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Despues De La Cita


Enviado por   •  9 de Julio de 2014  •  1.404 Palabras (6 Páginas)  •  234 Visitas

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“DESPUÉS DE LA CITA”

Era otoño. Algunos de los árboles habían perdido por completo las hojas y sus intrincados esqueletos resistían silenciosamente el paso del aire, que hacía murmurar y cantar las de aquellos que aún conservaban unas cuantas, amarillas y cada vez más escasas. A través de las ramas, podían verse las luces brillando tras las ventanas, a pesar de las pálidas cortinas de gasa. Tal vez hacía demasiado frío para ser noviembre.

Ella caminaba no muy rápidamente, por sobre el pasto húmedo y muelle, en el centro de la avenida. Podía tener quince o veinticinco años. Bajo la amplia gabardina sus formas se perdían borrosamente. Sus cabellos, cortos, despeinados, enmarcaban una cara misteriosamente vieja e infantil. No estaba pintada y el frío le había enrojecido la nariz, que era chica, pero bien dibujada. Una bolsa grande y deteriorada colgaba desmañadamente de su hombro izquierdo.

Caminando en diagonal, salió del camellón, atravesó la calle y siguió avanzando por la banqueta. Al llegar a la primera bocacalle una súbita corriente de aire despeinó más aún sus cabellos. Metió las manos hasta el fondo de su gabardina y apresuró un poco el paso. El aire cesó casi por completo apenas hubo alcanzado el primer edificio. Una de las ventanas de la planta baja estaba iluminada. Instintivamente se detuvo y miró hacia adentro. Un hombre y una mujer, muy viejos, se sonreían, afectuosa, calurosamente, desde cada uno de los extremos de la mesa, que era, como las sillas y el aparador, grande, fuerte, resistente. Ella tenía un chal de punto gris sobre los hombros; él una camisa sin cuello y un grueso chaleco de lana. Los restos de la cena estaban todavía sobre la mesa. De pronto la mujer se levantó, recogió los platos y salió de la habitación. La muchacha no quiso ver más. Suspiró inexplicablemente y siguió caminando. Al atravesar una nueva bocacalle el viento volvió a despeinarla. Tras la ventaja el viejo se levantó, avanzó lentamente y abandonó el comedor. La luz dejó de reflejarse en la calle.

La muchacha, siempre sin motivo aparente, dejó la calle y regresó al camellón. En una de las bancas un bulto se perfiló en la oscuridad. Cuando pasó junto a él, se dividió en dos y una risa nerviosa se extendió en el aire. Los miró sin poder distinguirles las caras y siguió su camino. Un halo de soledad se desprendía de la débil luz que la interminable fila de faroles proyectaba sobre el piso brillante.

La bolsa golpeaba rítmicamente contra su cadera y su peso hacía que sintiera el hombro izquierdo ligeramente más bajo que el otro. Caminó unos pasos más y se la cambió al otro lado.

Poco antes de llegar al cine, un niño le ofreció un periódico y ella le entregó el importe olvidándose de recoger el papel. Se detuvo un momento frente a un carro ambulante que despedía un agradable calor y poco después se alejó, masticando con cuidado para no quemarse. Ahora todo estaba tranquilo y ella se sintió como si estuviera dentro de un agujero en el centro del aire. Abandonó la idea de entrar a ver el final de cualquier película y pasó rápidamente frente a la taquilla, resistiendo la tentación de detenerse a mirar los carteles que anunciaban los próximos estrenos.

Durante largas horas había esperado inútilmente, aterida de frío, impaciente, unas cuantas calles atrás. Nada de eso importaba ya. Sólo el cansancio y el sabor incierto de la espera le recordaban esos momentos. Quería caminar y olvidarlo todo; la alegría y la esperanza y después el principio de las dudas y al final la certeza de que no vendría, junto con la necesidad angustiosa de decir a alguien todas las palabras que tenía guardadas para él.

Las ventanas iluminadas y el brillo del cine quedaron atrás. A los lados de la calle sólo había árboles y flores marchitas brotando mágicamente de la semioscuridad. El ruido de los automóviles y sus faros deslumbrantes se hizo cada vez más lejano y ella se sentó en una de las bancas sin mirar en su derredor. Descubrió que estaba cansada. Del fondo de la bolsa sacó un cigarro. La débil llama de su encendedor se extinguió tres veces antes de que lograra prenderlo. Luego fumó larga y ávidamente,

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