CARTAS SOBRE LA NATURALEZA HUMANA PARA USO DE LOS SOBREVIVIENTES
Jocelyn GuadarramaDocumentos de Investigación4 de Mayo de 2022
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Dany-Robert Dufour
CARTAS SOBRE LA NATURALEZA HUMANA PARA USO DE LOS SOBREVIVIENTES
Título del original en francés: Lettres sur la nature humaine à l’usage des survivants
Editorial Calmann-Lévy Colección « Petite bibliothèque des idées »
Año 1999
ISBN 2-7021-2980-3
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura Universidad Nacional de Colombia
A mi bella amiga…
Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito,
son el mismo hombre.
J. L. BORGES, Ficciones,
«Tlön Uqbar Orbis Tertius» (Nota 4)
MI BELLA AMIGA,
Esta mañana me celebraste… Me observabas. Entonces una sombra cubrió tus ojos. De pronto, me lanzaste una extraña mirada. Ya no supe a quién, o mejor, qué mirabas. Suspenso. El tiempo se detuvo.
Cuando te fuiste, esa mirada persistió. ¿Qué fue lo que alcanzaste a percibir de mí que no conocías y que yo no sabía? Tuve que ir a un espejo. Desnudo. Busqué. ¿Cabellos blancos? Celebras la llegada de cada cana. ¿Arrugas? Las perfilas con el dedo, las anticipas… No, has visto más profundo. Tu mirada se zambulló más lejos. Hasta lo más profundo. Tan lejos… Me fue necesario ir tan lejos para ver lo que viste. Viste mi cuerpo. Viste el cuerpo humano. El cuerpo que no pertenece a nadie. El cuerpo de todos. Viste que me paseo con el mismo cuerpo desde hace cien mil años. Viste que soy el mismo hombre desde siempre. Que mi dotación natural, mi gran cabeza con su masa cerebral, mi paso ágil, mi velocidad y mis pasos de danza que se yerguen sobre mi posición dinámica erecta, el pulgar oponible de mi prensión anterior tan precisamente hecha para atraparte al vuelo, mi dentadura con la que alegremente te amenazo cuando río, esas palabras que salen de mi ser como una fuente inagotable…, nada de eso ha cambiado en realidad desde que soy un homo sapiens sapiens. Has visto que soy siempre el mismo hombre desde la noche de los tiempos, quien quiera que yo sea en la incesante renovación de las generaciones.
Sí, yo fui el David de Miguel Ángel, fui Shakespeare, fui mi padre, mi madre y mi hijo, soy el loco Artaud…
¿Entonces, por qué súbitamente viste todos los hombres vivir en mí? ¿Por misericordia? Probablemente. Varias veces te escuché preguntarte por el destino de nuestra extraña especie. ¿Qué visión atravesó tu mente? ¿Habrás percibido la inminencia de un acontecimiento amenazante? ¿Habrás imaginado que vivías con el último de los hombres? Indudablemente. Decías además, hace poco, que a la vuelta del tercer milenio, la permanencia del cuerpo concedida incondicionalmente a cada uno de los ochenta mil millones que nos precedieron ya no está garantizada en absoluto para quienes vendrán. No porque la selección natural esté fomentando alguna nueva forma de humanidad. Es más bien que se está instalando un modo de selección diferente: una selección artificial, errática aunque buscada, gobernada pero ciega, promovida por los mismos que fueron, así como las
demás especies, objeto pasivo de esta selección: los hombres. Lees esos despachos que cuentan cómo el hombre aprende, cada vez mejor, a integrar en el germen el patrimonio genético de tal especie, a integrar rasgos importados de cualquier otra. Sigues el progreso de ese taumaturgo. Llega a ser capaz de provocar mutaciones artificiales que le quitan al mundo de lo vivo su naturalidad, su necesidad, su evidencia y su carácter ineluctable. Vuelven ese mundo un poco más sobrenatural cada día y mucho más barroco de lo que ya era. Sabes todo sobre ese maíz que ahora resiste a los herbicidas cuando integra una hormona humana, sobre esos cerdos que producen órganos vitales humanizados, cultivados para sernos trasplantados muy pronto, sobre esos extraños ratones que exhiben una gran oreja en su espalda, sobre esas terneras-fábrica que producen insulina u otras sustancias orgánicas utilizadas luego en la industria médica, alimenticia, química… Visitas el mundo como una feria de exposición que se acrecienta diariamente con productos vivos inventados por geniales criaturas, por sospechosos estetas, por inescrupulosos comerciantes, por médicos locos, por dudosos magos dispuestos a remediar la imperfección humana… Es Florencia en lo real, un extraño Renacimiento que prorrumpe en el mundo entero donde lo vivo renace siguiendo leyes diferentes. Una nueva génesis. Hemos pasado a un fabuloso bricolaje de las formas y de las condiciones de lo vivo, tan descontrolado que nadie podría anticipar, así fuese a mediano plazo, sus efectos locales y mucho menos globales.
Y si el hombre lo altera todo ¿por qué no alteraría al hombre?
