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Un Camino Incierto


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2014  •  1.709 Palabras (7 Páginas)  •  185 Visitas

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CADENAS DE SANGRE

Existen personas cuya vida suele asociarse a situaciones o características particulares. Hay quienes son recordados por el talento, otros por la estupidez, e incluso los que asociamos a un olor o a una música. En el caso de Toño, uno de esos hombres criados según el áspero rigor del campo, siempre se le asoció con el riesgo, las peleas, las situaciones nunca resueltas. Al menos yo siempre lo relacioné con tales cosas. Con el tiempo, descubrí que las personas que decían conocerlo tenían una vaga idea de él. Y yo, hasta el último momento, también. Lo que prueba la imposibilidad de conocer a alguien y, más aún, la de resolver el enigma Quien soy yo.

Lo único que nos unió en la vida fueron las cadenas de la sangre y uno que otro episodio hasta hace poco incidental. Éramos como el agua y el aceite. Y aún así su huella siempre ha estado presente en mi existencia, aunque reconozco que no será indeleble. Nada lo es. Nadie.

En su historia se mezclan el amor prohibido y la muerte. La primera cuestión quizá resulte decisiva por explicar la segunda, por hacerla justificable. No podría asegurarlo.

A pesar del parentesco –éramos primos- nuestros encuentros fueron esporádicos y forzosos. Él fue del trabajo, de la cantina y la pelea, de los amigos – y por ende de los enemigos-. Yo soy – tal vez siempre lo he sido y lo seré – de la soledad, de algún libro, de algún amor, de las promesas.

Sólo en dos ocasiones cruzamos palabras, ambas separadas por el abismo del tiempo. El resto fueron encuentros de parientes, es decir, eventos insignificantes. La primera ocurrió en casa de mi madre cuando yo frisaba los doce o trece años, no lo recuerdo, y él los veinticinco. Compartió con nosotros casi dos meses, pero poco fue lo que él y yo hablamos. Se trató de un favor de familia. En tal ocasión, había sido herido en una pelea, en el burdel donde acostumbraba pasar sus noches de sábado, después del trajín del mercado en la galería. Mamá lo cuidó como a un hijo. No obstante fueron días intranquilos, algún peligro acechaba a Toño y a toda la familia. Mamá aseguró que no debíamos temer a situaciones generadas por malos entendidos, y la verdad era que la familia le había suplicado discreción.

Alguna tarde, casi al final de su recuperación, Toño empezó a hablarme de los amores imposibles. Yo todavía no había despertado a los encantos del otro sexo, por lo que me resultó una conversación carente de interés. Sé, sin embargo, que advirtió el peligro de las mujeres, sobre todo las ajenas. Sus conclusiones de arriero me parecieron obvias, casi estúpidas. En aquello años yo creía, por feliz inexperiencia, que todas las mujeres debían ser ajenas. (Quizá hoy todavía lo creo). Él se esforzó por enfatizar la presencia en su vida de una sola mujer, Una mujer con dueño, me dijo. No hablamos más, pero fue suficiente para entender que se trataba de un hombre enamorado. A los pocos días se marchó. Alguien informó que había emigrado al otro extremo del país a los Llanos Orientales.

Tiempo después, escuchando por casualidad una conversación de mamá por el teléfono, descubrí otra parte de la verdad, o al menos la versión que mamá había conocido del tío, y éste a su vez de las autoridades. A Toño lo intentaron matar unos viejos enemigos, dijo. No era la primera vez que sucedía. Cuando apenas era un adolescente se había dejado seducir por una mujer casada, ajena como decía él. Algún romance furtivo – y por ende secreto – sucedió. Y luego, siguiendo el curso de la fatalidad, había sido descubierto. Llevado por la locura de los celos el esposo de la infiel lo sentenció a muerte. En el primer intento, ocurrido cerca de la finca de la familia de Toño, junto a una quebrada, hubo un muerto. El sicario enviado por el enemigo con la misión de limpiar el honor murió de un machetazo en el cuello. El odio creció de ambos lados y con él la leyenda de Toño.

En su versión mamá aseguraba que el culpable de los atentados era la misma persona, es decir, el rival de mi primo. Pero en aquél último intento que lo tuvo gravemente herido en nuestra casa, la maniobra había sido ejecutada por varios hombres en una cantina de la Avenida 19. Utilizaron un procedimiento rudimentario. Después de apagar la luz repartieron machete a diestra y siniestra, hasta creerlo muerto. Por “accidente” los muertos resultaron ser dos hombre que acompañaban a Toño aquella noche a tomar aguardiente. Luego se supo que eran sus compinches. La venganza había fallado de nuevo. Mamá terminaba calificando el asunto – al no poseer argumento racional – como un verdadero milagro.

La segunda y última ocasión que cruzamos palabras fue la noche del 29 de septiembre del año anterior. Coincidimos en el velorio de un pariente. Me produjo asombro verlo después de tantos años. Mostró la misma malicia, el mismo desparpajo de hombre curtido por el tiempo y la violencia. Las huellas de una vida agitada se reflejaban en su rostro. Se quedó mirándome y dijo: La muerte nos volvió a reunir, Miguelito. En la sala se encontraban algunos familiares que curiosearon nuestro encuentro. Más

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