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Cosmos (mundo Creado)


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2012  •  2.387 Palabras (10 Páginas)  •  441 Visitas

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Los primeros filósofos griegos concibieron el cosmos, desde una óptica fisicista (naturalista), como el dinamismo de un &pxrj (principio) material originario que iría engendrando todas las cosas –incluido el hombre– según un logos racional oculto. Sócrates –y su tradición– representa el contrapunto más destacado a estas posiciones fisicistas. Todo hombre entrañaría un daimon divino: la conciencia moral que transciende todo el ámbito de la pura naturaleza; sería algo así como la voz de lo absoluto resonando (per-sonare) en la persona humana, finita y caduca, en tanto que entidad natural, pero vinculada a la divinidad eterna en tanto que entidad moral. Estos planteamientos condujeron a su discípulo Platón a seccionar la realidad en dos mundos o en dos cosmos separados, y sólo conectados por un enigmático flujo ontológico participativo: el mundo de las Ideas y el mundo sensible o físico. El mundo de las ideas no es, ciertamente, el mundo de las almas –aunque sí sea su lugar propio y consiguientemente su anhelo–, sino el mundo de los paradigmas ontológicos eternos e inmutables. El mundo de lo sensible o corpóreo en que vivimos, es una degradación ontológica de aquel (caída); por ello las almas aspiran a abandonarlo. Sin embargo, aunque las almas anhelan la vida contemplativa en el reino de las Ideas, quedan relegadas a estas, por lo que la posición de Platón es más propiamente ontologista que personalista. Por su parte, Aristóteles, a pesar de rechazar el dualismo ontológico de Platón, permanece anclado en el horizonte dualista de su maestro al concebir en el hombre la dualidad entre el alma que emerge de lo físico sublunar (alma vegetativa, sensitiva e intelectiva paciente) y el alma intelectiva agente que viene de fuera y que es de naturaleza divina, pues sería una participación del ser de Dios. Sin embargo, Aristóteles hace concesiones muy importantes al naturalismo, al concebir a Dios como parte del cosmos. Dios es para Aristóteles la inteligencia pura, el acto puro que mueve teleológicamente el cosmos; pero no es ni trascendente a él ni creador de él, sino, como decimos, parte de él y coeterno con él. El hombre sería un ser intermedio entre Dios y el mundo sublunar terrestre, donde reina la generación y la corrupción.

El /cristianismo introduce novedades decisivas en la concepción occidental del mundo. El Dios cristiano es un Dios trascendente al mundo y creador del mundo. No se hace especial diferencia entre mundo y cosmos, salvo, en todo caso, la que se sigue de la distinción entre esencia y existencia: el mundo sería la totalidad de lo existente –creado– y el cosmos su orden esencial. El mundo, pues, debe su existencia a la acción creadora y libre de Dios. No es que haya separación e incomunicación entre Dios y el mundo, pero entre Dios y el mundo hay un abismo ontológico: el que existe entre el Ser necesario infinito y los seres contingentes finitos que componen el mundo. Sin embargo, el mundo es obra de Dios y, en tanto que tal, /huella de El que nos lleva a El. En los pensadores cristianos de tendencia aristotelizante se puede ir a Dios a partir del conocimiento sensible del cosmos, ordenado causalmente y en grados de perfección (es el caso de las vías tomistas). En cambio, en los pensadores de tendencia platonizante prima la vía antropológica de acceso a Dios: la persona accede a Dios no tanto a través del conocimiento del mundo, como a través del conocimiento de sí misma, en tanto que la imagen más adecuada a la manera de ser de Dios. Como quiera que sea, el cristianismo realza hasta el límite el valor ontológico de la persona, a la que adjudica el lugar privilegiado en el cosmos, pues de hecho todo ha sido creado en función de ella. La persona no es sólo criatura, sino hija de Dios.

La crisis que da paso a la /modernidad revive con Descartes una nueva escisión de la unidad del mundo, que queda dividido en dos esferas ónticas esencialmente diversas: la de las sustancias extensas, sujetas a un dinamismo estrictamente mecánico (determinista); y la de las sustancias espirituales o pensantes libres. El intento de restablecer la unidad entre estas dos esferas mundanas, tan difícilmente reconciliables, constituirá, de hecho, la tarea a la que se consagrará la filosofía poscartesiana. El desarrollo de las /ciencias empírico-matemáticas a partir del siglo XVII, estimulará nuevamente las concepciones naturalistas del mundo y del hombre. En este contexto surge la filosofía trascendental de Kant, quien pretende restablecer la unidad del mundo desde la unidad de la experiencia del yo trascendental. No podemos sobrepasar los límites de nuestra experiencia posible, por ello el mundo-en-sí real queda relegado a la esfera de lo incognoscible, y el de la experiencia, a una idea regulativa de la razón –del yo–, esto es, a una especie de superconcepto del yo trascendental, que cumpliría la tarea de unificar para este la totalidad de los fenómenos experienciados y experienciables. La unidad del mundo reposaría, pues, sobre la unidad del yo trascendental. Esto se ve más claramente en la concepción fenomenológica del mundo que desarrolla E. Husserl durante la primera mitad del siglo XX. Reformulando la epoqué cartesiana y considerando a la vida intencional de la conciencia como el dato absoluto, Husserl pone entre paréntesis la existencia del mundo tal y como lo conciben las personas en la actitud natural ingenua. Entonces el mundo queda reducido (reducción fenomenológica) a lo que yo experimento como el mundo. El mundo sería el conjunto de los objetos que yo aprehendo (constituyo intencionalmente) en el decurso de mi vida intencional noética. Se trata de un mundo noemático, de sentido, que, sin embargo, yo voy constituyendo intencionalmente en colaboración con otros sujetos como yo. El mundo es entonces no sólo mi mundo experienciado, sino el mundo intersubjetivamente constituido en la experiencia interespiritual de las mónadas. Este entramado de sentido que sería el mundo, envuelve en sí todo un orden interno que pudiéramos llamar cosmológico. Los objetos se agrupan según sus propiedades materiales genéricas en determinadas regiones ontológicas, y estas, a su vez, se jerarquizan en un cierto orden de fundamentación: el mundo de la naturaleza, el mundo de los seres psíquicos y el mundo de los espíritus. El propio mundo humano se articula en una pluralidad de mundos, dependiendo de las actitudes subjetivas de las personas o grupos de personas. Una misma persona vive sucesivamente en diversos mundos según su profesión, su rol familiar, etc. Husserl acaba, empero, privilegiando el mundo ordinario de la vida (Lebenswelt), en la medida en que cualquier actitud que se adopte arranca necesariamente de esta situación originaria.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

La /fenomenología

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