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OCTAVIO PAZ Y EL LABERINTO DE LA SOLEDAD


Enviado por   •  18 de Febrero de 2013  •  1.938 Palabras (8 Páginas)  •  817 Visitas

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Una de las repercusiones de los estudios de Ramos acerca del mexicano fue la publicación de El laberinto de la soledad, cuya primera edición corresponde al año de 1950, es decir un año antes de que apareciera la tercera edición -corregida y aumentada- de El perfil del hombre y la cultura en México. Ya se habían publicado y agotado la primera y segunda, y el tema era ampliamente conocido en el país y en el extranjero.

Octavio Paz, poeta y ensayista muy distinguido desde su juventud, fue el principal animador y exponente del grupo Taller (1939). La lectura del libro de Samuel Ramos despertó en él numerosas dudas y, para despejarlas, se propuso estudiar al mexicano desde ángulos diferentes. Aunque la idea original allí estaba, el modo de enfocarla y desarrollarla debería ser, a su juicio, distinto. No compartía el método historicista de Ortega y Gasset ni el psicoanalista de Adler. En El laberinto, Paz toma rumbos que no eran opuestos pero sí ajenos a los de Ramos. Describe las ideas de éste y luego escribe: «El defecto de interpretaciones como la que acabo de bosquejar reside, precisamente, en su simplicidad. Nuestra actitud ante la vida no está condicionada por los hechos históricos... Quiero decir, los hechos históricos no son nada más hechos, sino que están teñidos de humanidad, esto es, de problematicidad»... «Por eso, toda explicación puramente histórica es insuficiente -lo que no equivale a decir que sea falsa-».[1]

El esquema del libro de Paz revela la influencia de Ramos, aunque Paz llegara a negarlo. Los capítulos en que está dividido son: «El pachuco y otros extremos», «Máscaras mexicanas», «Todos santos. Día de muertos», «Los hijos de la Malinche», «Conquista y Colonia», «De la Independencia a la Revolución», «La inteligencia mexicana», «Nuestros días», y un apéndice donde explica la dialéctica de la soledad. Del «yo soy yo y mi circunstancia...» orteguiano se desprende la idea de la soledad.

«La soledad, el sentirse y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir es separarnos del que fuimos para internamos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana».[2] Para huir de esa soledad consubstancial, el hombre ha inventado una serie de recursos de eficacia dudosa que permiten vivir con la ilusión de romper esa condición del ser humano. Este es un laberinto, el laberinto de la soledad.

Intentamos -dice Paz salir del callejón sin salida a través de mitos, expresiones, sentimientos como el amor, la angustia, la creación, los cambios sociales. Al final nos damos cuenta de que ha sido estéril nuestro afán: nacemos solos y morimos solos, con un sentimiento de frustración y angustia.

Las expresiones y actitudes que adoptamos -sigue diciendo- son manifestaciones de ese deseo de huir de la soledad que anida en nuestro propio ser. La inquietud acerca de quiénes somos como mexicanos le parecía a Paz «superflua y peligrosa» y pensaba: «Lo que nos puede distinguir del resto de los pueblos no es la siempre dudosa originalidad de nuestro carácter -fruto, quizá, de las circunstancias siempre cambiantes-, sino la de nuestras creaciones... Creía, como Samuel Ramos, que el sentimiento de inferioridad influye en nuestra predilección por el análisis y que la escasez de nuestras creaciones se explica no tanto por un crecimiento de las facultades críticas a expensas de las creadoras, como por una instintiva desconfianza acerca de nuestras capacidades».[3]

Una estadía de dos años en los Estados Unidos dieron a Paz motivo de reflexión, y las conclusiones que obtuvo fueron diferentes a las de Ramos. De ahí sus observaciones muy agudas sobre el fenómeno del «pachuco», ser ambivalente, hombre de dos mundos y culturas diferentes, que aspira a ser él, una entidad diferente tanto a sus ancestros mexicanos como a los norteamericanos «gringos». En sus expresiones y vestimenta habrá de manifestarse ese drama de identidad.

Todos los mexicanos, de cualquier clase social o antecedentes raciales, tenderán a esconder su intimidad a través de una máscara. Paz reconoce su afinidad con Usigli en El gesticulador. Llevamos siempre una máscara para ocultamos de los demás y encerramos en nosotros mismos. Esto, tal vez con menos erudición y brillo que Paz, lo había dicho Ramos. Lo mismo sobre la tristeza del mexicano, que en contrasentido, es el pueblo que tiene más fiestas donde vive y convive, a veces de manera violenta, con sus semejantes, para romper su cárcel.

Por otra parte «la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida». Solemos rendir culto a los muertos y los símbolos de la muerte como recurso de fuga, con el pensamiento mágico de que, al fin, nos encontraremos acompañados, en derrota de nuestra soledad, «fascinación hacia la nada o nostalgia del limbo». [4]

La Malinche, dice Paz, es el símbolo del servilismo ante lo extraño; es la representación de La Chingada, «de la Madre violada ( que) no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias». «La palabra chingar -dice- con todas estas múltiples significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado».[5]

Octavio Paz hace honor al ilustre iniciador de los estudios sobre el mexicano. «La Revolución mexicana había descubierto el rostro de México. Samuel Ramos interroga esos rasgos, arranca máscaras e inicia un examen del mexicano. Se dice que El perfil del hombre y la cultura en México, primera tentativa seria por conocemos, padece diversas limitaciones: el mexicano que describen sus páginas

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