Los Medios De Comunicación
laumaestu11 de Octubre de 2013
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Los medios de comunicación masiva y el español internacional
Raúl Ávila
Los medios y su espacio
Quienes han viajado por los países hispánicos han llenado sus oídos de anécdotas acerca de las diferencias, sobre todo de léxico y de pronunciación, que han encontrado como turistas e incluso como especialistas en sus recorridos1. El privilegio de viajar, cada vez más extendido, ha permitido constatar estos hechos a un número creciente de personas. Los estudios sobre la variación geográfica del español son ahora también más abundantes y más detallados: es suficiente ver el índice de las ponencias de los diversos congresos sobre el español para constatarlo.
Hay algo novedoso en la actualidad: el papel de los medios de comunicación masiva en la difusión de las lenguas. Ahora se puede estar en contacto con los dialectos del español todos los días, y en la propia casa, gracias a las transmisiones de televisión que llegan a través de los satélites a todos los países y regiones hispanohablantes —y no hispanohablantes— del planeta. Además, mediante Internet —el medio de comunicación masiva más democrático inventado hasta la actualidad— es posible escuchar, desde cualquier lugar del mundo, las transmisiones de una estación de radio que, en su lugar de origen, puede estar restringida a una cobertura regional o nacional.
El contacto con el español escrito a través de un medio de difusión masiva ha existido desde el siglo XV, cuando se inventó la imprenta de tipos móviles. Tan trascendental fue este invento que algunos investigadores lo consideran un factor muy importante para la formación de las naciones, en la medida en que permitió la estandarización de las lenguas —un elemento básico de identidad que sustentó a los nuevos estados2. Tuvieron que pasar casi cinco siglos para que surgiera un nuevo invento, que es el equivalente para la lengua hablada de lo que la imprenta fue para la escrita: la radio, que aparece en la década de los
años treinta del siglo XX, época en la que se inicia también el cine sonoro. Muy pronto, unos 20 años después, llega la televisión a los hogares (Ferrer 1997). En la actualidad se cuenta, dentro de Internet, con la llamada red de redes, la WWW (o Malla Mundial Mayor, como proponen en el Instituto Cervantes), espacio que une lo gráfico y lo auditivo, la foto y el vídeo. En otras palabras, la MMM, de base digital, representa la unión de la imprenta con la radio y con el cine. En ese ámbito, como sabemos, hay cada vez más textos en español, idioma que ha ido recuperando espacios frente al inglés.
Los medios masivos, por sus propios intereses, buscan cubrir territorios cada vez más extensos. Van desde la cobertura mundial y multilingüe de la MMM, hasta la internacional de la televisión y la nacional o regional de la radio, que también puede escucharse en diferentes países a través de la onda corta. Los intereses asociados a los medios —sobre todo los económicos y los políticos—, requieren, además de una cobertura amplia, una lengua estable que sea comprendida por la mayor parte de las audiencias. Éste es el caso de lenguas como el inglés, el chino y el árabe, para sólo mencionar algunas de las más importantes.
En cuanto al español, Cebrián Herreros constata lo que he expuesto previamente. Como él dice, «La dimensión internacional de la televisión es la vía para la consolidación de la lengua española como lengua de mercado internacional»3. En su opinión, «antes de provocar la disgregación que en su momento sufrió el latín, la televisión trasnacional refuerza la unidad del español y la combina con el enriquecimiento de las diversidades nacional, regional y local [...] Hoy la lengua acompaña al imperio televisivo» (Cebrián Herreros, 1998:1 062-1 063). Algo semejante dice Zabludowsky (1998:34): la red de satélites «permite la comunicación de todos los hispanoparlantes por encima de las fronteras ficticias y reales, uniendo lo separado por los océanos, acercando las distancias y poniendo en la misma posibilidad de recibir el mensaje al analfabeto y al sabio». Todos estos planteamientos y las razones que he dado antes, permiten sustentar la hipótesis de que la comunicación masiva promueve la convergencia lingüística y limita, consecuentemente, los usos divergentes.
