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¿Como Y Porque Una Filosofia De La Ciencia?

RenatoHS129 de Junio de 2015

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¿Cómo y por qué una filosofia de la tecnología?

Argumentos en contra de una filosofía de la tecnología

1. Tecnología subordinada a la ciencia (filosofía de la tecnología subordinada a la filosofía de la ciencia)

El primer y más fuerte argumento en contra de una filosofía de la tecnología es la tesis según la cual la tecnología es ciencia aplicada. Se trata de una idea muy difundida, y hasta podría decirse de “sentido común”: la ciencia forma una teoría que luego puede ser aprovechada para realizar tecnología. Esta postura asume como sinónimos los términos “tecnología y “ciencia aplicada”. Para hacerlo se debe hacer referencia a una “ciencia pura”, que se dedicaría a obtener conocimiento por el conocimiento mismo. La ciencia aplicada, en cambio, obtendría conocimiento con vistas a aumentar nuestro poder o bienestar. El caso más claro de esto es el proyecto Manhattan. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo una carrera armamentista entre Alemania, E.U.A. y la Unión Soviética por conseguir primero la bomba atómica. Los físicos más prominentes del planeta trabajaron en los diferentes proyectos. La recién descubierta teoría de la fisión nuclear fue utilizada para su aprovechamiento militar. En poco menos de cuatro años, los estadounidenses lograron la primera bomba. Siguiendo este tren de pensamiento, la filosofía de la tecnología no es necesaria como disciplina independiente: si la tecnología es de hecho ciencia aplicada, entonces la filosofía de la tecnología se puede considerar un subgénero de la filosofía de la ciencia.

Este argumento no anula la existencia de una filosofía de la tecnología, pero sí la mengua considerablemente. Le niega toda trascendencia y con ello ignora – o da por resuelto– uno de los problemas más fundamentales que le conciernen: el de la relación entre la ciencia y la tecnología. Más adelante trataré esto a detalle.

2. Falta de interés filosófico en la tecnología

Ya había hablado del desdén que hay en la filosofía hacia la tecnología. Éste puede ser entendido, como señalé en la introducción, como parte de la tonta lucha entre humanistas y científicos. Sin embargo, también hay otra razón del silencio, una señalada por Heidegger en dos influyentes artículos7 : no pensamos la tecnología porque nos es transparente. A lo que se refiere con “transparencia” puede explicarse con una analogía. Una ventana es transparente en el sentido más usual. Es posible pasarla por alto y creer que no hay nada entre nosotros y el otro lado de ella (miles de pájaros víctimas de ventanales bien limpios lo demuestran). Sólo se vuelve obvia cuando está sucia o rota, y en ese momento pierde su función de dejar ver hacia afuera o adentro. La tecnología funciona igual: en general nos acompaña perfectamente y sólo nos damos cuenta de ella cuando falla. En realidad, la tecnología está presente en cada actividad cotidiana: desde que el despertador nos levanta hasta que las pastillas para dormir nos devuelven a la cama. Estamos rodeados de tecnología, incluso podría decirse que habitamos en ella. Si la filosofía no se ha dedicado a analizarla es porque su transparencia ha permitido que la pasemos por alto. Sólo lo haremos cuando ésta falle, y las preocupaciones actuales en torno a la catástrofe ecológica –así como las del siglo pasado en torno a la catástrofe nuclear– explican por qué se la ha comenzado a tomar en serio. Heidegger mismo la piensa fundamentalmente para criticarla.

Al mismo tiempo es posible ver, en el campo de la ética, una filosofía implícita de la tecnología. Es interesante a este respecto un comentario realizado

por Steve Woolgar: “Las discusiones acerca de la tecnología –su capacidad, lo

que puede y no puede hacer, lo que debería y no debería hacer– son la otra cara de la moneda de los debates acerca de la capacidad, habilidad, y características morales de los seres humanos.”8 Eso es especialmente cierto en el área de inteligencia artificial, donde hay quienes temen que las pretensiones de construir máquinas con capacidades cognitivas iguales a las nuestras nos lleven a la conclusión de que pueden desplazarnos. También está el otro temor, y es que se ha utilizado mucho la inteligencia artificial, ya no como un proyecto para imitar las facultades humanas, sino para explicarlas. El resultado podría ser que, en el complicado comercio entre la investigación y la puesta en práctica que la retroalimenta, lleguemos a pasar, sin notarlo, de un modelo descriptivo a uno normativo y terminemos reduciendo nuestras capacidades a lo que una máquina pueda imitar.

