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Mi osito


Enviado por   •  28 de Febrero de 2018  •  Tareas  •  2.580 Palabras (11 Páginas)  •  115 Visitas

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Cuando la conocí, me mordió la oreja. Así se pasó la mayor parte de nuestro primer año juntos, llenándome de baba. Nunca me importó, era reconfortante ver que con mi sola presencia Ana dejase de llorar. Cuando cumplió los dos años, ya sabía andar, y nos pasábamos horas juntos en el jardín. Poco después empezó a ir al colegio, y yo siempre iba en su mochila, acompañándola. A los siete años, Ana ya tenía muchos amigos, y solía jugar con ellos por la tarde. Aun así, no se olvidó de mi, y muchas noches, cuando sus padres ya se habían ido a dormir, sacaba su sable láser y peleaba contra mi. Ella y yo éramos inseparables. Al comenzar el instituto, todo cambió. Los juguetes fueron desapareciendo poco a poco y las paredes, antes llenas de dibujos y dinosaurios, ahora estaban repletas de fotos de Ana y sus amigas y de pósteres de famosos. Ya no jugaba conmigo, prefería pasar las tardes con sus amigas. Sin embargo, aún me colocaba en su cama, y eso para mi era suficiente.

Un día, al llegar del instituto, Ana empezó a redecorar su habitación de nuevo. Quitó los pósteres y la mayoría de las fotografías, y las sustituyó por otras en la que salían Ana y un chico. Y a mi me metió bajo la cama.

Una semana después, el chico de las fotografías se presentó en casa de Ana cuando sus padres no estaban. Ambos se metieron en la habitación de Ana y, aunque desde debajo de la cama no podía ver nada, oí besos. Desde aquel día, el chico empezó a presentarse más a menudo. Al principio me molestó que tuviera novio, ya que eso le hizo olvidarme. Pero, en las pocas veces que Ana se acordaba de mi y me volvía a colocar en su cama cuando el chico no estaba, se veía realmente feliz. Si ella era feliz, yo lo era. Pero entonces me di cuenta de que Ana se estaba apagando poco a poco. Lloraba más que sonreía, y yo estaba seguro de que la razón era aquel chico. El chico no la dejaba ir a fiestas sin él, le revisaba el móvil y la obligaba a vestir como él quisiera. Empero, Ana no rompió con aquel chico, e incluso cuando la aceptaron en la universidad de sus sueños, lo rechazó por que su novio decía que estaba demasiado lejos. De modo que se conformó con ir a la universidad de enfermería de su ciudad. En el segundo año de la carrera, Ana se quedó embarazada, y su novio decidió que lo mejor para el bebé sería que Ana solo se centrase en la familia, por lo que dejó de estudiar. Una tarde, cuando Ana anunció que iba a mudarse con su novio, sus padres intentaron detenerla. Le dijeron que aquel chico no le hacía bien, que su relación no era sana, y que lo mejor sería que lo dejase y diera al bebé en adopción. Ana enfureció ante esas palabras. Se encerró en su habitación e hizo las cajas de la mudanza. Cuando metió la mano bajo la cama para comprobar si se dejaba algo, se topó conmigo. Me sacó, me limpió el polvo y se quedó mirándome. Una lágrima le resbaló por la mejilla, pero se la limpió rápidamente y se recompuso. Por suerte, a mi me metió en una de las cajas.

Seis meses después, nació Irene. Ana me sacó de la caja la misma tarde en la que volvieron a casa, y me presentó a Irene. Pensé que haría como su madre y me mordería la oreja, pero se limitó a mirarme con curiosidad cuando Ana me colocó a su lado en la cuna. Irene fue creciendo, y nos hicimos tan inseparables como lo fui en el pasado con su madre. Cuando Irene empezó a ir al colegio, Ana se buscó un trabajo de camarera.