La unidad internacional del español
Se suele calificar 1898, sobre todo desde España, como «el año del desastre», año en el cual, tras la guerra contra Estados Unidos, se terminó el imperio español con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Esta actitud se reiteró en 1998, en ocasión del primer centenario de aquella guerra. Baste señalar el título de un libro que se publicó en ese año: España en 1898. Las claves del desastre (Laín Entralgo y Seco Serrano 1998). La organización del libro —véase el índice general— no hace sino corroborar esa visión pesimista: «Antecedentes de una crisis», «El problema de Ultramar. La pérdida de las colonias», o «Consecuencias del desastre. España, sola»4. Sin embargo, desde
Ultramar es posible considerar ese año como el de la reconciliación, el del inicio de la nueva comunidad hispánica que desea mantenerse unida tras sacudirse el yugo de la época colonial. La guerra de España contra los Estados Unidos tuvo esa consecuencia positiva: unió a los hispanohablantes, que escucharon, entre otras voces, la de José Enrique Rodó y, sobre todo, por su difusión, la de Rubén Darío, quien propone vigorosamente la unidad en Cantos de vida y esperanza:
Un continente y otro renovando las viejas prosapias, en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua, ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
Las palabras de Darío, por cierto, tienen antecedentes en relación con la política lingüística de Hispanoamérica. Tras la independencia de las naciones hispanohablantes se discutió la posibilidad de promover nuevas lenguas nacionales a partir del español, o de aceptar, como dice Esteban Echeverría en 1846, el legado de la lengua, bajo la condición de hacerla prosperar entre todos (apud Guitarte, 1991:78). Lo mismo opina Rufino José Cuervo unos pocos años después. Tras plantear la legitimidad del español de América, el filólogo colombiano propone la unidad lingüística como compromiso de todos los países hispánicos, frente a la idea colonial de un solo modelo lingüístico. La unidad —señala— beneficia a todos (Cuervo 1867:45).
La vocación de mantener una lengua unitaria, convergente, que se haga y desarrolle entre todos los hispanohablantes, se mantiene hasta la actualidad. Se advierte claramente en la prensa escrita y en la producción editorial, que siempre ha evitado los usos nacionales en los libros de estudio. Incluso los autores de obras literarias parecen haber renunciado a los localismos para favorecer al gran público hispano. El llamado boom literario de la novela hispanoamericana de la década de los años sesenta del siglo XX es una constatación contundente de esto. Esta nueva generación rompió con los límites parroquiales y nacionales en su búsqueda de un público más amplio, de nivel internacional. Por eso los escritores utilizaron un español de ese nivel, pues así podían atraer a una mayor cantidad de lectores (Donoso 1972:30 ss.). Esta actitud se advierte con toda claridad en el congreso de intelectuales que tuvo lugar en la Universidad de Concepción, Chile, en 1962. En esa reunión, en la que participaron, entre otros, Pablo Neruda, Alejo Carpentier y Carlos Fuentes, se planteó —como destaca Donoso (1972:48)— la necesidad de romper las fronteras políticas e «inventar un idioma más amplio y más internacional».
Actualmente hay, además, otras circunstancias, no siempre reconocidas, que conducen a una nivelación interdialectal en algunos lugares. Las anécdotas sobre el uso del español en diferentes países resultan un aprendizaje cotidiano entre los hispanohablantes de un país que no se considera hispánico y que —como dije antes— contribuyó a darle cohesión a nuestra comunidad cuando enfrentó a España: los Estados Unidos. En ese país, como sabemos, se habla español en Miami, Los Ángeles, Nueva York y Chicago, por sólo mencionar unas pocas ciudades.
Los hispanohablantes, en sus hogares, en las calles o en las tiendas y restaurantes, tienen que decidir constantemente qué palabra usar —de las que ofrece el español en su extensa geografía— para comunicarse adecuadamente. En ese país, además, se producen muchos programas de televisión y radio en español, y hay muchos periódicos en nuestra lengua. Por eso también los redactores tienen que decidir cada día cuál de los sinónimos geográficos deben usar para que sea comprendido por una mayor audiencia. Allí, en los Estados Unidos, los hispanos son todos paisanos a pesar de sus diferencias dialectales. Y si a veces no están de acuerdo, manifiestan sus desacuerdos en español, su lengua común.
El lenguaje de los medios y sus críticos
La necesidad, antigua en la lengua escrita, de rebasar las fronteras políticas para comunicarse con una comunidad lingüística cada vez más extensa, se renueva en los nuevos medios masivos, como la radio y la televisión. Dentro de estos dos medios, la televisión parece ser la que recibe la mayor atención y las mayores críticas. Tal vez esto se deba, por una parte, a que es más reciente que la radio; y por otra, a su alcance y a su capacidad de seducción y penetración. Baste saber, en este sentido, que en América Latina más del 90 por ciento de los hogares tiene por lo menos un televisor, que permanece encendido el tiempo equivalente a «una jornada de trabajo diaria», y que es visto, en promedio, casi tres horas del día por
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