La transparencia de la tecnología y su aparición negativa en el campo de la ética nos hacen ver que la filosofía casi siempre se acerca sólo indirectamente a

la tecnología. De esta manera no ataca de frente los problemas que ésta presenta,

sino que los hunde en problemas circundantes. El resultado es que pasan desapercibidos, mientras que es realmente necesario dedicarse a ellos.

3. Falta de interés ingenieril en la filosofía

Ya también he esbozado la caricatura de la falta de interés ingenieril en la filosofía. Incluso he mostrado que, tornando a la historia de la filosofía de la tecnología, fueron los mismos ingenieros los primeros en practicarla. Sin embargo persiste la idea generalizada de que nada podría interesar menos a los ingenieros que la filosofía. Podemos darle la culpa a un prejuicio ampliamente difundido: que la filosofía sólo se dedica a teoretizar, sin aterrizar nunca sus resultados. Nada más alejado de la labor de los ingenieros, quienes a diario deben enfrentarse a la materia en crudo. Incluso frente a los científicos llegan a tener la misma actitud: el físico podrá explicar hasta el más mínimo detalle la teoría de la termodinámica, pero al fin y al cabo será el ingeniero quien construya una máquina de vapor efectiva. He ahí una clave: el valor máximo en la ingeniería es la efectividad (si algo funciona o no), con la eficiencia en segundo lugar. La filosofía y la ciencia, en cambio, se encargan de la verdad. Vistos de esa manera, tienen fines asimétricos. La respuesta a este argumento la daré al final de la exposición.

Argumentos negativos de la existencia de la Filosofía de la

Tecnología

1. Problema de la definición de tecnología

Hasta ahora he hablado muy libremente acerca de “tecnología”. Parece que es un término obvio y transparente. No lo es. Con pedirle una definición a cualquier grupo de personas es suficiente para ver que hay disensiones en cuanto a su uso y significado. Alfred Espinas hizo en 1897 una distinción tripartita que sigue siendo útil: por un lado están las técnicas, por otro la tecnología y en último lugar la Tecnología. Una técnica es una habilidad, una tecnología es su organización sistemática y la Tecnología son los principios generales de la acción que podría aplicarse a cualquier caso particular. Con estas definiciones se situó en término medio entre dos campos que Mary Tiles, siguiendo a A. Feenberg, nombra teorías instrumentales y teorías substanciales.

Una teoría instrumental entiende a la tecnología como instrumentos, es decir, artefactos, máquinas y herramientas. Así, la tecnología es concebida como un medio para llegar a ciertos fines propuestos por sus creadores, o dicho de otra manera, se hace para algo: las lavadoras son para lavar y las televisiones, para comunicar y entretener. La consecuencia de esto es que se vuelve éticamente neutra; puede ser utilizada tanto para el bien como para el mal, dependiendo no de ella misma, sino de los objetivos de quienes la diseñen y usen (el ejemplo clásico es la energía nuclear, que puede ser usada tanto para bombas como para plantas eléctricas).

Una teoría sustancial toma a la tecnología como una fuerza cultural. No sólo incluye los instrumentos, sino las técnicas usadas para fabricarlos, la obtención de la materia prima, los objetivos con los que fueron diseñados y las maneras que tenemos de usarlos. Llega a afirmar que la tecnología se vuelve independiente del ser humano y busca su autorreproducción. En una teoría así la tecnología no es éticamente neutra, pues su mismo uso y diseño implican una red de valores en competencia con otros más tradicionales.

Cabe mencionar que quienes sostienen el primer tipo de teoría ven a la tecnología con buenos ojos, mientras que los de la segunda suelen ser críticos. Existen también quienes navegan entre las dos vías, como el mismo Feenberg (que llama a la suya “teoría crítica”). Los instrumentalistas loan el progreso tecnológico por sus mejoras a la calidad de vida: reducción del trabajo y de los riesgos del mismo, aumento de la esperanza de vida a través de la medicina, aumento del conocimiento mediante el intercambio fácil y libre de información. Se instalan en una tradición que ha agrupado a exponentes tanto de la derecha como de la izquierda, los que albergan la esperanza de que los desarrollos tecnológicos nos lleven en última instancia a una utopía. Los sustancialistas dirigen sus críticas a la imposición de un modelo de calidad de vida en el que la

tecnología es indispensable. Resaltan los modos austeros de vida vigentes en sociedades agrícolas, la satisfacción que traen las artes y el disfrute que produce el trabajo hecho por uno mismo.Heidegger y Borgmann proponen una reexploración de estos otros estándares de

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