Fue exactamente ahí donde tu mirada se cubrió, cuando notaste que ese movimiento, tan conquistador como anárquico, me iba a alcanzar a mí, que iba a afectar a la especie misma que se halla en el centro de tales trastornos. Soy siempre el mismo hombre. Páseme lo que me pase, estoy escrito. Escrito con una escritura secreta que ha llegado hasta mí y que yo transmito sin saberlo más allá de mis límites temporales. Pero han llegado nuevos Champolliones que han hecho posible descifrar la escritura natural de la que procedo. Estamos leyendo el gran libro donde están escritos los mensajes de los que soy expresión. Y si se saben leer y entender los mensajes escritos en esta escritura, pronto se sabrá escribir nuevos mensajes y producir entonces nuevas expresiones, diferentes a la que represento y que sobrevive desde la noche de los tiempos.
¿Estoy protegido? ¿Tengo derecho de anterioridad? Desde luego. Pero todo el mundo sabe que las recomendaciones éticas, que supuestamente habrían de evitar a los
hombres transformaciones intempestivas, sólo conciernen en el mejor de los casos a quienes las hacen, y de hecho, estos casi no abrigan esperanzas sobre su acción.
Es evidente, pues, que los hombres, por lo menos algunos, no están lejos de salirse de sí mismos y pronto intentarán cambiar de cuerpo. Es decir, intentarán dotarse de cuerpos inéditos que presenten características de resistencia a las enfermedades, de longevidad, de habilidad intelectual, de apariencia física, de duplicación1… Quién sabe si no hay algunos mutantes en gestación aquí o allá, y hasta si no hay varias nuevas humanidades ya en germen, ya no sólo en los relatos como siempre, sino en lo real mismo.
Tranquilízate pues, mi hermosa amiguita. Si no estoy muerto ya, por lo menos estoy condenado. Ámame entonces más de lo debido pues soy el último hombre. No temas que me calle, me tomaré todo mi tiempo. Porque el tiempo del condenado le pertenece. Voy a dirigirme no hacia el descubrimiento de los nuevos cuerpos por venir, sino a detenerme en ese cuerpo que ya sólo poseo por un tiempo contado. Voy a decirte quién soy antes de que sea demasiado tarde.
¿Acaso se ha sabido alguna vez qué posibilidades tiene ese cuerpo del que voy sin duda a deshacerme pronto? ¿Se sabe qué puede el cuerpo? Vieja pregunta ya lanzada por el Spinoza de la Ética. Pregunta que persiste entera. Aunque no obstante haya caducado ya.
¿Sabe alguien qué parte esencial tendré que abandonar pronto, al mismo tiempo que ese cuerpo, a una historia abortada, a los mercaderes, a las tinieblas, al porvenir? Voy a decirte quién soy y lo que voy a perder cuando me hayan despojado de mí mismo.
Voy a decirte cuáles son los órganos irreductiblemente humanos de mi cuerpo. No lo haré como el médico o el antropólogo que buscan revelar el funcionamiento o la historia del cuerpo, tampoco como el lógico que hace esfuerzos por comprender la relación entre la organización cerebral y los procesos mentales propios del hombre. Voy a darte el secreto: poseo dos órganos humanos. Por órgano no entiendo el tejido celular, sus intercambios bioquímicos, sino la función irreductiblemente humana que se construyó sobre la realidad orgánica. Poseo dos órganos invisibles, por todas partes, en ninguna parte, ramificados, únicos entre las especies vivas: el del conocimiento y este otro, tanto más difícil de cernir:
[pic 1]
1 En todo caso, de esta certeza no dudan en absoluto los más informados científicos. Por ejemplo, los redactores de la revista científica de circulación internacional, The Lancet (vol. 353, no. 9147, 9 de enero de 1999), estiman que la clonación humana es “inevitable” y piden, en su filantropía, que los futuros clones se consideren cabalmente como seres humanos.
el del goce. Eso es lo que ningún cuerpo de cerdo humanizado ni de humano acerdado podrá producir. Ahí habita mi humanidad. Son, pues, mis dos órganos favoritos de los que te voy a hablar, mi bella amiga, ya que te interesan de manera tan especial. ¿Cómo se crearon en mi viejo cuerpo inmemorial? ¿Cómo llegaron a ser los órganos por excelencia de lo humano? ¿Cuál es el hilo secreto que va del conocimiento al goce?
I
CARTA SOBRE LOS NEOTENOS, LOS AXOLOTL Y LAS VENUS DE BOTERO
Soy un viejo animal. Fui lanzado al mundo hace cien mil años. No debí haber vivido. Y ahora domino el mundo.
Nunca he sido más que un aborto de mico. Un error de la naturaleza. Uno de tantos desechos sin consecuencia de los que ésta se deshace a menudo sin hacer escándalo. Salí demasiado pronto, prematuro, ni hecho ni por hacer, tan poco acabado que habría debido fallecer sin dejar huella. Tabiques cardiacos sin cerrar, inmadurez postnatal del sistema nervioso, insuficiencia de los alvéolos pulmonares, circunvoluciones cerebrales a duras penas desarrolladas, crecimiento físico insuficiente respecto a las normas constatadas en los demás mamíferos… El ternerito o el potrito, cuando llegan al mundo, pesan aproximadamente 40 kilos y sólo pocos minutos después brincan ante su madre con una convicción, temblorosa es cierto, pero… Pero yo, apenas si peso 3 kilos al nacer, y ni siquiera me arrastro…
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