La mayoría de las veces en las que veía a Ana era cuando estaba con Irene, y Ana siempre tenía una sonrisa en el rostro cuando su hija estaba presente. Otras veces, cuando Irene estaba ocupada intentando leer un cuento y a mi me dejaba en el sofá, yo observaba a Ana, y notaba perfectamente como su mirada irradiaba tristeza.

Fue cuando Irene tenía ya seis años cuando su padre pegó a su madre por primera vez. Aquel día Ana había echado horas extra en el trabajo para poder comprarle un regalos de cumpleaños a su hija, y se había olvidado de que debía de preparar la comida para su novio y unos amigos de él. Se pasó toda la tarde haciendo de sirvienta para aquellos hombres mientras pedía perdón sin parar. Irene ya estaba en la cama, abrazada a mi, cuando los amigos de su padre se fueron. A los pocos minutos, Ana gritó. Irene se levantó de un salto y asomó la cabeza por la puerta de su habitación. Aún me tenía abrazado, así que pude ver perfectamente la escena: Ana llorando arrodillada, con una mano en el cachete, y el padre de Irene con el puño cerrado.

Al día siguiente, aquel monstruo prometió que sería la última vez.

Pero no lo fue, y muchas noches se oían gritos seguidos de vidrio rompiéndose. Aquellas noches, Irene se escondía bajo la cama, se ponía unos cascos y cerraba con fuerza los ojos, mientras me estrechaba contra ella.

Pocos años después, los padres de Irene se casaron. La noche antes de la boda, cuando Ana acostó a su hija y le dio un beso de buenas noches, Irene preguntó:

-¿Por qué te casas con él?

-Porque lo amo.

-¿Y él a ti?

Ana se limitó a asentir con la cabeza antes de salir de la habitación de su hija. Tanto Irene como Ana sabían perfectamente que no era así.

Irene comenzó el instituto y, aunque esperaba que sucediera lo que pasó con su madre, no fue así. Irene cambió un poco, claro: ahora sus estanterías estaban repletas en su mayoría por libros, y su ropa se había vuelto más adulta y oscura, pero seguía abrazándome bajo su cama, seguía siendo curiosa... Seguía siendo Irene. No obstante, cuando ya llevaba un año en el instituto empecé a verla más apagada. Jamás salía de su habitación, y se pasaba horas y horas con los cascos puestos, evitando al mundo. Las pocas veces que salía, me guardaba en su raída mochila e íbamos a una biblioteca, donde nos perdíamos en los laberintos de libros. La mayoría de veces esas escapadas eran tras una pelea con sus padres. Irene no soportaba que su padre agrediese a su madre, y mucho menos que su madre no se diera cuenta de que su padre era una mala persona. Por tanto, algunas veces, tras escuchar a su padre gritándole a su madre, Irene salía de su habitación y se enfrentaba a él. Lo único que ganaba era una cachetada.

Una tarde, cuando ya tenía dieciséis años, mientras sus padres discutían, Irene cogió la mochila en la que me encontraba medio metido y salió de su casa en dirección de la biblioteca. Cuando llegamos, fue corriendo hacia los servicios y se encerró allí. Se sentó en la tapa de un váter, y se apoyó contra la pared. Se quedó allí durante un buen rato, escuchando su respiración. Luego metió la mano en su bolsillo y sacó lo que parecía un cutter. Se lo colocó en la muñeca izquierda, y se cortó. Luego hizo lo mismo en la derecha. En ese momento me sentí devastado. Las dos personas a las que he llegado a amar, a las que debía cuidar, estaban destrozadas. Intenté moverme, pero era inane, yo solo era un cutre e inútil oso de peluche. Sin embargo, conseguí captar la atención de Irene, ya que me miró, y suspiró. Apretó con fuerza los ojos, parecía que estaba debatiendo algo consigo misma. Finalmente, abrió los ojos y se puso en pie. Se puso la mochila, me sacó de ella por completo, y me abrazó con fuerza mientras salía de los servicios. Corrió por las calles de la ciudad hasta acabar en la puerta del hospital, donde le curaron las heridas.

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