, y un valor de conocimiento porque te puedes preguntar, quizá trazando un mapa de sus obsesiones, de sus reflexiones, qué otro material nos habría obsequiado en esos libros. Como en el sueño de los libros que seguirán aún después de la muerte de Carlos Monsiváis: nadie sabe qué otros nacerán. Y como aquel fragmento del poema del Psic. Enrique Álvarez, “hay palabras que aún no nacen, y cuánto falta hacen”: así podríamos decir de los libros de los escritores ya fallecidos: “hay libros que ya no nacen, y cuánta falta hacen”. ¿Qué escribirían en nuestros días José Saramago, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Jacques Derrida, Paul Ricoeur, y tantos otros escritores que ya han desaparecido?
Quizá escribí ambos libros, Las invenciones del lenguaje y El lenguaje de las invenciones, teniendo en mente, de modo inconsciente, aquello que Mario Bellatin señala como “escribir sin escribir”. Si alguien se sienta a revisarlos tranquilamente podrá descubrir que ambos ponen en duda la escritura, o Escritura, aquella que se jacta de ser la escritura verdadera, la que posee, entre sus palabras, la única forma de ser rigurosa, académica, real, y es que mi intención ha sido la de jugar con la idea de que no estoy escribiendo en realidad, de que incluso le llamo “microficciones” a esta colección de breves textos, pero tampoco son de tal género literario (aunque muchos dicen que el microrrelato no es un género, pero a mí me gusta pensar que sí). De este “escribir sin escribir” es que surge esta “escritura de espejo”, porque ambos libros se corresponden. Son un juego del lenguaje, y es por eso que se ha descrito como “escritura lúdica”, porque juega con la escritura misma. En su interior se habla de una gran cantidad de otros libros, pero a su vez de esas bibliotecas fantásticas que encierra a otros libros, incluso los que no existen. Pero ¿dónde inicia este juego de espejos que se construye con los dos libros? En el relato “La caja de mi hermano”, el último de Las invenciones del lenguaje, donde dice, al final, “la caja de mi hermano, es un invento de nosotros para poder guardar todo aquello que está por inventarse”. Terminar de esta forma el libro fue necesario para jugar con el lector acerca del libro que vendría, pero también es la forma de mencionar que lo que acaba de leer pertenece a esa caja: todas las microficciones pertenecen a ese mundo lúdico que se encuentra dentro de la caja que hemos inventado; incluso intenté imitar algunos juegos de mesa, donde llegar al final es volver a empezar; otro juego fue quitarle los títulos a cada una de las microficciones, y no anexar índice ni prólogo, es decir, no advertir de los cuentos que leería al lector, dejarlo en un vacío de conocimiento, no saber lo que se encontraría al avanzar: era como estar en un desierto, sin saber qué camino tomar, o lo mismo que habitar un laberinto, sin saber qué página te lleva a qué relato; pero el juego se repite con el segundo libro, y si acaso la única advertencia que estás en el segundo mundo, es decir, en el segundo libro, es que cada microficción es separada por dos asteriscos, ya no por uno como en el primero.
Así, laberintos, juguetes, moscas, puertas, bibliotecas fantásticas, escritores reales que se vuelve de ficción, libros que no existen, animales imposibles, citas que jamás fueron escritas, todo en estos dos libros se vuelve el juego de la ficción. Estos son dos libros que se vuelven reflejo uno del otro, pero en su interior son reflejo de otros muchos libros. Libros que están guardados en esa caja donde hemos coleccionado infinidad de cosas que nos gustan, y que cada microficción aparece y desaparece en su interior. Ambos libros son un juego que no termina sino que apenas comienza. Un espejo que refleja a otro para conocer el infinito.
LAS PALABRAS SE DESVANECEN
El mundo está en mi cabeza.
Mi cuerpo está en el mundo
PAUL AUSTER
Toda metáfora es un mito en pequeño
VICO
Lo conozco, aunque no sé si en el afuera o en el adentro del pensamiento. Lo conozco aunque lo he borrado de mi memoria completamente. El lenguaje es un juego de espejos que multiplica sus palabras al mismo tiempo que las desvanece. Sus palabras son fugitivas.
Cuando comencé a mirar aquella pintura que se podía reflejar en el espejo de la habitación, me habló acerca del pintor, de la técnica, de lo simbólico del tema, de la fecha, y supe que era un cuadro muy antiguo y original. Me dijo que había adquirido la pintura porque representaba, desde su visión, la exactitud del pensamiento y del lenguaje. Para él significaba la forma en que vemos. El pintor español (quizá era Velázquez, pero cómo saberlo) había plasmado un cuadro que podría ser pensado como la teología de la pintura. No me dijo el nombre porque lo había olvidado.
En la escritura de esta historia, todo lo que he registrado es lo que he visto tal como lo he visto. Siempre llevo conmigo una libreta para tomar apuntes, y que sea fiel a lo que he contemplado. Todo lo que me ha dicho, sus reflexiones, sus pensamientos, sus frases, han quedado registradas aquí. Lo que se ha borrado es el “yo” que narra, que dice lo que dice, para dar paso al lenguaje en soledad sin más. Simplemente escrito.
El fantasma de su recuerdo se registra por medio de sus palabras. Nadie las pronuncia, sin embargo las escucho y las registro. Es la aparición en el texto, es la escritura que nos acecha, que surge en cualquier momento en la hoja en blanco. Después de hablar con él dibujo un “yo” con un símbolo entre lo finito y lo infinito, y luego tacho ese mismo símbolo, porque no está, porque es el fantasma del texto. Es la escritura que representa el mundo, así que ya podemos borrarla, me dije y comencé a escribir.
Un recuerdo brotó de momento. No sé de dónde vino porque no es mi recuerdo, es algo que no viví, y que seguramente me transfirió desde el afuera del pensamiento. Registro el recuerdo. Sigo anotando. Dibujo la escritura porque el dibujo siempre corre el riesgo de ser borrado. Las palabras tienen en su interior el significado de sí mismas, dibujado como una caja hueca, pero que no vemos.
Recuerdo al tal hombre conocido y desconocido, lo recuerdo estando allí. En ningún lugar pero hablando conmigo. Se ha desdoblado hacia mis recuerdos, y lo describo como “por encima de mi conocimiento y de mi desconocimiento”. Ahí estaba nuevamente, separado al otro lado de, pero tan cerca de, y un pensamiento era lo que nos unía. Seguía registrando todo. La escritura ya sin mí ha creado un doble, un fantasma, un juego de espejos, así que este que está
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